COLUMNAS

UN VIAJE POR EL TIEMPO Y LA MEMORIA.

UN VIAJE POR EL TIEMPO Y LA MEMORIA.

El pasado 12 de enero se llevó a cabo el PRIMER ENCUENTRO DE LITERATURA MUSICAL 2020. Un encuentro que reunió a autores, editores, músicos, libreros, periodistas y divulgadores en la galería Gran Refugio de barrio Bellavista.  Uno de sus organizadores fue el músico, escritor y productor, Cristóbal González Lorca, autor de Latinoamérica es grande. La ruta internacional de Los Prisioneros, quien nos relata parte de la jornada en la siguiente crónica.

 

UN VIAJE POR EL TIEMPO Y LA MEMORIA 

POR CRISTÓBAL GONZÁLEZ LORCA

FOTOS POR ÁLVARO PARDO/CRÓNICA SONORA

 

La tarde del domingo 12 de enero hicimos un viaje, un hermoso e intenso viaje por el tiempo y la memoria. 

Aunque nueva, la galería Gran Refugio tiene, en sí, una mística muy especial, ya que desde un comienzo ha sido un espacio importante para el actual momento social. El año pasado tuve la oportunidad de conocerla cuando el músico y productor Cenzi, beat maker histórico de Makiza, lanzó allí el libro sobre la banda. Y pensamos: qué gran lugar.  Durante este tiempo, en ella se han levantado exposiciones de fotografías del estallido e ilustraciones del querido perrito negro Matapacos, todo en apoyo a los voluntarios de la salud en las marchas. Y allí mismo se ha construido y reconstruido la escultura móvil gigante del adorable quiltro. El lugar ha sido realmente un refugio y un punto de encuentro para muchos, a pocos metros de la Plaza de la Dignidad. Precisamente, semanas atrás, cerca de Dignidad, Cenzi comenzó a grabar un tema y un vídeo con diversos raperos y músicos lanzando sus rimas y versos sobre el momento. Una producción que pronto podrá verse. En ella, aparece Mauricio Redolés cantando en el memorial de su tocayo Mauricio Fredes, víctima de la represión y persecución policial. Redo participa cantando y rapeando versos de su tema La Turba, acompañado fielmente por los chicos de la primera línea:“Ese lugar ya no es Chile, no es plaza Italia, la energía ahora ahí es otra y es muy fuerte, estar ahí es entrar en otra dimensión, hoy es un lugar realmente metafísico”, diría el poeta. Pues bien, el día 12, la galería también tuvo algo de eso. Entrar en ella fue meterse a una máquina espacio temporal que nos ayudó a revivir episodios escondidos de nuestra historia musical.

 

 

UNA HISTORIA ORAL

El relato de Fabio Salas nos condujo a la etapa final de la dictadura, al año 87, al under chileno, al contexto social que vio nacer su primer libro, hoy re editado, el gran EL GRITO DEL AMOR. Rock, sueños de liberación, pasión, impulsos todos de una época que alimentaron el oficio de escritor de Fabio, autor de muchísimos libros. Nuestro primer y querido chilean rock writer.

Luego vino Emiliano Aguayo para contarnos de sus libros con Jorge sobre González y sobre el pop rock de los 80, investigaciones que aportaron grandes datos, información, resituando a Jorge y explicándonos mejor el movimiento. Emiliano defendió eso, la pasión, el amor y la convicción del que ve historias que otros no han visto, como la historia aún no publicada de los músicos chilenos de Charly García en la que Emiliano ha estado trabajando.

Miguel Wolter de Maske Ediciones agradeció a Emiliano por la inspiración que le brindó el libro Maldito Sudaca y se lanzó a hablar del para nosotros mítico texto Tumbao Rebelde que hicimos el 2016, y de sus hermosos libros de ilustraciones de los miserables y Ana Tijoux; punk y rap, distintas músicas, mismo mensaje, una idea que aparecería varias veces más en la tarde.

Cenzi, el hijo de la Rosa de los vientos, nos invitó entonces a su viaje, en Aerolíneas Makiza, desde Canadá a Chile, un país con divisiones, términos para encasillar y separar como cuicos y flaites y un rap precario, que al comienzo Cenzi rechazó y luego respeto. Rap chileno, historia de ese movimiento y el aporte de Makiza, con cuatro cabezas que venían desde otros lugares a enriquecer y refrescar el movimiento. Todo eso está muy bien explicado en su libro. 

El viaje por el tiempo y la memoria siguió. Rossana Montalbán, de Crónica Sonora, Fernanda Schell de Rockaxis, Ximena Muñoz de librería Kalimera y Carlos Reyes, guionista de cómics, comentaron el catálogo de Santiago Ander. Rossana leyó un completo texto, repasando cada uno de los libros, las antologías, el de Pogo, el mío de Los Prisioneros, citando el prólogo de Emiliano, un texto que me recordó porqué estamos allí.

 

 

La tarde avanza mientras Polilla Records pone cada vez mejores vinilos. Redolés llega con su bastón, Lalo Meneses arriba en bicicleta. Llega el momento para la siguiente conversación.

En instantes allí están, la periodista musical Johanna Watson, comunicadora y amiga. La leyenda poética, Redoles. El pionero del rap, Lalo, y el gran Malaimagen, un panel de lujo para comentar mi libro. La gente los saluda y se toma fotos con ellos. Modera Rossana, dándole forma y sentido a esa diversidad hermosa de miradas. Johanna destaca la nostalgia por los 80, el casete, las revistas y el valor de estas historias desconocidas de los prisioneros que rescatamos en el libro. Guillermo Malaimagen agradece un libro no farandulero de una banda que vio poco en vivo pero que siempre respetó. Guillermo a su vez declara sentirse feliz pues siempre lo invitan a hablar de ilustración, y él, además de dibujante, es músico. 

Lalo habla de los prisioneros cómo el primer grupo blanco que le interesó. Del valor de sus letras para los jóvenes de población que valoraban el contenido, pero querían también modernidad. De los mitos de los viajes al exterior aclarados en el libro. De sus encuentros con Jorge, “un maestro al que no accedí en los 80, del que luego- pese a haberlo criticado- pude aprender y fue generoso”, dijo.

Redolés y su memoria única, su pupila insomne, ofrecen el mejor viaje de todos. Nos lleva al corazón de los 80, al café del cerro, a la disquería fusión, a Carlos Fonseca, al Teatro Cariola, con los violadores y la señora de las cinco décadas, retornada, con el pelo rojo y gritándole “moralistas” a los prisioneros. La respuesta de González impacta y saca risas en el auditorio. Mauricio dice que aunque los verdaderos héroes anti dictadura fueron otros, para él, – cosa que el mismo Jorge González ha admitido- el valor creativo y de impacto de la banda es muy grande y este libro en ese sentido es un aporte. 

 

 

Nuestro encuentro terminó de la mejor forma posible. David Añiñir nos llevó con su relato a observar a esta misma banda de San Miguel desde la esquina mapurbe, poblacional, combativa. Invita a su colaborador a recitar, y cierran ambos una jornada notable, donde juntos celebramos a la literatura musical como un espacio maravilloso de rearticulación de la memoria de un país, un territorio, o continente. 

“Hoy estuve con grandes escritores de rock, pop, y punk, aprendiendo sobre todo. Conocí gente importante, gente interesante y también gente fanática de los libros de música”, escribió horas después Cenzi, quizás el más reciente y “nuevo” de todos los autores presentes esa tarde. Una tarde en la que viajamos tres décadas o quizás cuatro, a través de libros, testimonios, recuerdos y canciones, redescubriendo nuestra historia común. Lo cierto es, que a nosotros nos une relevar lo que es importante relevar, aquello que algunos pretenden que olvidemos o ignoremos. Nuestra literatura entonces cumple un rol, de lucha contra el olvido y el desdén, nuestros libros relevan la memoria, y eso es importante, porque la memoria política, social y cultural de un pueblo es fuerte y también revolucionaria.  

