DÍAS DE GARAGE Y ROCK AND ROLL

UN COMETA PASÓ POR AQUÍ: BILL HALEY EN CHILE

UN COMETA PASÓ POR AQUÍ: BILL HALEY EN CHILE

¿Qué tienen en común personajes como Walt Disney, Albert Camus, Louis Amstrong y Allen Ginsberg? Aparte de ser conocidos mundialmente por su genialidad en sus respectivas áreas, todos estuvieron de visita por varios días en Chile en el apogeo de sus carreras. Visitas de las que poco y nada se habla hoy. Suena a broma imaginar a un relajado Disney bromeando con los periodistas en el Hotel Carrera o a Ginsberg (que se quedó tres meses en Chile) paseando por el Zoológico Metropolitano. Pero todo eso ocurrió. 

El mundo de la música está lleno de estas olvidadas visitas que con los años van tomando ribetes legendarios, como la presentación de Chuck Berry el año 1980 en dos programas televisivos — Vamos a Ver y Lunes Estelares—, donde compartió pantalla con Raúl Matas, don Francisco, Coco Legrand y el “Pollo” Fuentes, entre otros. Los testigos cuentan que llegó malhumorado y arrendó un automóvil por su cuenta, con el que manejó sin licencia por las calles de Santiago toda la tarde, llegando al estudio de televisión poco antes de salir al aire. 

Bill Haley (1925-1981) fue otro de aquellos legendarios músicos que estuvieron en Chile y que hoy pocos recuerdan. Haley es considerado uno de los fundadores del sonido más clásico del rock and roll; vendió más de veinticinco millones de discos en todo el mundo; es miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll; tocó para la reina Isabel II en el Royal Performance; ha sido versionado por decenas de bandas (desde Elvis Presley hasta los Sex Pistols); hay un asteroide con su nombre; obtuvo éxitos globales que hasta el día de hoy suenan en radios y fiestas, como  «Rock Around the Clock», «See You Later, Alligator», «Shake, Rattle and Roll», “Rip it up” y «Razzle Dazzle», y fue el primer artista de rock and roll en presentarse en el show de Ed Sullivan, y en ver cómo las chicas se tiraban encima del auto con tal de tocarlo. Nacía con él el concepto de estrella de rock, pero nadie sabía bien de qué se trataba ni cómo manejarlo.

La fama repentina, el juego de las alabanzas, el éxito comercial, su trono arrebatado por figuras con un atractivo sexual y mediático superior como Elvis Presley y Jerry Lee Lewis, fueron sumergiendo a Haley en una espiral alcohólica y de comportamientos erráticos (se hizo habitué de las multas y las cárceles, por exceso de velocidad o ebriedad) de las que, en realidad, nunca pudo escapar. El despilfarro económico fue otra de las cruces que cargó y que, hacia los últimos años de su vida, se fueron haciendo cada vez más pesadas. Luchando contra el olvido se mudó a México y a Texas, buscando empezar de cero y recuperar el trono de rey de ese ritmo endiablado y seductor que era el rock and roll. comenzó a mostrar señales de demencia; cuando se emborrachaba (y para los últimos tiempos, eso solía ocurrir casi todos los días) solía llamar a sus viejos amigos para que le recordaran lo grande que era, necesitaba sentir los halagos, sentirse el más grande. Hasta que, entre la locura y la depresión, Bill Haley murió el 9 de febrero de 1981 en su casa en Texas. Tenía 55 años, había compuesto más de 100 canciones y grabado otras 500. 

Pero mucho antes de su temprano fin, Haley estuvo en Chile. Corría 1960 y el rock and roll aún permanecía como un género comercialmente exitoso, los Beatles solo daban sus primeros pasos y los Rolling Stones aún no existían. Bill Haley fue traído a Chile principalmente debido a la gestión de la Radio Portales, donde Haley dio una presentación transmitida desde los estudios de la emisora. «Bill Haley actuó en nuestro modesto auditorio mientras cientos de personas se quedaron frustradas esperando en la calle Agustinas esquina Ahumada, para poder subir al décimo piso (Portales estaba en esos años en Agustinas 1022 décimo piso)”, señala en su autobiografía Raúl Tarud, dueño de la Radio Portales y productor de la gira nacional que dio Haley en nuestro país. Gira que, según el propio Tarud, solo trajo números rojos. Y es que en aquellos tiempos era difícil de creer que una verdadera estrella del rock and roll pisara estas tierras. 

