SONIDOS TRANSOCEÁNICOS: EL HIJO, POP EXPERIMENTAL
En Crónica Sonora encendemos la antena de nuestro Satélite Sonoro, un espacio en colaboración con la agencia cultural Ruido de Fondo para levantar puentes musicales entre España y Chile. Una ventana donde podrás conocer la actualidad y diversidad de los sonidos Ibéricos.
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‘La rueda del cielo’ el nuevo álbum de El Hijo, seudónimo del músico madrileño Abel Hernández.
Tras el golpe de timón transcendental en su trayectoria que supone su inmersión electrónica en el EP ‘Fragmento I’ (2015), El Hijo sigue indagando en esta senda experimental entre fronteras estilísticas, pero con caparazón pop. Labor que fue prorrogada en los aclamados ‘Dentro’ (2018) y ‘Capital Desierto’ (2019) con la misma dedicación obsesiva aplicada por renovadores de la liturgia pop como Disco Inferno en su serie de EPs publicados en los años 90. Canciones elaboradas como artilugios provistos de códigos genéticos cruzados en su interior, capaces de hacer coexistir a Arca con Los Chichos o a Ben Frost con bases trap.
Como bien señaló en su momento Abel Hernández (aka El Hijo), estamos ante la máxima expresión del post-mainstream, finalidad con la que vuelve a jugar en La rueda del cielo, culmen de dicho concepto, estructurado para la ocasión mediante un brainstorming intertextual donde se superponen capas de, entre otros, la Odisea, el Nuevo Testamento y las bases de la cienciología y el cuarto camino de Gurdjeff, Hannah Arendt, Jacques Derrida, textos de la CCRU y Mark Fisher, La cicatriz interior de Philippe Garrel o Gerry de Gus Van Sant.
Ello da lugar a un palimpsesto que gira como un torbellino de partículas contaminadas en torno a un personaje y su fracaso en la búsqueda individualista de la redención en el autoexilio y el anhelo de espiritualidad prefabricada. A cambio, las visiones distópicas de su cíber caos emergen en formas synthwave ultra orgánicas como ‘Burberry’ o mediante brotes celestiales pero apocalípticos de estribillos flamencos, orbitando alrededor del planeta Lole y Manuel, sobre suelo arado con las matemáticas Meitei en ‘Tebas (La rueda del cielo)’. En esta última canción y en ‘Circe’, pone su voz la joven Lauren Casline, una de las tantas colaboraciones convocadas con el fin de multiplicar los diferentes yoes del personaje y los puntos de vista sobre la historia; por ejemplo a través del mayestático hechizo arábigo en el que se adentra Rodrigo Cuevas (aparición por cortesía de Aris Música/El Cohete Internacional) por medio de ‘Espejismo’, o en la aparición de Jorge Tórtel (que canta en ‘Burberry’ y toca guitarra acústica en ‘Circe’), sin olvidar la colaboración con sintetizadores de Juan Carlos Roldán.
LA RUEDA DEL CIELO
Preñado de códigos existenciales y cifrados de supervivencia, la liturgia zombi, ya pregonada en su anterior LP, tiene continuación en singles como ‘Accidentes planeados’, donde el código morse 2.0 nos recuerda que “a veces es más difícil matar a un zombi que a alguien vivo”. En esta misma canción, somos partícipes de una inquietante amplitud de espacio, sólo quebrada por magmáticas electrocuciones ballardianas. Teoría del caos reorganizado en un caleidoscopio de formas buscándose, encontrándose, como en la dialéctica haiku aplicada en el trap sci-fi de ‘Oasis’. Invenciones como esta última definen una actitud ante el proceso creativo, plasmado milimétricamente en el what if? condensado en el estribillo de ‘Sirenas’: “Y suena Aphex Twin a 33”.
Ya sea a través de su policromático uso del autotune o del infinito muestrario de soluciones rítmicas quebradizas y recursos sonoros imposibles, Abel Hernández desafía la trampa del perfeccionismo, yendo todo lo lejos que se lo permite ese consumado oficio de productor digital del siglo XXI que le hace destacar en la planicie española.
Por otro lado, además del uso con cabeza borradora de numerosos pequeños samples (rasquen y ganen, si lo desean, trazas de Phil Collins, Niño de Elche, John Coltrane, Black Sabbath, Aphex Twin, Mina & Morricone o Tipe Tizwe), el uso del autosampleo, ya presente en los anteriores lanzamientos de esta segunda época, ha crecido hasta convertirse en un método compositivo. Un ejemplo claro es la secuencia que inicia ‘Cuaresma’, canción que surge de improvisar sobre un loop de ‘Segismundo’ (canción que inaugura este nuevo periodo para El Hijo en 2015) y de la que a su vez procede ‘Sirenas’. O ‘Espejismo’, que surge de un loop del compás final de una primera idea (desechada) de ‘Circe’. Y, por supuesto, ‘Burberry’, que se plantea como si otro El Hijo (en un universo paralelo) hubiera escrito la canción ‘Cabalgar’ en 2006 bajo la influencia de otras ideas y músicas.
Como explica el mismo Abel: “la letra es un poco un frankenstein de ‘Cabalgar’ (con guiño a ‘Famous Blue Raincoat’ de Cohen) y mi idea era jugar con un tiempo fuera de quicio, y tachar, pero al mismo tiempo confirmar, lo que he hecho con El Hijo en otra vida, en el momento en que lo principal era la voz, lo acústico y la experimentación con la lírica ro(ck)mántica. Lo bonito es que aquellos versos de ‘Cabalgar’ pueden desviarse de su tiempo y convertirse en una letra de este disco conceptual sobre el personaje y su fracaso de renacimiento espiritual tras retirarse a lo más hondo del desierto. Es como si el pasado hubiera estado esperando en el futuro… Con eso hay también una idea de que con los materiales de cualquier disco se podrían hacer muchos otros y de que el tiempo que uno vive no es el tiempo del resto, ni tendría por qué ser el de uno tampoco.”
En consonancia con ese sistema de auto-reproducción paradójica y metástasis, ‘La rueda del cielo’ transcribe el título de una de las traducciones al castellano de la novela The Lathe of Heaven, de la genia de la ciencia-ficción, Ursula K. Le Guin, otra inventora de mundos que, como El Hijo, planteó la búsqueda de formas inauditas e inexplicables para modelar rostros imposibles, perdidos en su propia belleza cósmica. La misma que envuelve cada gramo sónico de ‘Tohu Bohu’ y ‘Cuaresma’, hallazgos nacidos del atomizador de intuición que rige el sístole-diástole de estas canciones polimorfas, cuestionadoras de las leyes que marcan las pautas de acción consensuadas en la relación entre emisor y oyente.
Por todo ello y los spoilers no emitidos, es la experiencia inmersiva que todxs estábamos esperando: la que es capaz de cuestionar nuestra propia naturaleza como receptores en tiempos de fast-food cultural.