LA FIESTA CÚLMINE DE WOODSTACO: EL FESTIVAL QUE SENTÓ PRECEDENTES

LA FIESTA CÚLMINE DE WOODSTACO: EL FESTIVAL QUE SENTÓ PRECEDENTES

Hace algunas semanas se celebró la gran despedida de Woodstaco Fest, tras catorce años como uno de los escenarios principales para el rock independiente hecho a pulso. Tres jornadas de música en vivo a destajo y momentos memorables que de forma implicita sentaron precedentes y dejaron huella en cada asistente y en cada músico y música que ahí estuvo presente.


Créditos fotos: Lilith Dunkel – Archivo oficial Woodstaco / Paulina Cárdenas – Cobque Rock / Daniel Pérez -Nighttimebird / Diego Mena/ Lucas Urenda /Archivo Crónica Sonora.


El campo abierto y la montaña nos esperaban para reencontrarnos con la que ya sabíamos que sería la última fiesta de una larga historia que había comenzado catorce años atrás. Pero la travesía era el inicio de la fiesta, al momento de armar el bolso, de subir al bus, al auto, o de salir a la carretera en busca de un aventón, en cada parte la experiencia Woodstaco comenzó a tomar forma por sí misma. Una vez en ruta, el largo viaje y la sensación de dirigirse a donde el diablo perdió el poncho, e incluso, bordear el camino hacia la tétrica Colonia Dignidad no hicieron más que incrementar esa exquisita y también escalofriante sensación de alejarse del mundanal ruido para perder la señal de los aparatos y para perderse entre senderos, matorrales, montañas y ríos como si transitáramos de un mundo a otro, a otro tiempo, a otra dimensión, aquí mismo pero más allá, cual película fantástica, cual película de época, esa misma época añorada un poco en esta suerte de Woodstock chileno.

La jornada musical aún no daba el arranque mientras unos tras otros, mochileras y mochileros improvisados – me incluyo – equipados con todo lo necesario para tres días de música, tierra, cielo y rio, continuaban su propio montaje ante la presencia de los más relajados e inspirados bañistas de estanque y verde sombra, instalados desde muy temprano prendiendo ya las asaderas, llenando melones y aromatizando el ambiente de una ardiente tarde de sol sin tregua que hizo sudar a cada citadino y citadina devenida en campista de última hora.

Cuatro escenarios dispuestos, enclavados, en estratégicos puntos del Camping El Trapiche de San Manuel aguadaban ya desde mediodía para recibir a todas y todos los visitantes. En el centro de todo, el escenario Rock en plena cancha. A un costado del sendero principal, Woodstaquito. En medio del bosque Blesstaco, y al otro lado del rio, el escenario Enjambre. Cuatro epicentros de sonidos, estilos y ritmos, cada uno de ellos rodeados de stands de comida, oficios, talleres, exposiciones y los correspondientes servicios de seguridad y auxilio, como enfermería o bomberos, extendidos hasta la plaza central conectada con las distintas zonas para acampar.

Pero El Trapiche seguía poblándose cuando faltaba cada vez menos para que la música desbordara la montaña como estaba anunciado a partir de las 16 horas comenzando con la inauguración oficial de la fiesta, en el bien bautizado Blesstaco, escenario enclavado al otro lado del puente, cruzando la laguna, en medio del bosque, bajo un colorido y psicodélico sendero de banderines, luces y hojas que sirvieron como la mejor puerta de entrada a uno de los rincones más psicotrópicos y alucinógenos en cuestión de sonidos y estilos, y cuyo cartel venia integrado por bandas como Vorágine, Cola de Zorro, Como Asesinar a Felipes, Solteronas en Escabeche, Los Jerjeles. Spiral Vortex, Dinastía Moon, Yinyer, Slow Voyage entre otras, dando forma a una amplia panorámica del rock alternativo, psicodélico, retro, experimental y progresivo. Pero que inició el ruido con uno de los pocos exponentes del metal extremo presentes en el festival, Blood River y su black death melódico encargado de los primeros fuegos de la gran jornada con una presentación a todo decibel y brutalismo mientras la muchedumbre poco a poco se fue congregando en el sector para practicar el headbanging y sintonizar con la estridencia del metal menos amable en un comienzo sin medias tintas.

