ÁLBUM 5: POBLACIÓN CRIMSON – PARTE II
La Paz (un comienzo)
La verdad, es impensable que King Crimson sea una expresión artística de consumo masivo en Chile y en otros lugares de Latinoamérica, tanto o más que en Inglaterra, Australia, Estados Unidos u otros países de cultura primariamente anglosajona. Y sin embargo lo es. La verdad, se trata de un fenómeno de colonización, de economía social, claro, y más que eso, ¿pero qué es la verdad?
La verdad es que no fui a La Paz con mis amistades del colegio. Me tomé un bus hacia Iquique desde Cochabamba con mi camarada Quisco tras el carnaval de Cotoca, pero el resto del grupo sí siguió hacia la capital.
La verdad es que no estoy escribiendo esto en el barrio Yungay, sino en el silencio inquietante de una biblioteca privada en Brooklyn, el Center for Fiction —inquietante porque ahora mismo este país vive una emergencia de terrorismo de Estado nazi-capitalista, antimigratorio, clasista, racializador, contraindígena, misógino, deténganse: deténgase por un momento la complejidad enorme de cada uno de los males enlistados, la rapidez con que esos términos abren y cierran mundos enteros, sistemas, cosmos, con solo enunciarlos: paz. Ahora volvamos a la lucha, pero la verdad es que no estamos en ningún campo de batalla y sí lo estamos a cada momento, en cada lugar y situación de Estados Unidos.
La verdad es hay una belleza devastadora en las canciones lentas de King Crimson, y que también sus temas rápidos y exactos tienen también una fuerza devastadora; devastadora es la palabra clave. Es devastador también el índice de femicidios en Latinoamérica, pero también lo es en comparación con estos otros países que se piensan avanzados y donde los Crimson son considerados dinosaurios.
La verdad es que no he ido todavía a La Paz. Y que en la fiesta del barrio Yungay me doy cuenta de que habría que escribirle un epitafio al hombre viejo, a esa masculinidad excluyente del letrista original de los Crimson, Peter Sinfield.
¿Cómo empezar a vivir de nuevo, cómo salirse del epitafio y del archivo y de la memoria de la desaparición y de la dictadura de la muerte sin perder la raíz, el vínculo y el respeto por quienes dieron su cuerpo, su trabajo y su comunidad para que pudiera yo o cualquier otra persona imaginar una perdurabilidad y un goce más acá de eso que quiso extinguirles? ¿Con qué forma relacionarme conmigo mismo sin ejercer el imperio del hombre, aunque mi biología apunte, siempre apunte a continuarlo?
Una voz canta con eco al comienzo del tema.
Dice que no soy El Último Hombre ni el Primero, ese que quiere renovar su nombre al tomar el de la montaña, el del fuego, el del viento, y que además reclama un lugar fundacional en un cuento, en la historia, y que a través de narrarse, dice, nunca morirá. La balada Peace (A Beginning) de King Crimson es una figura musical que repite su melodía una y tres veces a lo largo del universo de su disco, sobre el silencio inquietante del Center for Fiction, entre la bulla de la fiesta en Yungay. Es lo que en composición se llama el tema musical, y su centralidad provee un soporte fijo —una certeza, una expectativa— sobre la cual cantar variaciones históricas, innumerables cuentos que siempre terminan, sin embargo, de la misma manera: “I am. I never end”.
¿A costa de qué, de quiénes nace este whitmaniano, nerudiano hombre de identidad instantánea, firme y eterna? ¿Acaso la historia existe a costa de la montaña, del fuego, del río y del viento?
Aun así, esta versión del tema termina con tres lentas notas discordantes en guitarra, fuera de la lógica de la melodía. La verdad: cuerda y cordis —el corazón— son frágiles al extremo de su tensión, cuando recién han nacido y en su ancianidad. Todas las personas somos en el mejor de los casos individualidades precarias, alguien que necesita ayuda: una Cría y una Deidad.
Ese es un comienzo.
Criatura alunada
Al pulsar la cuerda de una guitarra, la nota se extinguirá en unos segundos. Es la naturaleza del metal tensado, de su vibración. Hasta que se le enchufa la corriente, cuando se extiende por el tiempo y sin embargo no ocupa más espacio que los dedos humanos que la pulsan, el oído de quienes la reciben y la electricidad que la sostiene.
No. Tal vez no puedo estar en la fiesta de Yungay, en Oruro, en el Center for Fiction, en Santiago y en Lima al mismo tiempo; eso consumiría bastantes cantidades de espacio simultáneo, lo cual es una de las condicionantes de la energía. Para que la guitarra de Robert Fripp adquiera su sonido característico, ese sustain que la vuelve parecida al melotrón —y que chupa lo que cinco refrigeradores y que suena como una sección completa de cuerdas de orquesta— debe convertirse en la montaña —su agua que cae—, en el fuego —su chispa—, en el río —su represa—, en el viento —sus molinos—; es decir, necesita aprovechar junto a la electricidad de su entorno la totalidad de la amplitud de onda de quienes escuchamos.