Bill Haley y sus cometas dieron varios conciertos en Santiago (siendo el más exitoso uno en el Teatro Caupolicán en noviembre de 1960), en Concepción, donde daría hasta tres conciertos el mismo día, ya sea en recintos deportivos o en restoranes donde “la entrada” era la reserva de una mesa para una velada gastronómica y musical. También visitaría varias ciudades del sur, incluyendo Talca, donde tocó en el estadio Fiscal (y donde fue tomada una de las pocas fotografías que existen de la gira del músico por Chile). 

Otra plaza llamativa es Chillán, lugar donde muy pocas veces los músicos exitosos se han presentado en vivo, y donde tocó en la llamada Casa del Deporte.  El periodista Miguel Ángel San Martín recuerda cuando, con 17 años, fue junto a su pandilla a ver un Haley que aparecía en escena con una calvicie incipiente, un «chocho» pegado en la frente y una cara blanca, sin ningún atisbo de barba: «Fuimos a verlo, pero en ese tiempo era todo diferente, lo que hoy es la Casa del Deporte no tenía techo y sólo presentaba unos tablones para que la gente se sentara. Entremedio se metían los vendedores de sustancias, de maní y también los que ofrecían las Bidú (gaseosa de moda)».

La gira, como señalábamos, no generó ganancias. Haley, más que histeria, en Chile provocó curiosidad e incredulidad. El país no estaba acostumbrado a conciertos de estrellas de la música, no existía ni siquiera el concepto, y muchos ni siquiera creyeron que fuera cierto que el autor de “Rock around the clock” estuviera tocando en el país. Por lo demás, aún faltaban un par de años para que Chile organizara el Mundial de Fútbol de 1962 y los Ramblers masificaran definitivamente el género entre las juventudes de la época con su mítico “Rock del Mundial”. Hoy no existen registros audiovisuales de esta gira y solo un par de fotografías se pueden encontrar (con un poco de paciencia) en Internet. Una típica historia de fama, éxito y caída, que tuvo a su protagonista en nuestro país cuando aún el mundo entero se rendía a sus pies. 

«Si nosotros llamamos tu atención, espera a ver a los Stooges»

«Si nosotros llamamos tu atención, espera a ver a los Stooges»

Acerca de Danny Fields se podría hacer un documental completo y, de hecho, ya se hizo. Mientras este publicista, periodista y empresario musical trabajó en el sello discográfico Elektra como buscatalentos, quedó impactado con la fuerza del show en vivo de la banda, hasta entonces desconocida, MC5. Se acercó a ellos para ofrecerles un contrato con el sello. “Si nosotros llamamos tu atención, espera a ver a los Stooges”, le respondieron. Así, Danny Fields asistió esa misma noche a ver un show en vivo de los Stooges, quedando absolutamente impresionado. Era increíble lo ruidosa y violenta que sonaba la banda liderada por Iggy Pop, un extravagante frontman que se arrojaba sobre el público, se esparcía crema de maní sobre el cuerpo y sangraba por las heridas que se autoinfligía con trozos de vidrio en el pecho desnudo. Fue así como, de una pasada por la ciudad de Detroit, Danny Fields fichó para Elektra Records a MC5 y a los Stooges. Meses más tarde, en agosto de 1969, y hace exactos cincuenta años, salió a la luz el disco debut de Iggy Pop y sus secuaces, el homónimo The Stooges.

 

 

 

Antes de firmar para Elektra y viajar a Nueva York para grabar el álbum, la banda se hacía llamar The Psychodelic Stooges y solían hacer shows con cinco temas, que llevaban una primera parte como canción convencional, más una segunda parte improvisada que solía durar varios minutos. Por eso, al momento de grabar el álbum, y bajo expresa exigencia de los ejecutivos de Elektra, tuvieron que componer en el hotel Chelsea —el día antes de entrar al estudio— cuatro canciones más y limitar las composiciones antiguas a una duración más convencional, a excepción de la hipnótica y siniestra “We Will Fall”, que registra una duración superior a los diez minutos. Así fue como quedaron inmortalizadas las hoy clásicas “1969”, “No fun” o la impagable “I Wanna be Your Dog”. Estructuras que se repiten una y otra vez, progresiones simples, como si se tratara de blues acelerados e hiper ruidosos, pero todo manchado con la fuerza de un sonido alucinante, heredero del garage sesentero y la psicodelia menos comercial.