Al otro lado del río, también entre los árboles, en la profundidad del inmenso bosque, el escenario Enjambre fue otro punto de encuentro para sonidos tropicales, bailables y de raíz folclórica, con las esperadas apariciones durante el fin de semana de nombres como Tata Barahona, Nano Stern, Juanito Ayala y Mc Millaray.

A campo abierto, en el centro del recinto, se lucía a primera vista el escenario Rock, recibiendo a todas y todos los campistas del rock and roll, que llegaban y llegaban unos tras otros, dándo la bienvenida como queriendo decir “prepárense para la música que aquí va a sonar”, porque así de imponente se avistaba el escenario principal de las tres jornadas por donde pasaron 12  bandas por día, y cuyo sonido y calidad técnica, amplificación, fidelidad, iluminación y ambientación otorgaron el espacio y condiciones ideales para un espectáculo musical redondo y de calidad en el que cada una de los artistas sonó con la potencia y nitidez que siempre se aspira, pudiendo muchas de ellas, mostrar a cabalidad sus cartas y credenciales, sacando a relucir todo aquello que habitualmente se pierde de vista en los escenarios pequeños del reducido circuito de bares y salas en la capital y otras ciudades del país.

Precisamente, dicho escenario nos convocaba para su apertura a las 18 horas con la presentación de Cacería, calentando motores para los primeros entusiastas del mosh, y a continuación el regreso de los magallánicos Camino de Tierra, presentándose nuevamente en el festival, eran los encargados de encender la primera gran llama de una calurosa tarde en que el sol no dio tregua alguna pero la cerveza y los chapuzones ayudaron a refrescarse, cuando el quinteto patagónico llegaba encima de la hora, con el vértigo del rock and roll bajando de la camioneta para subirse sin pausa alguna al escenario y no demorar el itinerario que por minutos parecía cambiar de orden y adelantar al siguiente acto, lo que no alcanzó a ocurrir con la irrupción de los músicos y su equipo técnico justo a tiempo, dando paso al poderoso rock pesado, garajero, y crudo como el frio de su natal Punta Arenas. Porque así se hizo notar la fuerza del ventisquero del extremo sur con una férrea aura punk en letras y líneas rítmicas que han sido durante dos décadas sellos ineludibles de su rock forjado desde la descentralización y con un profundo sentimiento enraizado en su territorio hasta el día de hoy. Con estas cartas sobre la mesa, el grupo puso su firma en un set de 45 minutos de evidente poderío sobre el escenario, armando la estampida con el primer gran baile polvoriento de la tarde dejando en lo alto la representación del rock hecho en Magallanes.

El intenso calor continuaba azotando la primera parte de la tarde cuando en el escenario Rock llegó el turno de las esperadas Derrumbando Defensas, provenientes desde la ancestral tierra de Wallamapu, otra vez con énfasis en la descentralización y en el anunciado incremento de presencia femenina, el escenario rock continuaba cumpliendo con la presentación de la banda de hardcore metal integrada por mujeres músicas más antigua de la escena local. Con doce años en la espalda el cuarteto debutó con un demoledor set que rápidamente enganchó a la audiencia presente, atrayendo nuevos y nuevas oyentes que atentamente apreciaron la performance de la banda repasando su discografía y principalmente su más reciente y aplaudido álbum editado en 2022 Sistema Criminal, y del cual sonaron en todo su esplendor las aplastantes “Alza tu voz”, “Latinoamérica” e “Industria asesina”, en versiones que mostraron con solidez el sonido que la banda ha venido amasando desde su primer disco y donde las líneas de guitarra afilada y definida, propias del subgénero, han ido alcanzando un reconocible perfeccionamiento al servicio de su propia impronta, impronta que en arrolladores cuarenta y cinco minutos de pesadez y velocidad en clave feminista y antiespecista, sacaron chispas y sacudieron el imponente escenario principal que para ese momento se avistada rodeado de mosh, caídas libres y una incipiente y mixta nueva fanaticada. Con un evidente bagaje en las ligas del ruido estridente, los escenarios under del sur y el espíritu del hazlo tu misma, las Derrrumbando Defensas marcaron con su presencia una poderosa entrada para las primeras horas de festival, y por sobre todo, sentaron un significativo precedente para la presencia de mujeres en la música extrema.