 

SONIDO DE PELÍCULA: VIAJE AL CABO DEL MIEDO

SONIDO DE PELÍCULA: VIAJE AL CABO DEL MIEDO

Usualmente cuando pensamos en películas de terror se nos vienen a la mente las casas embrujadas, los exorcismos o al mítico Pennywise (It). También podemos pensar en criaturas demoníacas u otros fenómenos paranormales. Sin embargo, para mí una buena película de terror es aquella en donde personajes comunes se ven expuestos al extremo de sus capacidades y en donde personas cargadas de maldad y odio dan rienda suelta a sus más crueles planes. El miedo de ser atacado, de sentirte vulnerable, de sentir que no te puedes proteger, ni tampoco proteger a tu familia, sentir la necesidad de buscar ayuda, pero al mismo tiempo saber que estás sólo y nadie puede ayudarte, donde te ves en la urgencia de extremar recurso y poner en juicio todos tus valores para poder sobrevivir o salvar la vida de alguno de tus seres queridos.

Ese el caso de Cabo de Miedo (Cape Fear), película que, además, cuenta con uno de los soundtracks más terroríficos de la historia. Aquí es necesario hacer una pequeña acotación, pues en esta entrega me centraré en Cabo de Miedo (1991), el remake de Martin Scorsese para el film del mismo nombre de 1962, dirigido por J. Lee Thompson. Se preguntarán por qué: simplemente porque la versión de Scorsese la he visto más veces y porque el soundtrack es “casi” el mismo, ya les explicaré.

 

 

 

Para quienes no han visto la película, les cuento que la historia se centra en Max Cady (Robert De Niro), un exconvicto que después de pasar 14 años en cárcel, decide ir a buscar venganza en contra de su abogado Sam Bowden (Nick Nolte), a quien acusa de haberle jugado chueco para enviarlo a prisión. 

 

 

 

 

Sam tiene una bella familia compuesta por su esposa Leigh Bowden (Jessica Lange) y su hija adolescente Danielle Bowden (Juliette Lewis). Max de inmediato pone en marcha su plan, comienza a hostigar a Sam, acorralarlo hasta el punto de hacerle sentir vulnerable. La inseguridad de Sam comienza a provocar un desbarajuste emocional en la familia y, poco a poco, todo se va transformando en una pesadilla brillantemente orquestada por Max, quien incluso, haciendo uso de su experiencia como seductor de adolescentes, comienza a manipular a Danielle hasta casi enamorarla y ponerla en contra de sus padres.

Robert De Niro usó todos los recursos posibles para darle a su personaje un aura de maldad inigualable. Durante meses ejercitó para obtener musculatura adecuada, además de decorar su cuerpo con decenas de tatuajes con mensajes y símbolos religiosos. En toda su espalda se puede apreciar una gigantesca cruz de la que cuelga una balanza donde a cada extremo se puede leer “Truth” (verdad) y “Justice” (justicia), junto con los otros mensajes de venganza sacados del antiguo testamento. Su trabajo no se limitó solo a eso, De Niro también pasó semanas investigando sobre el comportamiento de psicópatas sexuales. Sin embargo, lo más extremo que hizo Robert fue pagarle a un dentista cinco mil dólares para que le destruyera su dentadura, ya que insistía en él su personaje debía tener esa característica –20 mil más le costaría recuperarla–.

 

 

Pero todo ese trabajo estético y psicológico de De Niro no hubiese estado completo sin una música que sellara la imagen de Max Cady. Esa música que al escucharla te pone los pelos de punta, porque viene desde lo profundo, como sacada directamente del infierno; ese tema que te paraliza porque sabes que en esa noche oscura aquella figura que camina a ti con la luna iluminando su camino y con esa música como una fanfarria anunciando su llegada no significa otra cosa más que tu condena.

Esa música es obra del maestro Bernard Herrmann (1911-1975) y también del genial Elmer Bernstein (1922-2004). Herrmann compuso el tema original para Cabo de Miedo (1962), y cuando Scorsese decide rodar el remake en 1991, Bernstein le recomendó usar el mismo tema principal. En un comienzo Martin estaba un tanto dubitativo, pero terminó aceptando la idea y Bernstein tomó la partitura de Herrmann, hizo unos cuantos arreglos y nos regaló un tema tan terrorífico que incluso ha sido utilizado en otras películas o en el clásico capítulo parodia de Los Simpsons “Cabo Miedoso” (Cape Feare), donde Bob Patiño intenta asesinar a Bart.

 

 

 

De la música de Herrmann prometo hablar en otro capítulo, pues su aporte y legado son incalculables. Quienes no lo conocen se sorprenderán. Con respecto a Bernstein, quien también tuvo una carrera muy exitosa, con dos Globos de Oro, un Oscar y otras 14 nominaciones, podemos decir que sentía un profundo respeto y admiración por el trabajo de Herrmann: “Creo que él [Herrmann] no hubiese estado contento con mi trabajo y probablemente me hubiese reprendido por lo que estaba haciendo”, declararía Bernstein en una entrevista.

 

 

 

Pero Bernstein no sólo usaría la música de original de Cabo de Miedo, sino que también echaría mano a la música descartada que el mismísimo Herrmann había compuesto para “Torn Curtain” (Cortina Rasgada) de Alfred Hitchcock. Bernstein usaría estas pistas para el clímax de la película agregando ese toque de tensión y angustia propios del sentimiento de la familia Bowden.

 

 

Si bien Scorsese insiste en que Cabo de Miedo no es una película de terror, sino un thriller criminal, yo creo que no hay cosa más de temer que la mera idea de un psicópata que quiere violar a tu hija para luego violar a tu mujer y luego asesinarlos a todos. La mera figura de Max y la genialidad musical de dos monstruos como Herrmann y Bernstein posicionan esta obra como una de las más desquiciadas que he visto. No en vano De Niro fue nominado a un Oscar por su interpretación, perdiendo ante Anthony Hopkins (El Silencio de los Inocentes), y compitiendo con Robin Williams, Warren Beatty y Nick Nolte. Juliette Lewis también fue nominada como mejor actriz de reparto, y con justa razón, pues su actuación es notable.

 

 

 

Para felicidad de todos los que amamos esta película y nos fascinan las bandas sonoras, el soundtrack de Cabo de Miedo se encuentra disponible en Spotify y también pueden escuchar la versión de la banda Fantomas, quienes el 2001 lanzaron el disco “Director’s Cut”, donde incluyen el cover de Cabo de Miedo con el puro estilo oscuro y descabellado de Mike Patton.

 

 

 

DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE DISCOS : PAINT IT RED

DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE DISCOS : PAINT IT RED

En la columna anterior hablé acerca del lugar que el Let love in ocupaba en la historia de Nick Cave.

Hoy le toca a los Prefab Sprout, esa banda que para mí siempre ha sido como ese taxista que, aunque te pongas audífonos, no deja de hablarte. Un taxista que mezcla lo religioso, las rutas de Elvis, Kerouac y el western a lo Lee Hazlewood sin andar seduciendo a lo Arjona.

No hablaré de esta vez de esa obra colosal llamada Steve McQueen, sino de una que parece haber llegado muy tarde o muy temprano al tiempo en el que le tocó vivir.

 

 

Se llama Crimson Red y si usáramos una metáfora un poco exagerada, se parece al Corazones de Los Prisioneros. Esos discos que mantienen un nombre en plural para empezar a decir lo que siempre se quiso decir en singular. Como si uno fuera Vito Andolini pero siguiera sacando discos con el nombre de Corleone.