 

El disco, a pesar de sus bajas ventas y de no ser realmente valorado al momento de su publicación, hoy en día es considerado un clásico, un disco de culto. El sonido de la banda quedó definido de una vez y para siempre, con esas bases rítmicas simples soportando el peso de una guitarra atronadora, pesada, distorsionada, todo esto sumado a la voz inconfundible de Iggy Pop como guinda del pastel. Escucharlo es sumergirse en una explosión de ruido, actitud y psicodelia.

 

 

La influencia de los Stooges, y de este disco en particular, en la música posterior es innegable. Es difícil pensar que el punk podría haber existido si este disco jamás hubiera salido a la luz. El atrevimiento y desfachatez de Iggy Pop sobre el escenario, el ruido, la suciedad, el peligro, son marcas que toda una generación tomó como punto de partida. Por algo los mismos Sex Pistols (“No fun”) y Joey Ramone (“1969”) versionaron sus canciones. Para qué hablar de “I Wanna be Your Dog”, canción fundamental que ha sido versionada por bandas tan reconocidas como los Red Hot Chili Peppers, Sonic Youth o Joan Jett, hasta por innumerables bandas punk y underground como El último ke Zierre, Parálisis Permanente y Las Vulpess (estas últimas cambiando el título por “Me Gusta ser una Zorra”). Pero no solo el punk rock ha sido influenciado por este álbum, sino también bandas de distintos estilos. Sin ir más lejos, Queens of the Stone Age son herederos directos del sonido de Stooges. Basta fijarse en el sonido de la guitarra en “I Wanna be Your Dog” para comprender de qué estoy hablando.

 

 

Si bien una de las mayores virtudes del disco es que presentaron un sonido que no tenía precedentes directos, la influencia de ciertas bandas no se puede desconocer. Me refiero a MC5, The Doors y la Velvet Underground.

De MC5, los Stooges rescataron el peso y la distorsión de la guitarra (destaca el uso insistente del efecto popularmente conocido como Wah-Wah); de los Doors tomaron la agresividad en el escenario de Jim Morrison —aunque llevada al extremo por Iggy Pop— además de beber de la misma fuente blusera como columna vertebral. Y no solo eso, pues recordemos que Elektra es el mismo sello que publicó el monumental disco debut de The Doors (1967) e incluso la portada de ambos discos debut tiene similitudes evidentes. Y, en tercer lugar, tenemos a la Velvet Underground. La banda del futuro amigo del alma de Iggy, Lou Reed, sembró una sonoridad intencionalmente cruda y desprolija que los Stooges supieron plasmar en este álbum. No por casualidad John Cale, miembro y segundo hombre al mando de la Velvet, fue el productor del álbum de Iggy y los suyos.

 

 

Lo que vino después fueron dos álbumes geniales: Fun House y Raw Power, discos que tal vez superaron en calidad al debut, pero la explosión en la cara del mundo fue este álbum, el primero de una trilogía brillante, fundamental para el nacimiento del punk e influencia absoluta para el hard rock y músicos de todas las tendencias. También vinieron las drogas, los excesos, la heroína, hasta que la banda —que en cierto momento pasó a llamarse Iggy and The Stooges— vio su fin en 1974. En el nuevo siglo los Stooges tuvieron su reunión, dando giras, tocando en festivales y lanzando álbumes, hasta su nueva y definitiva separación. Pero los discos siguen aquí, listos para explotar en la cara de quien los ponga a girar.

 

Joey Ramone and Danny Fields at a Lou Reed after show party at Jerry’s Restaurant in New York City on October 17, 1984. (Photo by Ebet Roberts/Redferns)
LITTLE RICHARD: ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

LITTLE RICHARD: ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

La semana recién pasada el mundo recibió la noticia de que Little Richard había fallecido. Por supuesto que el mundo acusó recibo con pesar y no tardaron en aparecer los mensajes de despedida y homenaje para uno de los artistas más grandes de todos los tiempos. Un gigante a la altura de Elvis Presley, los Beatles o los Rolling Stones. Desde Paul McCartney y Mick Jagger hasta Flea de los Red Hot Chili Peppers, pasando por Spike Lee, Keith Richards y Stephen King, lamentaron públicamente la muerte de “Ricardito”, con mensajes afectados escritos de su propio puño. Y cómo no, si con su partida, se comienza a dar fin a una época dorada de la música que cambió el rumbo no solo del arte, sino de la cultura y la sociedad para siempre. Impensadamente —debido a su legendario estilo de vida autodestructivo—, solo Jerry Lee Lewis nos queda de aquella camada de genios que completan Elvis Presley, Chuck Berry, Fats Domino, Gene Vincent, Eddie Cochran y Buddy Holly, entre otros pioneros.