Las horas transcurrieron cargadas de información y estimulación entre un escenario y otro, sumergidos en el paisaje natural y en los sonidos emergiendo de cada rincón. Las caminatas se sucedieron de allá para acá y de acá para allá entre los cuatro epicentros y las visitas a la carpa o al respectivo puesto de bebestibles para recargar el vaso y continuar con la fiesta que recién empezaba su bloque nocturno. Para ese momento, por el escenario Rock habían pasado los populares 2X con un concurrido y aclamado show que dio por inaugurada la avalancha humana en medio de la cancha, seguida de una prendida velada ska OI a cargo de Altoids, sirviendo como la mejor previa para uno de los actos afuerinos cabeza de cartel, la banda punk rock argentina Flema en un recital propiamente tal que protagonizó la noche de viernes.

Entrada la noche, los sonidos espesos llegaron desde Pucón con Satanic Waves sorprendiendo a más de algún despistado o despistada en desconocimiento del poderoso trio de doom rock atmosférico, cuyo gig removió por completo el escenario central alcanzando gran clímax para dar paso al bloque de trasnoche, recorriendo su habitual set list compuesto por su bien comentado primer disco They burn, Satanic Waves se anotó una de sus presentaciones más memorables hasta ahora en un escenario que les entregó el marco perfecto en sonido y ambiente para mostrar su lograda y elaborada propuesta de doom rock con tintes progresivos de acabadas terminaciones que los ha puesto en el mapa global del género, y que la noche de viernes los hizo fugurar como una de las olas de sonido más pesadas del cartel.

La noche se hizo madrugada con la aparición de The Polvos y su nube supersónica proveniente directamente desde Concepción justo cuando el reloj marcaba la una y algo, para comenzar a cubrir el campo abierto y húmedo de Woodstaco Fest, repasando su álbum debut Darkness Emotion, y también mostrando parte de las nuevas composiciones de su segundo disco actualmente en pleno proceso de postproducción, el quinteto de experimentados músicos penquistas dio vida a un contundente show de explosivo space rock made in Chile, donde guitarras, pedales y efectos de Synth levantaron el vuelo de una ruidosa nave impulsada desde la base por una cruda, detonante y cadente batería que junto al bajo funciona como el piso sólido de este gran muro de profundidades y olas sonoras que van y vienen onduladas y difuminadas formando esa gran masa de sucio y psicodélico garage que tema tras tema continuó el vuelo intenso con cada uno de los miembros de la banda compenetrados y adueñados del escenario, y cuyas siluetas parecían desvanecerse entre el humo y las luces al mismo tiempo que su música inundaba todo el predio. De esa forma The Polvos, dejó su segunda huella en la historia del festival, esta vez alcanzado un evidente estado de gracia que los hizo ver como la banda de largo oficio musical que es, cerrando de gran forma el auspicioso ciclo de su primer larga duración.

La fría y húmeda noche del viernes en la montaña avanzó con la gloria y con el furor de la primera jornada de fiesta y del reencuentro tras dos años sin festival – ¿te lo puedes imaginar? – una fiesta simultánea ocurriendo en cada rincón, en cada show, en cada escenario, y con cada sonido. Al amanecer la música electrónica no dejó de sonar en el inextinguible sector de Blesstaco acompañando a los cientos de woodstaquianos y woodstaquianas que habían hecho la noche día, mirando el amanecer en el rio o en el bosque, sin perderse de nada más que de ellos mismos, embriagados por la fiesta woodstaquera.

La mañana de sábado se oía silenciosa como después de la bomba con algunos firmes sobrevivientes por aquí y por allá cuando la mayoría había caído solo por algunas horas para pronto retomar el jolgorio con el calor ya sacándonos de las carpas a media mañana – por suerte, porque no era momento de dormir más de lo necesario . La fiesta volvía a despertar, y a las 12 del día con un sol inclemente pegando sobre el escenario rock, Cianuro desde Concepción fueron los encargados de la siempre difícil tarea de abrir los fuegos, entregando la cuota requerida de estridencia y pesadez para despertar a todo Woodstaco con metal – punk de vieja escuela thrash, crudo y directo, que rápidamente levantó la moral de la trasnochada audiencia con una presentación de significativo impacto para esa hora, donde se escucharon temas como Rechazado, Es la Ley, Resistencia, La revolución de la inconsecuencia y odio a la sociedad.