 

 

 

Crimson se llama así por el pintor Mark Rothko, ese que se tomaba tan literalmente los colores que los volvía abstractos. Tal vez esa sea una de las razones por las cuáles Paddy McAloon le llamaba Steve McQueen a los discos (metiendo fotos de motos en la tapa) e ironizando sobre la cultura norteamericana en frases como: “Brucie dream life´s a highway too many roads bypass my way”. Pero poco a poco una diáspora empezó a alejarlo de la idea esa de que el enemigo es externo e incluso que la ironía, te va a salvar de algo.

Sumemos peleas con los sellos, un ostracismo estilo el Walden de Thoreau y enfermedades al oído y a la vista.

 

 

 

Si pensamos que Let’s Change The World With Music es un disco de demos que grabó Paddy para lo que debía ser la continuación de Jordan: The Comeback, siendo rechazados por el sello, y que I Trawl The Megahertz fue la manera de lidiar con el doble desprendimiento de retina que lo dejó casi ciego y lo obligó a componer de otra forma, Crimson red es la verdadera vuelta del autor desde el 2001.

Paddy se retiró del mundo pero no se fue a vivir al bosque estilo Into the Wild a hacerle himnos hispters a la naturaleza, sino que se fue a tratar de lidiar con su historia hecha de retazos de memoria. Como si la idea de quedarse ciego lo hiciera volver a pensar en la memoria del color. Del Crimson al Red.

 

 

 

 

Esa tal vez sea la mayor virtud de este disco, ser como ese cubre plumón, lleno de manchas de café que un día se mezclaron con migas de galletas y armaron una especie de Pollock, ese que aún crees que puede seguir cubriéndote más del frío que un plumón nuevo.

Ese almohadón de plumas armado de Quiroga y de Freddy Krugger y de todas y cada una de las pesadillas con las que naciste y que alguna vez te dieron miedo y que en el ejercicio de olvidar, volvieron a aparecer más grandes que antes. Esta vuelta de McAloon es como Ledger en la de Nolan, robando una ambulancia para salir a atropellar a todos los fantasmas que aún siguen vivos en la cabeza de tu ciudad.

 

 

 

¿Y cómo parte Crimson Red?

Con una canción llamada The best jewel thief in the world:

 

 

“Masked and dressed in black

You scramble over rooftops

Carrying a bag, a bag marked swag

You’re the best jewel thief in the world”

 

 

 “Tengo cajas llenas de cancioncitas en casa”, decía Paddy cuando lo entrevistaron por este disco, y lo que pudiera haber sido un single cualquiera termina siendo una metáfora de lo que para Paddy es el oficio de escribir canciones.

Si en el pasado te hablaba de McQueen, acá te cita de una pasada a los Blue Nile, y al Cary Grant de To Catch a Thief. Si Paul Buchanan en los Blue Nile cantaba:

 

“I walk across the rooftops

The jangle of Saint Steven’s bells

The telephones that ring all night”

 

Hitchcock, te mezclaba imágenes de gatos en los tejados mientras Cary afanaba.

 

En List of Impossible Things, Paddy se pone a pensar en Sinatra y lo llama Francis Hoboken. Y acá ya podemos ver la genialidad de McAloon que, frente a sus operaciones al oído y a la vista, se pone a hablar de ese al que le llamaban la voz, eso que tal vez sea lo único que le quede entre tanto huracán de soledad y enfermedades.

 

 

» Take your cracked violin

Let the music begin

And sing like you’re Francis Hoboken

 

If your voice is all shot

It’s still the best one you’ve got

You’re a work of art that’s broken «

 

 

Encerrado como Thoreau en Walden, en la 3, se pone a pensar en la adolescencia y vuelve a esas motos citadas en el Steve McQueen que salían en la tapa y acá tal vez esté la primera razón por la cual el Crimson es un disco muy grande.

Adolescense habla no sólo de venenos, romeos y capuletos o de la mala poesía, sino que cruza toda la historia de una banda y de cómo alguien vuelve a pensar la música o la escritura.

 

 

 

“Romeo, romeo, inconstant? Never” canta Paddy y me pongo a pensar en cómo pasó de esa época en que jodía con las letras de Bruce, a esta en donde pasa de Shakespeare, en la 3, a homenajear a Dylan en la 10, la última del disco.

 

 

You roar right out of Nowheresville

To find the beating heart

Cryptic, elusive, smart

Mysterious from the start

The gift of anonymity

Inventing your own past

Hobo jive on overdrive

Your energy is vast

Hobo jive on overdrive

Your energy is vast”

 

 

Este disco creo que se parece a ese personaje de Saramago en “Ensayo sobre la ceguera” que un día parado ante un semáforo en rojo (como si fuera un cuadro de Rothko) se queda ciego súbitamente.

El Crimson, es la manera en que Paddy creyendo que iba a perder los ojos al estilo de la profecía de Edipo, se pone a escribir de las cosas que rescataría del naufragio. El naufragio de ese espejo roto del lago, que un día tal vez, ya no te refleje.

 

 

“No sé porqué escribo como escribo. No siempre quiero decir lo que estoy diciendo, no estoy expresando mi punto de vista sobre algo; es como si escribiera el guión de una película. Sí que uso muchas cosas del subconsciente; esas líneas que me llegan a la mente y no acabo de entender, pero sé que debo usar. Y así pueden surgir grandes canciones. Es como la poesía. Exige cierto trabajo al oyente”.

 

JERRY LEE LEWIS: EL FUEGO QUE NO SE EXTINGUE

JERRY LEE LEWIS: EL FUEGO QUE NO SE EXTINGUE

Jerry Lee Lewis (Luisiana, Estados Unidos, 1935) es un sobreviviente, en todos los sentidos de la palabra. Cantante y pianista, ícono de la rebeldía juvenil de los años ’50, apodado “The Killer” por su rebeldía y actitud, Jerry Lee Lewis es uno de los personajes que cambió para siempre la historia de la música popular, llevando el peligro y la rebeldía en el rock and roll a niveles que jamás se habían visto. Por algo, en un artículo del año 2006, la revista Rolling Stone dijo que, al lado suyo, “Keith Richards es tan tranquilo como Mickey Mouse”.

 

 

Jerry Lee Lewis demostró desde pequeño ser un prodigio del piano. Sus influencias se movían entre géneros como el country el boogie-woogie y el gospel. Sin embargo, y a pesar de su fuerte formación religiosa, Jerry comenzará muy joven a demostrar que era un verdadero “real wild child”. Sus presentaciones en vivo eran una locura: Jerry aporreaba el piano con fuerza, tocaba con los codos, con los pies, bebía alcohol y a menudo terminaba borracho sobre el escenario, y movía las caderas, quizás sin tanta soltura como Elvis Presley, pero de una manera que era una invitación real —y salvaje— al sexo.

 

 

Convencido de su talento, y literalmente con lo puesto, viajó a Memphis, durmiendo en la puerta de la Sun Records —sello que ya había publicado a Presley— hasta que logró una audición. Fue así como llegó su primer éxito: Whole Lotta Shakin’ Goin’ on. Al principio, Sam Phillips, el dueño de Sun Records, se mostró bastante desconfiado de publicar una canción con “tanto contenido sexual” (no olvidar que estamos hablando de 1957). Sin embargo, la canción fue un éxito en todo el mundo, vendiendo más de seis millones de copias. Aunque fue censurada en muchos programas de radio y televisión (en The Ed Sullivan Show, por ejemplo, fue rechazada y calificada de “inmoral”) las presentaciones en vivo de Jerry Lee eran rotundos éxitos y su legendaria versión en vivo en televisión, en el Steve Allen Show, es todo un hito en la historia del rock and roll.