En la Teoría del Último Hombre, el sujeto en cuestión es un consumidor de la Tierra, se expande a través de ella, se apropia y la utiliza a sus anchas, reclama el nombre del planeta como el suyo y asegura que nunca se acabará. La guitarra de Fripp al comienzo de Heroes, de David Bowie, se sostiene en el tiempo, en el espacio, en los delfines, en el océano donde éstos nadan, para crear la ilusión de que podemos ser reina, rey, Rey Carmesí, héroes de la guitarra, por un día que sea, sólo porque amamos algo. Eso está bien. Elijo quedarme con la melodía, con el efecto exquisito de la melodía y el timbre eléctrico sostenido en el cuerpo, en la cosquilla de lo potencial, de poder realizar algo que se extiende para siempre y más allá. Me quedo con la ilusión de esa voz que grita de tanta la emoción, no con la letra amusical, desencarnada de esta otra, Moonchild, canción fundadora de la discografía de los King.
Pues para un nuevo tipo de hombre sacrifico el consumo de todas las otredades a la Cría y Deidad que nace.
Call her moonchild
Dancing in the shallows of a river
Lovely moonchild
Dreaming in the shadow
Of the willow.
Nuestra energía no dependerá más del consumo y del pago. No seremos ya eléctricos, vanguardistas, modernos, y sin embargo sostendremos la nota desafiante: seremos heroína, ese golpe de euforia y esa liberación de toda una masa reprimida —pero “not just for one day”, sino para toda la vida. Seremos las crías, las crianças, no los hijos —no los de la dictadura, no los descendientes de la electricidad para todos los chilenos, sino las del proyecto setentero de una sociedad igualitaria en el fin del mundo o en la luna, la utopía de Salvador Allende y la de Ursula K. Le Guin fusionadas.
Así que los siguientes 6 minutos de esta canción progresiva en que mi Teoría se está convirtiendo por escrito, como en Moonchild, serán de silencio relativo, porque de repente viene un camión traqueteando suelto por la calle y rompe la fantasía acústica de esta biblioteca privada brooklyniana.
Escuchemos de esta forma la armonía, Criatura y Deidad.
Preludio (canción de las gaviotas)
Escuchémosla directamente desde el instrumento al aire y del aire a la piel y el oído. Si no hay electricidad, ¿cómo construirá el mundo la nueva criatura humana?
Todas las partes, de igual forma, tendrán que ser reunidas por alguna mano. Ya no estoy en muchas partes a la vez, sino ahora frente a un ensamblaje de violines, violas, chelos, contrabajos, cuerdas, cuerdas, cuerdas, arcos, arcos; tensión, resolución; tejido denso de nada más que la madera y el metal.
Leía la otra vez de cómo el disco Islands fue la disolución del grupo de músicos sesenteros que rondaban por King Crimson, esos idealistas, esos que andaban a sus anchas por los espacios naturales mientras tuvieran a su disposición la electricidad suficiente para enchufar sus aparatos. El guitarrista Fripp registró el grupo como suyo y despidió al letrista, quien convenció al vocalista y al bajista de seguirlo a donde pudieran seguir hablando de la paz entre los hombres del mítico reino encarmenado de Inglaterra.
Entonces, si no hay electricidad, ¿quién serás tú, Cría y Deidad?
Un conjunto de instrumentos antiguos, clásicos para el hombre ese que se extingue, recibe una composición crepuscular del ahora guitarrista solitario. El sentimiento que provocan sus entramados crea de verdad una realidad: estoy sentado únicamente frente al océano, ya no en Yungay ni en La Paz ni en Lima ni en Machalí ni en un estudio de grabación en London, ni en un mesón silencioso y rodeado por el ruido de un refrigerador en el Center for Fiction. A la orilla del mar —a costa de qué—, ya no hay aves rapaces, no hay ruiseñores ni blackbirds ni gorriones, solo gaviotas.
¿Qué es lo que preludia una bandada de gaviotas?
Una embarcación repleta.
Un cardumen.
Una muchedumbre.
Y que habrá alimento, satisfacción, para todas las partes del conjunto.
Islas
El piano, ¿cómo nos llevaremos de aquí el piano sin que se llene de agua?
El chelo, ¿cómo nos llevaremos el chelo sin que se llene de agua?
La flauta, ¿cómo nos llevaremos la flauta sin que se llene de agua?
El saxo, ¿cómo nos llevaremos el saxo sin que se llene de agua?
Tal vez el melotrón se hundirá irremediablemente.
El bajo, ¿cómo nos llevaremos el bajo?
La batería, ¿cómo nos llevaremos todas sus partes?
La guitarra, ¿cómo nos la llevaremos?
La voz masculina, ¿cómo?
Tal vez tienen nomás que llenarse de agua. Sólo así flotarán apenas, caóticamente, en un extendido solo final. Para que salgamos de una vez de las islas y lleguemos a un continente sin invasión, de mutuo acuerdo, ofreciendo únicamente un pulso y un timbre a quien quiera sumarse.
