DISCHARGE: EL PUNK ES UN CADÁVER PUDRIÉNDOSE
El sonido y el mensaje de Discharge fueron la cachetada final que el punk venía anunciando desde su primera generación. Desde entonces, la banda ha encarnado la furia y la disrupción con todo tipo de Establishment, sobre todo, con el de su propia etiqueta musical, marcando el rumbo hacia la conversión más extrema y pesada de ese género que se alejaba de sus preceptos. Finalmente, tras dos cancelaciones anteriores, los ingleses se presentan en Santiago, este sábado 15 de junio en Teatro Coliseo.
Por Cristóbal Durán / redacción Crónica Sonora
El punk nació muerto, qué duda cabe de eso. Pese a que el punk podría haber significado una respuesta fuerte a la extenuación de un sistema basado en el culto a la figura del héroe rockero –una figura casi sin variaciones–, lo cierto es que solo se contentó desde su principio a repetirla y darle nuevos bríos. Desde luego, la cuestión no solo apunta a Sex Pistols, quienes en su remate decisivo son un producto genial de Malcolm McLaren y de su industria de una moda integral, también podríamos decir que incluso un Darby Crash no está exento de las marcas de una posteridad heroica basada en la versión más drástica y ruinosa de la consigna “vive rápido y muere joven”.
Pero el punk no es solo eso. Toda una generación que le pisó los talones a los Pistols, a The Clash o a The Damned, ya no quiso saber nada del rock que actúa como sufijo determinante en el punk-rock. La importancia de Discharge es justamente la de haber actuado como un eslabón entre ambos mundos. Uno en el cual el punk quiere ser un epítome del rock y descarriarlo irónicamente en su propio territorio, y otro en el cual tiene que abandonar al rock y buscar las maneras de hacer algo nuevo, que cause algo de repulsión a las apropiaciones culturales que ya desde “Anarchy in the UK” incomodaban a ambos mundos.
Con Discharge se empieza a delinear un proyecto. La música tenía que volverse menos audible, menos familiar y, al mismo tiempo, el mensaje tendría que parecer más reactivo para quienes todavía podían esperar algo del thatcherismo en curso. En una clave anarcopacifista, que en sus líricas e imaginario exponía en negativo los monstruosos efectos de la carrera armamentista y de la guerra nuclear, Discharge tomaban el ideario de unos Crass, pero con un espíritu mucho más directo en términos gráficos. También a diferencia de la banda de Steve Ignorant, deformaron su música, inicialmente mucho más cercana a las primeras camadas de punk-rock británico (se puede escuchar hoy sus demos de 1977 en varias ediciones), pero para ir oscureciendo y haciendo cada vez más violenta su forma tanto lírica como sonora.
Sónicamente, Discharge arrastra el rock a sus formas mínimas, despojándolo de adornos y llevándolo al extremo, tratando de hacer audible las imágenes de un apocalipsis irremontable. Las guitarras suenan cada vez más pesadas, chirriantes y distorsionadas. La voz áspera y cruda de Cal Morris, abandona el carácter melódico que esperamos que la voz cumpla en el rock, y que con gritos exasperados parecieran decirnos algo sobre un panorama oscuro que la primera generación de punks británicos todavía no conseguía (o se resisía a) constatar plenamente. Ritmos repetitivos y un sonido de bajo aplastante van dando forma a una sonoridad que linda en la violencia tribal y que se va haciendo cada vez más rápida, disco tras disco. En términos líricos, el mensaje es totalmente directo y confrontacional, llegando a ponerte como parte implicada en los desastres que se da por tarea describir. Temas frontales y sin mediaciones, breves disparos crudos e irrefrenables, donde se hace sentir los ecos de discos como Bomber u Overkill de los primeros Mötörhead o del sonido contemporáneo de sus compatriotas de Venom.
El sonido acuñado por Discharge con la formación que le dio su sello tan distintivo, y que hizo de la violencia una especie de consigna sónica, se encuentra notablemente en rápida evolución en sus primeros EPs, que se sucedieron muy rápido entre 1980 y 1981, al alero del sello Clay Records, que nacía justamente con esta transformación de Discharge, y que sería la casa de bandas como GBH o English Dogs. Reality of War, Fight Back, Decontrol y Never Again, junto al 12 Why, de 1981, le darían base a ese sonido que sería tan característico, y que iremos viendo endurecerse en toda una tradición, que va de los británicos de Amebix, Antisect, Hellbastard o Extreme Noise Terror, o en los suecos de Anti-Cimex, por solo mencionar a un puñado. Ese sonido, llámeselo Crust o D-Beat, primero se lo llamó simplemente Hardcore-punk, y se alejaba considerablemente de la primera época punkrocker de la banda, un punk que quería emular a las glorias del ´77, pero ahora yendo cada vez más a un plano expresivo de composición mínima, como si quisieran sacrificar los lugares comunes del rock que todavía sobrevivían en el punk para llegar a alcanzar una potencia sónica que solo se había visto en el heavy metal en ese entonces.
El EP Why puede ser un buen punto de partida para entrar en ellos. Los pone en la senda de un sonido más violento que el de sus grabaciones previas, mostrando así que se trataba de ir cada vez un poco más allá. Desde su portada, que mostraba tres imágenes muy
explicitas de masacres, así como el inicio completamente ruidoso de su track de apertura, Visions of War, unido a letras que seguían siendo monolíticas y minimalistas hasta el extremo, pero trabajadas como pequeñas piezas de joyería que eran escupidas con total violencia y furia por la voz antimelódica de Morris, el breve disco en cerca de 15 minutos conseguía algo inaudito y germinal para el género. En muchos sentidos, de ahí vendría parte importante del hardcore punk futuro, sin obviar al thrash, al death metal y toda la exploración de la violencia sonora que ya no se detendrá desde mediados de los 80. Con ello se puede decir, con toda razón, que Discharge no solo creó un sonido propio, sino que agregó un elemento insoslayable para el futuro de quienes se mantendrían fieles al mandato de dicho extremismo y que de distintas maneras reinterpretaron, sabiéndolo o no, el proyecto de los británicos.
