SANGRE ROJA, FURIOSA Y ADOLESCENTE: LA REVUELTA Y SU MÚSICA.

SANGRE ROJA, FURIOSA Y ADOLESCENTE: LA REVUELTA Y SU MÚSICA.

Por Rossana Montalbán

Ilustración portada: Valeria Araya

 

SANGRE LATINA ROJA, FURIOSA Y ADOLESCENTE 

«Sangre latina roja, furiosa y adolescente». Así comenzó todo un 18 de octubre de 2019. Un año atrás, estudiantas y estudiantes secundarios con el movimiento de evasión masiva dieron inicio a la histórica revuelta social por la dignidad. Una revuelta que ha sido musicalizada por emblemáticas composiciones de la música popular chilena y por comprometidas manifestaciones que se tomaron las calles poniendo la música al servicio de la movilización. 

Dicen que los pueblos que cantan, son los pueblos que sufren. Así lo hizo el pueblo afroamericano en su llegada a los campos de algodón del sur de Estados Unidos, y así nació el blues. Y así lo hizo un año atrás este pueblo que volvió a cantar “El derecho de vivir en paz” de Víctor Jara, y “El baile de los que sobran” de Los Prisioneros/Jorge González, como bien ocurrió aquella tarde del viernes 25 de octubre, una hora antes de la primera convocatoria a la marcha más grande de Chile, en el frontis de la Biblioteca Nacional junto al colectivo MIL GUITARRAS PARA VÍCTOR JARA. Ambos himnos imperennes compuestos en tiempos y realidades distintas, enmarcados en contextos musicales y culturales distantes, una canción con más anhelos que la otra. La primera enmarcada en el movimiento pacifista anti vietnam y la segunda surgida como un amargo diagnóstico de los días de la Dictadura Militar, la instalación del neoliberalismo y un aterrador crecimiento capitalista que enterró a las capas trabajadoras del país. Dos composiciones cuyas enormes dimensiones sociales se suscriben en eso que Víctor Jara una vez definió: “Fundamentalmente la canción protesta no es un hecho comercial, sino una especie de revelación artística que debe tocar al pueblo y quedarse en él”.

Desde aquel 18 de octubre la música chilena recuperó nuevamente un sentido social y político, y al mismo tiempo puso nuevamente en primer lugar la gran tradición de compositoras y compositores comprometidos y de mirada crítica surgidos a partir de la canción protesta y la nueva canción chilena. Una tradición que continúa hasta nuestros días, y que en las décadas siguientes encontraría nuevas vías de expresión a través de géneros musicales como el punk, el rap, y el pop de Los Prisioneros, de la mano de su fundador y compositor Jorge González, quien fue capaz de reformular el pop y la canción protesta a lo largo de todo su cancionero con la banda y como solista. Así ocurrió en 1986 en el “El baile de los que sobran”, cuando retrató en clave pop el drama social de generaciones enteras víctimas de la privatización de la educación superior, drama aún persistente y casi sin alteraciones treinta y cuatro años después, en el que la canción compuesta por González continúa operando como un eco indestructible acerca de las desigualdades en Chile, musicalizando desde el día uno las movilizaciones como el himno de la juventud estafada y derrotada que no tuvo más opción que patear piedras mientras los perros ladran, como se escucha en la canción, 

“Nos dijeron cuando chicos / Jueguen a estudiar / Los hombres son hermanos y juntos deben trabajar / Oías los consejos / Los ojos en el profesor / Había tanto sol / Sobre las cabezas / Y no fue tan verdad, porque esos juegos al final / Terminaron para otros con laureles y futuro / Y dejaron a mis amigos pateando piedras”,

«Sangre latina, roja, furiosa y adolescente», una de las memorables líneas de “La voz de los 80s” el primer gran hit radial de Los Prisioneros, una especie de himno adolescente que captura una las constantes históricas en los movimientos sociales en busca de la revolución: la juventud, los estudiantes. La línea compuesta por González, nuevamente musicaliza la acción llevada a cabo aquella tarde del 18 de octubre de 2019, en la que nietas y nietos de los abuelos que la dictadura no pudo matar, los jubilados que hoy no mueren de hambre sino que se suicidan – como revelaron mese antes las estadísticas entregadas por el INE informante que la tasa de suicidios en adultos mayores alcanza los 17,7 – daban inicio a la revuelta en esa especie de purgatorio que es el transporte público, y lo hicieron no solo como nietos sino también como hijas, hijos e hijes de agobiadas madres y padres endeudados para vivir y entregarles educación. 

Desde entonces la música ha operado no solo como la gran banda sonora que ha musicalizado las demandas y los acontecimientos del estallido social. Sino que ha sido conductora, registradora y movilizadora. Conductora en tanto ha logrado canalizar el sentir de toda una sociedad estrujada por un modo de vida indigno y carente de derechos básicos y fundamentales, a través de esta cancionero histórico cuyo eco parece interminable. Y como registradora con toda una nueva colección de composiciones surgidas a partir del 18/10, desde el electropop, la música urbana, el rock, el folclor, la trova y mucho más donde es posible encontrarnos a músicas y músicos como Araceli Cantora y Revuelta en el Valle, a Kuervos del Sur con “La caravana”, a Anita Tijoux con “Cacerolazo”, a Alex Anwandter con “Paco vampiro”,  Camilo Antileo con «Inchiñ ta mapu», Alectrofobia con «Alto al fuego»,  Una Típica Francisca con “Préndelo” o Siempre Barle con “Revuelta”. Y movilizadora como manifestación al servicio de la protesta callejera en la que se han dando lugar una serie de proyectos musicales espontáneos destinados a fortalecer la expresión callejera a través de la música. Ahí están la ya insigne Banda Dignidad, La Comparsa del Pueblo, Colectivo No y la Barricada Sonora, Rizoma Alzada, la banda Arauco Rock y tocatas improvisadas en los monumentos de la Dignidad.

La revuelta del 18 de octubre de 2019 nos ha entregado un puñado de acciones sonoras, composiciones, ruido, melodía y lìrica que extienden ese cancionero popular chileno que las voces de todes los ciudadanos y no ciudadanos de este pueblo han entonado sin descanso durante un año. La sangre roja, furiosa y adolescente de las estudiantas y estudiantes secundarios dio inicio a la expansión de un ruido que persiste permitiendo que el eco de las voces alzadas que hoy se escuchan en nuestras calles. Guitarra y voz, ruido y grito, verso y melodía, armas que cientos de músicos, cantautores, raperos, y bandas de diversas corrientes han utilizado a lo largo de la historia de la música popular, generando un cancionero latente y permanente que, al igual que las injusticias y el descontento que se cantan, jamás desaparecieron, un cancionero que se redefinió a sí mismo una y otra vez, como manifestación de su tiempo histórico, social y político para seguir siendo la música de la dignidad.

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