 

 

«Mi primer contacto con el rock and roll fue una tarde en que vi por televisión a Jerry Lee Lewis. Fue algo que me dejó muy sorprendido, es que para mí él era de otro planeta», señaló al respecto en una entrevista Eric Clapton.

 

 

Pero el mayor éxito de Jerry Lee Lewis vendría solo unos meses más tarde con la canción Great Balls of Fire. El tema, también censurado y rechazado por muchas emisoras radiales y canales de televisión por considerarla “blasfema”, fue número 1 en ambos lados del Atlántico y hasta el día de hoy es considerada pieza fundamental de la historia del rock and roll y de la música popular, vendiendo más de cinco millones de copias en todo el mundo solo en los diez primeros días tras su publicación. A pesar de las críticas de los sectores más conservadores y de llegar a ser catalogada como una canción “poseída por el demonio”, Jerry Lee lo había conseguido: se había convertido en el más exitoso músico de rock and roll, superando a su amado y odiado colega Elvis Presley. La canción hasta el día de hoy es uno de los platos fuertes de Lee Lewis y ha sido versionada, entre otros, por The Crickets, E.L.O., Aerosmith, Bon Jovi, Tom Jones, Misfits y Fleetwood Mac.

 

 

Una muestra clara del carácter rebelde y altanero de Lee Lewis ocurrió cuando, en el Brooklyn Paramount Theatre de Nueva York, y siendo Great Ball of Fire la canción número 1 en los charts, se le asignó el puesto de telonero de Chuck Berry. Jerry Lee se negó, argumentando que él era el primer lugar en las listas, pero Chuck Berry había pedido expresamente en su contrato que él debía cerrar el show. Jerry Lee Lewis subió al escenario sin emitir más palabras, hizo su show habitual, hasta que en el número final —la canción Great Balls of Fire— se levantó de su silla, tomó una botella de Coca-Cola llena de gasolina y la vertió sobre el piano antes de prenderle fuego. El show terminó con un Lee Lewis tocando de rodillas, entregado al público, mientras el piano ardía en grandes bolas de fuego. La audiencia estaba descontrolada, desbordada, tanto así que el espectáculo posterior de Chuck Berry no pareció más que una inofensiva colección de canciones bailables.

 

 

Los hits seguían: Breathless, Wild One (Real Wild Child), High School Confidential, entre otros. “The Killer” se encumbraba en la cima y su figura le hacía sombra al mismísimo Elvis Presley. Pero su carácter y su vida personal comenzaron a generar problemas. Aún siendo número 1 en las listas, viajó a una gira por el Reino Unido, pero allá, al llegar al aeropuerto, la prensa lo recibió con preguntas acerca de su reciente matrimonio, el cual, se habían enterado, había sido con la hija de su primo y que, para colmo, solo tenía catorce años de edad. Jerry Lee Lewis, a pesar de los que le aconsejaron e incluso exigieron en Sun Records, no negó nada, es más, hizo todo lo posible por demostrar que no tenía problemas con admitir su relación. Fue un escándalo. La imagen de Jerry se debilitó, prohibiendo casi todas las radios poner sus canciones e incluso muchos de los teatros reservados para la gira decidieron bajarse, más aún cuando se enteraron de que el matrimonio anterior de “El Asesino” aún no era anulado legalmente, lo que lo ponía en una posición de bígamo.

 

 

La carrera de Jerry Lee Lewis se estancó. A sus actuaciones solo siguieron yendo un puñado de incondicionales y su afición al alcohol y las drogas escaló, llegando a poner su vida en riesgo en varias ocasiones. Los escándalos tampoco se detuvieron: Jerry fue arrestado en numerosas ocasiones, una de ellas por ir armado y estrellar su vehículo contra la reja de la mansión de Elvis Presley, o por disparar ¿accidentalemente? a un músico de su banda en medio de una celebración.

 

 

Pero The Killer nunca se rindió. Al mismo tiempo que su vida se movía entre desgracias mayores —la muerte de dos de sus hijos—, matrimonios rotos —siete hasta el día de hoy—, y de todos los excesos posibles, nunca abandonó la música, renaciendo varios años después y recuperando su posición como uno de los verdaderos pioneros y el primer rebelde del rock and roll. Hoy en día, a sus 84 años, sigue presentándose en vivo, aporreando el piano, y con una vida que nunca ha abandonado del todo el lado salvaje (hace cinco años se casó por séptima vez, tras robarle la mujer a su primo, quien además es uno de los músicos de su banda de acompañamiento).

 

 

Fuente de inspiración, de genialidad y de excesos, la vida de Jerry Lee Lewis es una de las más controvertidas y excitantes del rock and roll, no por nada ha sido adaptada al cine (“Great Balls of Fire” de 1989, protagonizada por Denis Quaid y Wynona Ryder) y convertida en una de las mejores biografías del rock (“El Fuego Eterno” de Nick Tosches). Admirado hasta la devoción por músicos de todos los estilos, incluyendo a los Beatles y los Rolling StonesKeith Richards pone en su camarín antes de cada show un altar con velas y un cuadro en que Jerry Lee Lewis aparece con un vaso de whisky equilibrado sobre el micrófono—, el legado y el fuego de Jerry Lee Lewis no parece extinguirse.

 

 

MELODÍAS DE AMOR Y VENDETTA A LA SICILIANA

MELODÍAS DE AMOR Y VENDETTA A LA SICILIANA

Hablar de bandas sonoras a veces resulta complicado, muchas personas pasan por alto la música en películas pensando incluso que son simplemente un adorno en ellas o que están hechas para rellenar momentos “muertos”. Hay otros que creen que la música tiene una mera función técnica o estética dentro de un filme.  Independiente de lo que pensemos, es innegable que existen bandas sonoras que trascienden e incluso llegan a ser más grandes que la película o simplemente resulta inimaginable recordar una película sin asociarla con su música (y no me refiero precisamente a musicales).

Tratemos de recordar alguna de las obras de Tarantino sin su música. Sin duda que resulta imposible. Es como quitarle los colores y sólo recordar imágenes carentes de vida. Este es el caso de una banda sonora que, al son de sus primeros acordes de su título principal, nos sentimos trasladados al siglo pasado y al corazón de la mafia italiana. Creo que ya saben de qué película estamos hablando, ¿no? ¡Correcto! El Padrino (1972) de Francis Ford Coppola y su brillante música compuesta por NinoRota.

 

 

Nino Rota, cuyo nombre real era Giovanni Rota Rinaldi, fue un niño prodigio para la música que desde temprana edad mostró su talento. Nino estudió en el conservatorio de Santa Cecilia en Roma y posteriormente terminó sus estudios siendo becado en el Curtis Institute en Philadelphia, EEUU. Durante su vida compuso óperas e innumerables bandas sonoras, siendo el compositor frecuente de muchas de las películas del talentoso Federico Fellini. (Si no han visto películas de Fellini deben ir de inmediato a buscar alguna, pues son maravillosas.) Sin embargo, fue con Coppola con quien obtuvo el máximo reconocimiento internacional.

 

 

El Padrino es una obra de arte por donde se mire. La adaptación del libro de Mario Puzo llevó las películas sobre la mafia hasta un nivel virtualmente inalcanzable. (Recordemos además que el mismísimo Mario Puzo trabajó con Coppola para la adaptación del filme.) Sin embargo, la guinda de la torta se la daría Nino Rota con un soundtrack que hasta el día de hoy permanece en el inconsciente de generaciones que crecieron con la imagen de Don Corleone (Marlon Brando), la de Michael (Al Pacino) o la de Sonny (James Caan), por mencionar algunos. Debemos mencionar que Rota no fue elegido al azar; Coppola necesitaba un músico talentoso que pudiera plasmar de la mejor manera posible la esencia siciliana en su obra y Nino resultaba ser el candidato ideal por sus ya mencionados créditos en los filmes de Fellini y su reconocimiento como un virtuoso de la música.