Lo que siguió durante la jornada de sábado en el escenario central del festival, fueron bandas como Mar Lunar, Sulfato de Miranda, Los Makana repitiendo su pasada woosdtaquera con rock and roll y blues. Satánicos Marihuanos desde Perú plantando la bandera de Necio Records y del under limeño, presentes en ediciones anteriores del festival con bandas como El Jefazo, y que esta vez también trajo consigo a Cholo Visceral.

A las dieciséis horas del sábado llegó el turno del dúo de riot wave lesbofeminista Diavol Strain, debutando en el festival tras un exitoso 2022 de giras nacionales e internacionales, y un significativo crecimiento en la circulación de su música. Con este piso no menor, la banda se plantó en Woodstaco en una ardiente tarde de sol sin tregua para cubrir la jornada de oscuros y fríos sonidos, donde lo maquinal dialoga con las cuerdas orgánicas del bajo y la guitarra, en un set de 45 apretadísimos minutos a contratiempo tras el desajuste de todo el timing del día, recorriendo sus dos álbumes Todo el caos habita aquí y Elegía del olvido. Elegía del horror, frente a una interesada audiencia de viejas y viejos seguidores apoyándoles, pero sobre todo de curiosos y receptivos auditores que estaban ahí descubriéndoles mientras a cada segundo el dúo envolvía todo el ambiente de atmósfera y lamentos a través de piezas como “Nacidas del fuego”, “Destino Destrucción”, “Herz der niemand”  y ”El ansia”, que bien presentaron las grandes temáticas que atraviesan las líricas de la banda disidente, cada una de ellas interpretadas con la precisión y concentración que las músicas suelen lucir y donde resaltan los principales rasgos de su estilizada propuesta donde reinan el bajo grueso, tenso y prominente, y una guitarra de alta resonancia arropada en efectos y pedales conformando un envolvente follaje de cuerdas evaporadas, a ratos etéreas y otras veces intensamente shoegaze, que lucieron con especial fuerza en esta oportunidad en medio de la seguidilla de rock pesado y punk rock, trayendo gélidos y grises ruidos a la montaña de Parral. De alguna forma, Diavol Strain fue una de las poderosas novedades de esta edición insertando la música subterránea oscura, abriendo el paso para el circuito dark local de seguir el festival. Verlas en un escenario de estas características resultó tan alentador como promisorio para enriquecer una programación enfocada al rock y a la música alternativa, como también para ejercer ese llamado enfoque inclusivo LGTB en vitrinas musicales de esta índole.

Para este momento el timing del escenario se ha desplazado casi una hora por banda, apretando lo tiempos al máximo entre show y show, mientras la jornada avanzaba con total normalidad y goce musical. A las 20 horas fue el turno de Cler Canifrú y banda, reafirmando el aumento de la presencia de mujeres en el festival. La guitarrista y cantante, puso sobre la mesa su repertorio de rock bien armado y radial, dando espacio para mostrar reversiones de algunos clásicos acertadamente interpretados y ejecutados, siempre con sus credenciales de virtuosa y talentosa guitarrista principal.

La noche del sábado fue el momento para recibir y apreciar la nueva formación de Electrodomésticos, con Carlos Cabezas como único miembro original, acompañado de la emblemática baterista tras reunirse la banda, Edita Paz. Y en bajo, como nueva integrante, la fundadora de la banda punk rock Lilits, Masiel Reyes, son quienes hoy dan vida a la emblemática banda y con quienes sobre el escenario entregaron un set de sesenta minutos principalmente basado en su etapa reciente y sus últimos discos, sin mirar tanto al pasado glorioso, centrándose en el ahora de un sonido alejado de la vanguardia y la oscuridad de antaño, y cada vez más cerca de un cuidado y reposado electro pop rock de alta gama y sello propio, plasmado en temas de importante circulación como “En tu mirar”, “Detrás del alma”, “Has sabido sufrir” y otras. Pero más allá de este aceptado plan actual, uno de los momentos álgidos fue para la gran audiencia presente el fabuloso emblema de la música sintetizada de aires industriales nacida en los ochenta “El frio misterio”, cerrando la esperada y aplaudida performance de Los Electro en Woodstaco Fest.