Un trío
Porque hay una erótica diferente y radical en el rock progresivo, que es lo último que puede ofrecer y sí, quizá por eso King Crimson, Pink Floyd, Rush, Genesis, Yes, tantos otros sean expresiones artísticas de consumo casi masivo entre los hombres de Chile y otras poblaciones de Latinoamérica. Es la erótica del goce compartido sólo si se basa en lo experimental informado, en lo sensorialmente insaciable.
Pido a la Cría y a la Deidad que metamos eso dentro de esos instrumentos flotantes rumbo al lugar nuevo donde llegaremos a ser instrumentistas secundarios, voluntariamente la base rítmica y no ya la voz cantante —que hace rato la mujer es la que la lleva en la construcción de la utopía.
Se hunde, eso sí, la homosocialidad excluyente en la erótica de King Crimson.
Sólo llega a las nuevas costas, entre gaviotas y redes olorosas, el sexo instrumental, armonizador y creativo entre sus integrantes.
¿Cuántos orgasmos por tocata tuvieron el violinista, el guitarrista y el bajista durante su Trio?
Epitafio (La Paz)
Y cada orgasmo que pido conservar en los dormitorios cerrados al final de esta fiesta en el barrio Yungay, en los baños termales donde paramos a tomar una noche rumbo a Cotoca en Bolivia, en el genderless restroom de esta biblioteca privada con posterioridad a los lanzamientos de libros de tapa dura, te prometo, Cría y Deidad, que no se extinguirá con la huella del paso del tiempo en los cuerpos de los instrumentistas, ni con la represión del deseo propia de los grupos de hombres viejos, no.
Será amplificado por una nueva electricidad.
Una electricidad generada exclusivamente por los encuentros físicos intensos, donde los cuerpos realizan variaciones de velocidad y de ritmo que se coordinan a voluntad cuando es necesario, cuya velocidad pulsatoria se hace sublime y arrebatadora, en los cuales la batería y el bajo y lo que queda del melotrón, ahora conectado a nuestra propia fuente de energía, desmienten las letras miopes, falsamente fatalistas, misóginas, los llantos sin fluido de ese Peter Sinfield, quien dejó a su enamorado Robert Fripp porque éste ahora quería hablar de plata y de poder, y su lírica escapista no lo resistía —así puede llegar a ser el sexo en el capitalismo agonizante: grandioso, elegíaco, final, el epitafio del epitafio, la tautología del lamento. Lágrimas secas.
Esta instrumentación fluida, en cambio, jamás se extinguirá.
Así también el viento en la playa de las gaviotas donde llegamos navegando encima de nuestros instrumentos flotantes, con la huella del orgasmo viva; con la paz de haberla incorporado a un cuerpo nuevo, Cría y Deidad.
Bajo este cielo sin estrellas
Entonces se entiende que el resto del melotrón, la firme batería apaciguadora, el bajo paciente, dan la bienvenida a una guitarra sostenida y bien entrelazada al saxo de Starless, ya no un lamento, sino un canto de amor entre compañeros, colegas, camaradas, vecindad. Es el amor de quienes viven apretados, en las buenas y en las malas, al borde de la legalidad de los hombres, sin identidades masculinas tradicionales ni reglas de propiedad, sólo el virtuosismo de crear riqueza donde no parece que pueda brotar, belleza donde nada más hay sitios eriazos y carreteras, energía eléctrica sin cableado; el amor de quienes ocupan el espacio en virtud del cohabitar obligatorio, pese a sus súbitos temas violentos buscan siempre llenarlo con una canción que los mueva, traficando lo que haya que traficar para conseguir que el grupo asegure su existencia, pasando de lo sublime a la dureza de un bajo seco con una guitarra en acorde a la espera de algo que puede caérsenos encima de un momento a otro aunque no lo vemos, porque no hay estrellas en la pobla, en la chabola, en el cante, en la champa, en el barracón, en la villa, en la favela, en la colonia, en la barriada, en los projects de Latinoamérica donde escuchamos y escuchamos al Rey Rojo Sangre, donde la única religión es la biblia negra del narco y la muerte posible a manos de quienes quieren tu dominación y tu territorio, la invasión de otro imperio consecutivo más, y entra en este momento la batería dura, el fierro, el acorde se vuelve distorsión, un riff tenso que sube y sube y hallamos también luz en la carne cuando ésta es abierta por una cuerda afilada, vuelan lejos las gaviotas de ciudad, de río, de alcantarilla, y los golpes percusivos son objetos contundentes que caen, una espera de efectos sonoros y una suma de gritos de saxo, saxo, saxo, una liberación de free jazz o de raggatón con la melodía tranquila de vientos antes del ataque final de la electricidad de los cuerpos en esta fiesta, y ya no estoy en otra parte sino en la balada final, en la despedida del enorme melotrón que se hunde por el canal y cierra la ruta a la isla del viejo hombre sin estrella.