 

 

Sólo de recodar el maravilloso “The Godfather’s Waltz” se me pone la piel de gallina. Esta composición es bastante peculiar, pues a pesar de ser un waltz, su melodía es más bien triste o nostálgica, como si de alguna manera nos adelantara que la buena vida de los Corleone está a punto de correr algún riesgo. Sin embargo, hacia el minuto 2’30, el waltz renace con más vitalidad haciendo notar que los Corleone no se quedarán de brazos cruzados. Este tema es usado en diversos momentos durante la película, pero creo que como tema de título ya marca el tono de lo se viene en la película.

 

 

Otra de mis composiciones favoritas dentro de la película es “Apollonia”. Otro tema lleno de nostalgia y de esa belleza italiana que pone los pelos de punta. Recordemos que Apollonia es la primera esposa de Michael Corleone, interpretada por la bella actriz Simonetta Steffanelli y, bueno, sabemos qué ocurre con ella durante la estadía de Michael Corleone en Sicilia. A pesar de ser un personaje que tiene un pasaje breve dentro de la narrativa, esta juega un rol fundamental en reflejar el amor dentro del mundo de Michael. Un amor que nunca es sencillo, un amor que le es un tanto esquivo y que, al mismo tiempo, le hace temer, pero que lo necesita para enfrentar el futuro. Es Kay Adams (Diane Keaton) quien logra llenar ese vacío, pero siempre con esa dosis de incertidumbre, pues durante el transcurso del drama vemos como la inicial figura iluminada de Michael se va haciendo cada vez más gris.

 

 

Finalmente, “The Godfather Finale” le da un broche de oro a la película. El waltz ahora suena con coros angelicales como divinizando la figura del nuevo Don y que al mismo tiempo de van mezclando con ese romanticismo y misterio de lo que está por venir. Incluso me atrevería a decir que incorpora unos tonos casi de terror, como presagio de que el futuro del Don no será nada fácil.

Creo que los tres temas señalados reflejan de manera perfecta la trama central de El Padrino. La traición, el amor, el miedo son los hilos conductores de una envolvente trama que nos atrapa y nos arrastra hasta llegar a identificarnos con algunos de los personajes, incluso llegar a empatizar con ellos. Nino logró su objetivo y Coppola supo sacarle el mejor provecho posible, y se lo agradecemos.

 

 

Sólo para terminar, una pequeña anécdota. Nino Rota fue nominado al Oscar por su musicalización. Sin embargo, fue descalificado, pues basó sus composiciones en temas que ya habían sido utilizados anteriormente en otras películas, pero que eran de su autoría. Después de mucha negociación, el galardón finalmente llegó con la entrega de la segunda parte de la trilogía.

Vean El Padrino, no se arrepentirán, y si ya la vieron, véanla nuevamente. Es una oferta que no podrán rechazar.

 

 

 

ÁLBUM 6 : POR UNA CUECA EXPERIMENTAL

ÁLBUM 6 : POR UNA CUECA EXPERIMENTAL

Por una cueca experimental, mi alma, me perdí de bailar en las fondas de mi juventud.

Por una cueca sónica, ay sí.

Por una cueca que no fuera trillada, mierda, no escuché cueca.

Y no quiero, no quiero decir nada de qué es la juventud. Y no quiero, no quiero decir por qué es imposible encontrar en nuestros dispositivos de música esa larguísima tradición de composiciones cuequeras que sí existe y que le mete electricidad, le baja el pulso, le cambia la rima, le quita el habla, le agrega voces de mujeres, le suma sílabas, le interviene sus 3/4 o o sus 7/8, sólo que tenía catorce cuando decidí que sí, que iba a seguir yendo a las fondas con la familia y con los amigotes y con las vecinas y con los compañeros y con el grupo y con el taller y con el partido y con los desconocidos y con la extranjería compatriota, pero no iba a bailar más que una cumbia o algún sound o un axé o una bachatita, pero no la cueca, no; ya me habían enseñado tantas veces los pasos en forma de ocho y de acoso –¿por qué no de signo infinito, profe?–, y haber bailado una era haberlas bailado todas, y esas letras eran siempre burlas, desprecios, desconfianzas y agresiones, y si había podido agarrar mi guitarra para repetir los ocho compases por una vez ya había contenido en mi canto a la Violeta, a La Voz del Pueblo, a la Margot y a José Zapiola y a la Petronila.

 

 

Por una cueca experimental, mi alma, no quise entender el valor que la repetición y las formas rígidas deben tener para la construcción de una comunidad nacional.

Pero entendí que esa comunidad estado-nacional tenía el monopolio de la educación y de las armas, ay sí.

Y de la imaginación.

 

 

Por una cueca que no fuera emitida una vez más por el único parlante de ese septiembre que ha zapateado su sangre y polvadera del 11 al 19 en círculos concéntricos y vuelta, por esa cueca ofrecí el oído a lo que comenzara namás de la distorsión y terminara namás en un sonido que no pueda escucharse por las orejas y vuelta, ofrecí la escucha a lo que se aprenda sin disfraz, sin saberes de huasos y de chinitas –estereotipos del mando medio y de la xenofobia–, sin simulaciones de campesinado cuando el campo es pura cuestión capitalina, pesticida, semilla patentada y rodeo.

 

Por una cueca de raíz meridional, gitana, negra e indígena, ay sí, que compartamos las personas de Chile con las de Oaxaca, con las de Bolivia, con las de Argentina, y que la palabra folklore siga siendo un extranjerismo y no tírate un pie.

Por una cueca cuya etimología sea chueca en vez de clueca, ch-hueca.

 

 

Por una cueca que comience en un solo de guitarra eléctrica y cierre con sintetizadores, con un big beat y motosierra, en la ultratumba de todas nuestras muertes bajo la Recta Provincia y todas nuestras celebraciones de que estamos vivos en el mar y cordillera, risa y encuentro de bailarines.

 

 

Por una cueca experimental exijo la liberación de nuestro baile y nuestro oído nacional.

 

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE DISCOS? :  MALDIGO LO PERFUMOSO

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE DISCOS? : MALDIGO LO PERFUMOSO

Cuando pensé en escribir para Crónica Sonora una columna de música, lo primero que se me ocurrió fue agarrar un árbol genealógico y dejarlo sin agua, mirarlo de afuera y verlo disecarse y que se pareciera a esos mapas antiguos con manchas de café desde el bisabuelo hasta ese pelotudo anti aborto que existe siempre en una familia y habla de los que aún no nacen.

Mi idea era empezar con Nick Cave y llegué a escribir de casi todos sus discos, desde Boys Next Door a los Birthday Party a los Bad Seeds y todo cambió cuando llegué al Let Love In, cambié de opinión.

 

 

Hacer una columna que se trate de discografías completas es algo que me parece muy necesario pero es algo que hoy no me interesa. Obvio que es bacán leer a esa gente obsesiva que te escriba de todo y de todo y de absolutamente todo y aunque algunos crean que la adultez se trata de escribir cada vez más o que dejar de reincidir, es como jugar mejor al scrabble, hoy partiremos con una nueva columna. Esto para mí es respeto, para otros se llama narcisismo.