Fiebre de sábado por la noche, la segunda y última, bajo el estrellado cielo de la montaña, noche de luna casi llena iluminando todo Woodstaco, reflejada en  la laguna hizo del paisaje una postal memorable.

A Electrodomésticos le siguió otra de las bandas más esperadas del cartel rock del festival, y también una de las más sólidas y potentes de su generación, Hielo Negro, la banda madre del llamado Rock Patagónico, radicada en Santiago, se reencontró con el festival en su calidad de pioneros y pilares del rock pesado local de las últimas dos décadas, estelarizando la segunda y última noche, reafirmando su lugar tras haber dado forma desde finales de los noventa a un rock de raíz pesada basada en el hard y el blues rock, vertientes para ese entonces poco exploradas en la música local aún menos con ese énfasis distintivo enmarcado en cierta identidad regional. Con esa impronta ya conocida por toda la audiencia presente, el trio puntarenense regresó a Woodstaco Fest con un contundente show que sacudió los cimientos del escenario principal con esa ya lograda forma de hacer sonar finos y delgados riffs, gruesas líneas de bajo, y una batería de cuidada y estricta precisión que hablan entre sí con maestría y fuerza para alcanzar y entregar momentos de rock and roll incendiario como en Cabo Negro o Locomotora del Rock, y también para descender a momentos de espesor a medio tiempo como en Noche Gris o Viento Sabio, canciones que fueron coreadas de principio a fin por la muchedumbre hielera ovacionando en cada segundo e inmersos en el goce del ruido infernal, entre el frio, la tierra, el humo y el whisky, mientras la banda continuaba luciendo arrolladora en su performance y ejecución enérgica basada en la esencia pura del rock and roll sucio y directo, sellando uno de los grandes reencuentros de la despedida de Woodstaco.

Tras Hielo Negro, vino el momento de la fabulosa banda de los hermanos Guzmán, Los Revoltosos, con su blues punk de inoxidable raíz rocanrolera, tomando el escenario central por asalto rápidamente con muy poco espacio entre ellos y sus antecesores, manteniendo el pulso de la noche en alto cuando el frío se dejaba caer sobre la cancha y el sabor a alcohol calentaba las entrañas, la banda liderada por Jando y Klein Guzmán no hizo más que dar una clase de oficio musical de años y años sobre el escenario sacando lustre a las cuerdas de la guitarra y del bajo, ambas piezas distintivas del sonido construido por los ex Profetas y Frenéticos y pilares de Los Peores de Chile, que a finales de los noventa, tras el naufragio de la famosa banda punk continuaron el camino explorando sus seminales inclinaciones musicales donde convergen el punk rock, el blues, el rock and roll de viejo cuño y el rockabilly, convirtiéndose desde su aparición en una de las bandas destacadas del mencionado subgénero en su versión criolla. Con esas credenciales, la presentación de Los Revoltosos se perfilaba como otro trago fuerte para el segundo trasnoche del fin de semana, y claro que lo fue, con un set donde brillaron las guitarras en bandolera de alma rebelde, callejera y sentimental, uno tras otro cada tema, como parte de un ágil set que en ningún momento bajó el infeccioso ritmo, mucho menos para el momento del cierre, honrando la memoria de su viejo amigo Pogo y el legado de su banda madre haciendo sonar Síndrome Camboya entre el clamor, los aplausos y las muestras de afecto de toda la enardecida audiencia que coreó y se sacudió en un hermoso mosh de tierra y sudor, tras haber recibido una indiscutible dosis de descarga rocanrolera para continuar con la larga noche.

Mientras todo esto ocurría, al otro lado del puente, en Blesstaco, desde media tarde los sonidos habían ido del indie rock de Yinyer a la psicodelia espacial de los uruguayos Las Cobras. Del acid funk de los afamados Cómo Asesinar a Felipes, a la fiebre afro sónica de Los Jerjeles. Del rock progresivo de raíz de las longevas Solteronas en Escabeche, o el folk electroacústico de Fósil, a las variantes psicodélicas de Spiral Vortex y de Dinastía Moon, que con el desplazamiento de los horarios terminó cerrando a las 3 am, quizás de la forma más ad hoc y efervescente, la última noche en el escenario más ecléctico del festival.