Mayo de 1982 ve la aparición de su primer álbum, el clásico Hear Nothing See Nothing Say Nothing. Un sonido mucho más logrado, con riffs sólidos y con un trabajo de guitarras que se permite mayor cantidad de solos, breves pero incisivos y desesperados. 14 temas con aspiración de ser clásicos, cada uno a su manera. Una obra que se separaba resueltamente del punk-rock, y que lo hacía volcándose hacia un sonido metalizado, hipnótico, con letras nihilistas, directas y devastadoras, convulsivo y sin concesiones.
Difícil de corear, difícil de bailar, casi se podría decir que en él algo del rock & roll parece haber firmado su acta de defunción. Incluso tenemos un tema repetitivo y golpeado, minimalista hasta el cansancio, pero no por eso menos drástico, como “Free Speech for the Dumb”, que se limita a reiterar una y otra vez su título. Ese par de años parecieron ser suficientes para hacerse un gran nombre. Porque desde su EP Warning, de 1983, asistimos a un progresivo cambio en el sonido de la banda. Cada vez más radical, el sonido de Discharge se va volviendo más afable para quien escucha, con ataques menos directos, menos repetitivo, con una voz que se hace cada vezmás audible y con una disminución creciente en su velocidad, llegando a aproximarse en sus estructuras cada vez más al heavy metal. Los solos de guitarra se hacen más cercanos almetal de esos años, y los cambios de formación empiezan a afectar la carrera de violencia que la banda vio en su pick entre 1980 y 1982.
Pero la transformación ya es completamente drástica para su segundo larga duración, Grave New World, de 1986. Temas largos, incluyendo un inaudito “The Downward Spiral” de 15 minutos, ya sin ni siquiera mantener su imagen característica ni su logo, y con una voz de Cal Morris aguda y emulando el glam que parecía una marca obligada por esos años. Quizá tentados por la fama que podría llegar con ello, la banda se acercó peligrosamente a la construcción de una música mucho más amable para el mainstream pero que, paradójicamente, al mantenerse asociada líricamente a su pasado, no consiguió repercusión alguna. Las vocales extrañamente agudas de Morris anunciaron la muerte de la banda, que regresó entrando a la década de los 90, con un regreso que intentó acomodarlos con un sonido más próximo al metal alternativo que pujó por esos años, con dos discos, Massacre Divine y Shootin’ Up the World, que no dejan de ser interesantes como testimonio de una banda tratando de acercarse desde otro lugar al sonido que contribuyeron a forjar a inicios de los 80.
Una nueva separación de media década tuvo lugar antes de que volvieran el 2002 con un disco homónimo, donde la banda busca regresar con nuevos bríos a su sonido más temprano, y trata de volver a posicionarse por derecho propio en las huestes de las bandas
de D-Beat y de Hardcore Punk. Con el regreso del guitarrista histórico Tony Bones (que había definido todos los riffs de su época gloriosa, y que había abandonado la banda muy temprano para formar a los también fundamentales Broken Bones), y todavía con la voz de Morris, la banda busca retomar su sonido seminal, su apariencia y su nombre. Ahora en 2024, con JJ Janiak en las voces, con un último larga duración de 2016, End of Days, y con la imagen y puesta en escena que le dio el lugar que tienen en la historia del punk (de lo que fue, de lo que no debió ser y de lo que pudo ser…), Discharge vuelve a sonar con fuerza. Retoman sin reservas un clásico tras otro: “The Blood Runs Red”, “Hear Nothing…”, “A Look at Tomorrow”, “Drunk With Power”, “Protest and Survive”, y los escupen sin freno para volver a recordarnos lo que parece estar mal, como si su sonido fuera una extraña
mosca en el oído que no nos quiere dejar.
Y es que, querámoslo o no, Discharge nos dijo algo muy simple, hablando desde la cuna neoliberal, conservadora, del thatcherismo de inicios de la década de 1980. Nos dijo al oído que estamos donde estamos porque cada uno, activamente, ha estado jugando su
juego. Sus temas son consignas, pero que no se contentan con los reclamos. Exigen tomar posición de alguna forma, y lo hacen recordando la miseria del sistema con una incomodidad sin maquillar. El muro de sonido producido por las cuerdas, los golpes
repetitivos de la batería, los gritos… todo eso nos pone medio a medio, sin preguntarnos, en un lugar incómodo. No por nada su gira mundial, que ahora por fin los trae a nuestro país, se llama como uno de sus más clásicos temas, “A Hell on Earth”, tema de 1982 que ya nos hablaba del calor sofocante que experimentan esos hombres, mujeres y niños que gimen de agonía por los intolerables dolores de las quemaduras provocadas por el desastre nuclear. Hoy ya es todo el planeta, y la imagen de un Hiroshima se ha trocado en Chernóbil, y en toda la tierra.
Quizá Discharge estén aquí para recordarnos que “el punk es un cadáver pudriéndose”, en descomposición, como nos recordaba esa canción compuesta por la primerísima formación de Napalm Death en 1981. Una época en la que Discharge estaba en el aire, y que, en ese gerundio de los grinders de Birmingham, nos repetía en voz alta que para que quede algo de punk tiene que seguir pudriéndose. Apestar, como la única manera de causar rechazo y decir eso que nunca hemos querido escuchar.