Suele suceder en demasiada gente esa cosa rara de que tratar de explicar cómo chucha llegaste a algo, es una especie de sinónimo del narcisismo. Y yo ya estoy tan pero tan cansado de explicar estupideces que me pondré a escribir de nuevo. Esta columna se va a tratar de discos que para mí, han cortado en 2 pedazos la historia de una banda o mejor dicho, que han reescrito la historia de una banda. Vamos a partir con el Let love In.

 

 

 

 

Nick mirando al cielo, 2 pezones en rojo y Let Love In tatuado en su pecho. ¿Por qué poner el Let Love In para empezar una columna llamada maldigo lo perfumoso?

 

 

 

Bueno. No me interesa hablarles de toda la época berliniana de Cave porque para eso existe Wikipedia pero en Berlín saca sus primeros cuatro discos y entre medio se separa de Anita Lane y empieza a escribir su primera novela, y deja Berlín y se muda a Sao Paulo y entre el 90 y el 91 graba The Good Son y nace Luke, el hijo que tuvo con Viviane Carneiroque y aún ni llegamos a hablar del Let Love In.

 

 

 

Saca el Henry´s Dream en el 92 y se va de Brasil y se muda a Londres y se la pasa todo el 93 con la gira del Henry y en el 94 nace el Let Love In.

Hablemos de la importancia del Let Love In, descontando que mil años después las campanitas de «Red right hand» se hicieron famosas por Peaky Blinders. Lo primero que podemos decir de esta nueva dirección que toman las obsesiones de Cave, es que no es casual que el disco parta preguntando en la canción uno «Do you love me?» y termine en la 10 con la misma pregunta. Let Love In parte en la 1 con “Do you love me?” y el final del disco termina con «Do you love me?» part 2. Es como pensar que George Michael cuando le llamó al Listen without prejudice vol 1, sabía que no habría un vol 2.

 

 

Si Lacan decía que una carta ya llegó a destino al ser escrita, o que toda verdadera pregunta debe contener en sí misma el hecho de no ser respondida, el Let Love In es esa pelea entre Eros y Thánatos y Sisifo haciendo de cupido. Si alguna vez Jarvis Cocker deletreó el «Feeling called love»  para hablar de “eso” llamado amor es porque deletrear es demostrar el límite de la metáfora y lo real de la letra. De la misma forma, Nick Cave deletrea «Loverman».

 

L is for LOVE baby

O is for ONLY you that I do

V is for loving VIRTUALLY everything you are

E is for loving almost EVERYTHING that you do

R is for RAPE me

M is for MURDER me

A is for ANSWERING all of my pryers

N is…

 

 

«A is for answering» dice Nick Cave mientras se reinventa a sí mismo, se calza la sotana de crooner y le pregunta a los astros, a los sabios, a los libros sagrados y a los analistas lo que tampoco respondió Carver: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

 

 

 

 

 

 

ÁLBUM #3: RÉQUIEM A JULIÁN RODRÍGUEZ (1968-2019)

ÁLBUM #3: RÉQUIEM A JULIÁN RODRÍGUEZ (1968-2019)

Columna dedicada a Julián Rodríguez, Director Literario de editorial Periférica.

 

Requiem Aeternam

Que te concedan el descanso eterno las Criaturas y las Deidades, caro.

Comienzo esta carta con la intención de que sea, ante la noticia de tu muerte, un réquiem. No una elegía. No un obituario. No un homenaje en la red social. Tú, que supiste valorar lo antiguo, lo clásico y la vanguardia tanto como lo extremadamente contemporáneo, y que veías el revés y el anverso de esas categorías como una sola cosa –tu actividad cotidiana– escucharás. Por esa acusmática que nos guió a entablar un vínculo letrado que nunca fue literario, porque lo excedía y porque la letra, para ti, no era litera.

 

 

Un réquiem, sí, por las muchas veces en que nos recomendaste el de Britten; porque sólo atino a poder hablar contigo por última vez, y en público, a través del sonido de lo que no suena: esa letra a la que dedicaste esta vida. Otro tipo de exposición de mi parte no se ajustaría a la delicadeza con que fijaste el tono de tu despedida en tus finales Piezas de resistencia, en tus últimas ediciones, en la curatoría cotidiana que eran tus mensajes, cuya forma de libro quizá alguien consiga imaginar para hacerle justicia a tu obra y cuya edición ojalá no traiga consigo lo monumental, lo definitivo, eso que evitabas imponer, pero que siempre perseguías en tu lectura. Para inventariar, también, la amplitud de tu legado junto a Paca allá en el país de la Extremadura y, para mí, de la Nueva Extremadura –que nunca fue nueva, es cierto, pero sí extrema, sí dura; tal vez por eso me haya tocado estar acá al momento de despedirme de ti.

 

Dies Irae

 

Tiene sentido intentar escribirte un réquiem, caro Julián, porque también de un modo musical, y no estrictamente religioso –iba a decir literario– nos conocimos.  “Cualquier texto ajeno es sagrado para mí”, declaraste en una de las primeras cartas de 2006, que no eran todavía emails aunque llegaban electrónicamente. Tuve que leerla varias veces, me dejó atónito saber que existía un editor en Europa que se aproximara a la literatura de Latinoamérica sin los prejuicios de los noventa, es decir, sin consideraciones mercantiles definitivas; un editor que tuviera una base cultural sólida porque venía del campo, y a la vez cultivara la suficiente confianza en sí mismo como para proponer una nueva economía y una nueva ambición –que nunca fueron nuevas, es cierto, pero sí funcionaron porque eran extremas y duras–, como para tomarse todas las capitales mediante el trabajo, el mutualismo, la busca de la sabiduría, el vivir bien y el mirar a largo plazo.

 

 

Y me llena de rabia conseguir tiempo recién ahora para poder responderte esa primera carta y la segunda y la tercera. Quería sencillamente agradecer tu comentario sobre el Cuarteto para el fin de los tiempos de Messiaen en mi Libro de plumas, también que me plantearas hacer una novela a partir de un viejo blog mío sobre una banda ficticia de rock, Coreografías espirituales, y que luego, de sopetón, declararas que “mientras yo sea editor, publicaré todo lo que escribas”.

 

 

Offertorium

 

Cuando nos encontramos por primera vez, en un chiringuito de Madrid, sonaba una banda punketa o Los Planetas o The Cure. Mucha distorsión, de eso sí me acuerdo, pese a que era un día cualquiera de entresemana a las tres de la tarde. Debe ser la música local, pensé, y con la Mónica no alcanzábamos a entender lo que decías. “Julián habla muy bajito”, comenté yo después. “No, la música alrededor está muy alta”, dijo ella. “Tal vez no hablamos el mismo idioma”, pensé que dijimos.

 

Sin embargo otra noche de esa gira de presentación de Navidad y Matanza, habrá sido en Zaragoza, me sorprendió cuán fuerte te reías con Félix Romeo y Chusé Raúl Usón, y desde Barcelona en el tren sí que te escucharíamos hablar de Sr. Chinarro, del theremin y de Rodolfo Walsh y de Dominique A y de Juan Cárdenas y nos preguntaste por la Escena de Avanzada Chilena. Ese fin de semana andábamos de vuelta ya por otros barrios de Madrid, con otras amistades, y de repente te divisé al fondo de un bar, qué casualidad. Ese grupo grande que se arremolinaba alrededor era tu gente, estaba Paca y probablemente Irene y ese más allá era tu hermano, deduje, porque no te veías tan taciturno como antes y no llevabas la chaqueta de cuero ni algún mamotreto bajo el brazo; me sorprendió el brillo y la malicia con que sonreías, la sonrisa abierta por primera vez mientras agudizabas la voz para remedar a alguien con una melodía tan graciosa que en la mesa el coro de gritos envolvía un sinfín de platos y vasos y carcajadas.