La tercera y última jornada de Woodstaco comenzaba con un inevitable sabor a despedida y el deseo profundo de que esta fuera una edición más y no la final, mientras que algunos visitantes ya iniciaban el éxodo cuando aún quedaban varios cartuchos por quemar y bandas que escuchar, como por ejemplo Slow Voyage quienes hicieron su aparición sobre el escenario Blesstaco a la una de la tarde para iniciar el despegue a las tierras del shoegaze y la neopsicodelia noventera con su habitual muralla de guitarras expansivas transitando entre la fiesta madchesteriana y el acid rock de largo viaje, rodeados de frondosos árboles y en medio del bosque sonando con gran nitidez, en las últimas horas de Woodstaco la banda angelina armó una contagiosa estación de crudo y distorsionado psych rock sellando el encuentro a plena luz del día con su ya infaltable neo dub The Last Sunset, en su volátil y extendida versión con la audiencia entregada al ritmo y al delay.

Varios elementos saltan a la vista, al presenciar y vivir Woodstaco Fest en ésta, su fiesta cúlmine, y sobre todo al mirar todo su trayecto en retrospectiva. Uno de ellos, es esa forma austera, artesanal y, por sobre todo, realista y estrictamente musical que impera en el hacer del festival, una forma que está al servicio de él, no como evento o atracción, sino como un encuentro donde lo que prima es la música. Entender ese sencillo punto, es algo que pocas veces ha ocurrido en el contexto chileno al momento de desarrollar un festival musical de ROCK con mayúscula, independiente y de carácter subterráneo en el país del lucro indecente y de los booms al estilo jurel tipo salmón- dicho eminentemente chilensis-. Ese sencillo – pero muy difícil de lograr- aspecto quizás sea una de las grandes respuestas para comprender la consolidación alcanzada por el festival en sus catorce años de vida, y su consiguiente huella en la escena local y en todos sus públicos receptores.

Lejos de toda clave neoliberal, toda una hazaña para un evento cultural en Chile, Woodstaco supo mantener el foco de su origen, estableciendo todo un entramado donde primara la experiencia musical directa y de calidad, sin grandes adornos, ni parafernalias más que el elocuente y gigantesco paraje natural, escenario de escenarios en todo esto, y con él, el sonido, la música, el arte, las bandas, los músicos, las músicas, las y los equipos técnicos, y las audiencias.

Cocinado a fuego lento, paso a paso, Woodstaco llegó a ser lo que fue en estos catorce años, un festival musical de rock, no solo como un mero y manoseado  título, sino que desarrollando esa idea y ese concepto dentro de sus posibilidades, de acuerdo a las características reales de un país como Chile y de una escena local como la que aquí existe, donde la industria sigue siendo solo un grandilocuente nombre, y no un hecho. Y por ello, un festival de estas características no puede sustentarse más allá de lo que ya se ha sustentado sin convertirse en un recuerdo de sus primeros años y en otro ejemplo de comercialización excesiva y descriteriada. El festival se despide en lo alto, y ciertamente con la sabiduría suficiente para bajar el telón antes de vender el alma al diablo y perder el rumbo. El precedente ya ha sido sentado.

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Rossana Montalbán

Rossana Montalbán es periodista, investigadora y escritora. Fundadora y editora general de Crónica Sonora. Autora del libro “Tanto insistir" biografía de los pioneros del hardcore melódico BBS Paranoicos. Investigadora en género y feminismos en la música. Coordina desde 2021 el Club de Lecturas para Subir el Volumen: Música, género y feminismos. Ha colaborado con el Observatorio Feminista del Libro RedFem, Mujeres Críticas de Música. Ha escrito para diversos medios digitales e impresos entre ellos Grinder Magazine, Fotorock.cl, Revista La Noche, o la revista de crítica cultural Luzes de Galicia. Actualmente se encuentra trabajando en su segundo libro.

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