 

 

Sanctus

 

Es que por cada vez que yo, desde la distancia les escribí a ti y a Paca, a la espera de recibir algo de esa algarabía festiva, en mi insistencia de cuándo salía el libro, qué les parecía, cuál la portada y esto del texto de contratapa y si llegaría a Santiago y a México y tal –lo resumirías así–, me doy cuenta de que la música es lo que faltaba en los mensajes electrónicos, que es como leer un pentagrama sin saber apenas una o dos ideas de notación, pero con la necesidad imperiosa de interpretar la pieza –de resistencia, extrema y dura– ante un público extranjero: el sonido de esa risa era de llanto silencioso, de Cría y de Deidad, y sólo lo dejabas salir entre tu gente.

 

Me acuerdo de haber tenido la primera certeza de esto, de que podríamos llegar a hablar puramente en forma de música, cuando me escribiste un email largo, muy largo, para analizar corte por corte mi entonces reciente disco Monicacofonía. “Las sencillas y sobrias son mis preferidas”, dijiste, “porque esas son las más difíciles de hacer”. Era esa tu acusmática.

 

 

Agnus Dei

 

Escuché que estabas escuchando cierta música últimamente, leyendo ciertos libros, montando ciertas exposiciones que iban hacia más allá, hacia más afuera. El oratorio Das Marielenleben de Paul Hindemith, las narradoras centroeuropeas elegíacas de la última mitad de siglo, las esculturas Kachina –palabra indígena que significa cualquier cosa que sea “portadora de vida”, según la definición que compartiste hace pocas semanas. Etcétera, etcétera.

 

                 Sr Chinarro en fiesta aniversario editorial Periférica

 

Me pregunto, Julián –me doy cuenta del tenor distante y cercano de nuestro vínculo, que no habría tenido momento de preguntártelo cuando me escribías, como al pasar, de algún problema de salud–, si no oías desde hace un tiempo el runrún de lo que venía a lo lejos.

 

Si te habrás sentado a escucharlo frente a frente, sin las distracciones que te enviaba por email yo y cien personas más por el teléfono, sin la música de fondo, sin la biblioteca y la revista y el catálogo y la próxima novedad, fuera del restaurante, lejos de la receta, de la guía de viaje, del nuevo largometraje, del tren, de la familia, del ruido, de la voz de quien va ofreciendo su cosecha, y sus gritos rebotan en la roca para volver contra los árboles, sobre la nieve, por el valle, hasta disolverse en todo lo que está atardeciendo sin que el reloj suene ya, fuera de tiempo.

Y si tu Zama lo supo, porque los perros escuchan aún más, qué manera callada y linda de cuidarte de eso durante sus paseos cotidianos hasta que llegara.

 

Libera Me/ Lux Aeterna

“Querido amigo”, me dijiste cuando te conté que me visitaría una Criatura y una Deidad, “disfruta la experiencia”.

Que las Criaturas y las Deidades, a quienes ayudaste a venir en masa a este lado del mundo, te concedan el descanso a pleno sol, en silencio.

 

Te estaré siempre agradecido.

 

 

                                                   Zama, compañera de todos los días.
ÁLBUM #2 : Atrapados oímos trampa, liberadas escuchamos trap.

ÁLBUM #2 : Atrapados oímos trampa, liberadas escuchamos trap.

Voy por Pedro de Valdivia pensando en nuestra cría y deidad que está lejos cuando me lleva una canción de Paloma Mami y se me vincula a un tema de Rihanna en camino a Washington Ave. Disociar las experiencias —aun si son musicales y no mentales— es un truco de la mente, y quiero irme contra eso. Pero antes de ponerme a escribir en ritmo de trap, antes tes tes test test de empezar, quiero poner en claro un eco que ralentiza mi escritura, eclipsa mi autoría tutoría tu te rías tu teoría, y varias veces una pregunta se me que qué queda —una trampa— entre los dedos: ¿puedo hablar en primera persona sona ona oh-nah en femenino, considerando que soy biológica y culturalmente un hombre?

 

 

¿Por qué no, responde la repetición, si a la mujer en español pañol añol, en castellano llano ano ah-no le imponemos hemos emos la primera persona plural en masculino más culino y-no, no hemos logrado cambiar esa tradición injusta incluso ahora, cuando hablamos tan mezclado y de mil maneras no-eras New Era? Aun así yo puedo pedo eh-do, por mi privilegio de hombre nombre ombre sobre escribir esta columna lumna hum-nah en primera persona singular porque se me otorga, en abstracto tracto pacto acto, el derecho a ser persona sona ona oh-nah, así en singular y con eco.

 

 

Y si a esta altura usted, su lectoría y tú te ría y tú teoría sigue leyendo este experimento de escribir en ritmo de trap, gracias por caer conmigo en la trampa rampa zampa; es que, parafraseando el tema reciente de Oddó, «Trampa»,

 

basta

ya está

ahora lo tomo con calma

calma

pausa

bum

no caigo en la trampa

me muevo por donde no debo

y lo paso mejor

hago todo lo que quiero

te quiero

y lo paso mejor

oh-oh

instinto animal

salvaje brutal

nadie lo puede parar

mi vida es normal

no queda tiempo para respirar

ahora

dime

cómo

es que

pasó

verdad que no sé lo que quiero

ya no

queda

corazón

habrá que intentarlo de nuevo.

 

Sí. Voy a intentarlo de nuevo, ahora sin eco. Ahora empiezo la columna por segunda vez, mientras camino por una lluviosa calle Santa Isabel con los pies fríos, extrañando a nuestra cría y deidad y la cordillera desaparece, digo: hace dos días caminaba por DeKalb con los pies hirviendo en la humedad veraniega, escuchando en esta misma canción una sensualidad completamente opuesta, pero no quiero caer en la trampa, basta, calma. Trap trap. Esta es música del presente absoluto, pulso del puro cuerpo y un modo de existir que por fin se ha sacudido del hábito metafísico, del pesado ropaje que nos lleva a poner la mente —sea lo que sea esa mente, puro lenguaje, algoritmo, cifra monetaria, capacidad analítica, distanciamiento, razón, corazón—, más allá del baile. Trap trap. T-rap. La tecnología entra en el rap y destruye su ambición, ese asunto tan de machos —tan patriarcal, en rigor— que implica el placer de dominar a otra persona, y cuando eso sucede las dominadas son siempre las mismas, somos personas despojadas. Entonces mi cuerpo se sacude al saber por qué la lengua española, tan jerárquica, decidió que persona fuera un vocablo en femenino; la tecnología del ritmo entra en el fraseo subyugador del rap y lo vuelve accesible, palabra para todas las personas, cuerpo y ya no dictamen. Trap trap. T-Rap. El rap, por su parte, entra en la tecnología y le da una voz. La corporaliza.

 

 

Está circulando una playlist que se llama Trap Mujeres Español, technologic-rap en la lengua jerárquica y trampa feminista al mismo tiempo. ¿Cuál sería exactamente la trampa que un cantante como Ismael Oddó está disfrutando y que disuelve su pasado de bajista de una banda completamente masculina como Alamedas, y su transición en la banda de Francisca Valenzuela, que reemplaza su nombre propio por sólo un apellido? El instinto animal, salvaje y brutal del rap, del reguetón, del dubstep, del primer T-Rap es violencia declarada o agresividad contenida, la insistencia del hi-hat y la nota grave que se alarga hacia un objeto al que la vibración se lleva por delante hacia el clímax, para explotarle encima e impregnarlo de su dominación. Pero la trampa del trap revierte eso: si el otro cuerpo es nada más una superficie líquida diferente a la que yo tengo, no una propiedad proyectada, tal vez haya roce y orgasmo, pero no penetración ni cópula.

 

 

Esa autonomía reluce, brilla como el sudor o la grasa en la otra piel. Se vuelve un lujo accesible para cualquiera que esté en control de sí misma y al alcance de cualquiera, porque, como adelanta el trap fluido de «Diamantes» de Princesa Alba,

 

si yo bailo

te cuesta entender

que yo sola

sola estoy bien

no necesito un hombre

que me haga feliz

soy segura de mí misma

sabes que sí

si yo bailo

me distraigo

te cuesta entender    

mucho glitter

si tu quieres soy así

no confundas

yo no me maquillo pa ti

si lo hago

es exclusivamente pa mí

no te creas

no te creas todo eso.

 

 

Y pienso que no me lo creeré. No voy a volver a escribir sobre caminar por Bilbao como si caminara por Myrtle, ni por Pratt como si fuera hacia La Alcaldesa, porque intento anotar esto al ritmo de trap que bailamos con nuestra cría y deidad. No voy a pensar que otro cuerpo es el mío o que puede ser mío, no impondré a otra persona mis juegos de palabras, mis trampas, pues no puedo estar en otro espacio que no sea este, que no es mi ahora y no está tocando ese sudor el cuerpo frío. No confundas: estoy denunciando que el habla musical tecnificada —la escritura— quiere llevarme a un lugar que no es el nuestro en una nueva metafísica, pero qué pasa si la bailamos, si la pronunciamos en ritmo y con el canto en voz alta acá, ahora me vengo, trampa: no te creas todo eso.

ÁLBUM: HISTORIAS VERDADERAS RIMA CON BANDERAS

ÁLBUM: HISTORIAS VERDADERAS RIMA CON BANDERAS

Cuando voy temprano en la mañana a dejar a nuestra cría y deidad a su sala cuna, trato de ir con un poquito de tiempo. Es que le gusta ir tocando cada una de las banderas colgadas del techo en el pasillo por donde entramos hacia el ascensor al fondo del edificio.

Entonces levanto a nuestra cría y deidad, mientras con el cuerpo empujo el coche y avanzamos. Van sus bracitos arriba —boca abierta en carcajada ínfima la suya, dedos chicos en punta— para que apenas agarre, esquina por esquina, esos viejos paños de raso y yo, si tengo aliento, voy diciéndole en voz alta: China Popular, isla británica de Jamaica, Estados Unidos de México, Irlanda Independiente, territorio poscolonial de Guinea, y me pregunto una vez más qué es este edificio, este lugar tan privado como comunitario permite el capitalismo, donde te dan la bienvenida con un montón de banderas, entre las cuales se supone que debe estar la tuya.

 

Comienza a sonar en mi magín el primer loop andino, la repetición de una frase de quena y charango con que empieza la canción “Historias verdaderas” de los Rebel Diaz, entre los platillos que dan entrada al beat y a su rapeo. La Mitad de la Gran Colombia, sigo enumerando por el pasillo, Algeria independiente, Corea Estadounidense, Trinidad y Tabaco, Australia de la Reina. Al tacto gozoso de nuestra cría y deidad en camino a su sala de crías y deidades estos pabellones tal vez ya no tengan el peso fanático, militar, excluyentes en sus fronteras y violentos en el monopolio de las armas de sus estados, sino la vibración de un montón de estrellas, soles y lunas que giran y ponen en juego una combinación de colores y formas. Resuena esa levedad en mi magín cuando

“un invierno

se congelaba el lago

mil novecientos

ochenta y cuatro

éramos cuatro

en un cuarto

en la casa del Lito

en el norte de Chicago

mi mamá, María

Marcelo, mi hermano

yo soy el Rodri

mi papá es el Mario

el Lito tenía al Dani

un hijo de cinco

mitad chileno

y mitad de Puerto Rico

desde ese momento

que somos amigos

caballito blanco

llévanos contigo

llévame a Chicago

donde yo crecí

chileno, exiliao

big boy

MC!”

Mientras el Rodri Venegas y el Gonzalo —los Rebel Diaz— cantan eso al fondo de mi oído, nuestra cría y deidad va desarmando cada rectángulo nacional con un solo golpe de su puño de wawa.

 

“ Esto es pa mi tía

mi tía Sonia

hago hip hop

siempre en tu memoria.

Te cuento que el Nico

también es un rapero

sus líricas son fuego

otro guerrillero.

Esto es pal Julito

mi amigo desde chico

después crecimos

y nunca más nos vimos

yo andaba en Guatemala

mi mama me llamaba

que el Julito había muerto

y yo solo lloraba.

Me dolió en el corazón,

tan frágil la vida.

Si escuchas, te mando

un saludo, tía Luisa.”

 

 

A ese ritmo se suceden las banderas. Estados Unidos de Brasil, Guyana colonial francesa, Costa de Marfil, Canadá de la Reina y Uruguay oriental sólo para los argentinos, al momento que, a mitad de camino, nuestra cría y deidad apunta a la derecha, hacia donde se abre otro pasillo lejos del ascensor —porque todavía queda tiempo, siempre hay un poco, parece decirme, así como baja a través de mis brazos, boquiabierta como yo—, porque de repente ante nosotros se abren paredes tapizadas por una serie enorme de vinilos incontables, multicolores, por varias décadas y tradiciones, de The Como Mamas a Otis Redding, de Barry Manilow a Janet Jackson, de Wu Tang Clan a Solange; de la Fania a Selena, de Irakere Ivy Queen y a Aventura. ¿Qué es este lugar, este territorio privado y comunitario, donde en los muros resuena una historia del consumo musical de sus habitantes?

Mientras con la cría y deidad estiramos los brazos para ir tocando la superficie multicolor de las portadas, caigo en la cuenta de que en cualquier momento podría asomarse en este muro el vinilo de América vs Amerikkka de Rebel Diaz, ese donde viene el tema “Historias verdaderas”. Pero, cuando volvemos a enrumbar hacia el ascensor, no aparece la bandera tricolor de la estrella solitaria entre la serie del pasillo principal. Aun si la cría y deidad, los Rebel Diaz y yo seamos en buena parte sureños de la parte sur de este continente, no encontramos una bandera de Chile colgada en el pasillo. Tal vez porque nadie de este edificio ondea una historia verdadera de ese país. Por ahora —eso también parece decirme la cría y deidad con la mirada, justo cuando suena el timbre del ascensor que llega.

 

Por CARLOS LABBÉ desde Nueva York, Estados Unidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SOBRE EL AUTOR :

Carlos Labbé nació en Santiago de Chile en 1977. Ha publicado la hipernovela Pentagonal: incluidos tú y yo (2001), las novelas Libro de plumas (2004), Navidad y Matanza (2007, traducida al inglés y al alemán), Locuela (2009), Piezas secretas contra el mundo (2014), La parvá (Sangría, 2015) y Coreografías espirituales (Periférica, 2017 / Sangría, 2018), además de los cuentarios Caracteres blancos (Sangría, 2010 / Periférica, 2o11)Short the Seven Nightmares with Alebrijes (2015) / Cortas las pesadillas con alebrijes (Sangría, 2017).

Fue parte de las bandas Ex Fiesta y Tornasólidos. Sus discos de música solista son Doce canciones para Eleodora (2007), Monicacofonía (2008), Mi nuevo órgano (2011), Repeticiones para romper el cerco (2013) y Ofri Afro (2018). Ha sido coguionista de las películas Malta con huevo(2007), El nombre (2016). Es licenciado y magíster en literatura. Ejerce la crítica literaria en Sobrelibros.cl y forma parte del colectivo editorial Sangría. Acaba de publicar la edición en inglés de «Coreografías espirituales».