Tercero entre doce hermanos que componían una familia muy pobre en Georgia, una de los estados más racistas y conservadores de los Estados Unidos de aquella época, Little Richard aprendió piano muy pequeño y cantó en la iglesia pentecostal, hasta que a los trece años su padre lo echó de la casa, escandalizado por su ya asumida bisexualidad. El músico buscó sin éxito espacio en el ambiente artístico, hasta que la canción “Tutti Frutti” despegó con un éxito arrollados y salvó su vida. Más tarde aparecerían otros clásicos, como “Long Tall Sally” o “Lucille”, piezas donde destacaba el ritmo enérgico de su piano y su vozarrón lleno de adornos y gritos que influirían de manera absoluta en otros genios como Paul McCartney o James Brown.

 

De todos los astros de la primera ola del rock and roll, Little Richard fue uno de los más salvajes y transgresores (y eso que a su lado había otros wild child como Jerry Lee Lewis). Estamos hablando de un músico negro, que se depilaba las cejas, se maquillaba y tenía en sus gestos un aire amanerado, a la vez que lanzaba una y otra canción con referencias sexuales. No por nada la clásica canción “Tutti Frutti” tuvo que ser censurada y su letra modificada para ser publicada (la letra original decía: Tutti Frutti, buen trasero/ Si no entra, no lo fuerces/ puedes engrasarlo para facilitarlo). Todo esto produjo una fuerte discriminación, sobre todo en Georgia y los estados más conservadores del sur, que se tradujo, por ejemplo, en darle mucha mayor difusión y cobertura a las versiones que músicos blancos como Elvis Presley hacían de las canciones de Richard. (Elvis mismo grabó, entre otras, “Tutti Frutti” y “Ready Teddy.) Sin embargo, Little Richard era tan talentoso que vencería todos los obstáculos y se transformaría en uno de los puntales de aquella camada que desafiaba a la tradición e instalaba el rock and roll en primera línea. 

En los años 60´ el rock and roll original comenzó a perder popularidad, pero con la explosión de las bandas inglesas se volvió a él, ya no como el estilo de moda, sino como uno de los pilares de todo lo que vendría después. Los mismos Beatles y los Rolling Stones se declaran absolutos deudores de la leyenda recientemente fallecida. Basta escuchar la versión original de “Long Tall Sally” y el cover que grabaron los Beatles y comparar las voces de Little Richard y McCartney. Las similitudes son innegables.

Las adicciones al alcohol y las drogas, más sus constantes idas y venidas de los escenarios —que abandonaba durante años para dedicarse a la iglesia, renegando de su vida anterior, hasta que el rock and roll volvía a tocar a su puerta y lanzarlo otra vez al ruedo—, fueron debilitando su presencia en la primera línea de la popularidad, pero al mismo tiempo se iba agigantando como influencia y referencia obligada de nuevas camadas de músicos.   

Su ambigüedad sexual nunca dejó de ser tema, y él no le hacía el quite a declararlo. En una entrevista señaló que “todos somos masculinos y femeninos a la vez. El sexo es para mí como un bufé. Si algo me tira, voy por ello”. En otra ocasión se autoproclamó como “el rey y la reina del rock and roll”. 

 

Pero no era tan simple declararse homosexual, y no solo por los códigos morales de la sociedad de la época, sino por sus propias trabas personales. Hombre de profunda fe cristiana, educado musicalmente en el góspel, Little Richard solía tener periodos de conflictos y culpa por su homosexualidad. En una ocasión, en medio de un concierto, presenció una revelación de Dios que lo llevó a tomar la decisión de dejar la música y volver a la vida religiosa. Incluso se dedicó a casar en ceremonias religiosas a parejas —como Bruce Willis y Demi Moore— que se peleaban por ser unidas por uno de sus más grandes ídolos musicales. En sus últimos años, Little Richard incluso llegó a declarar que había entendido al fin que la homosexualidad no es bien vista por dios. Contradicciones que nunca abandonaron la vida de este genio del rock and roll.

Versionado por Elvis, los Beatles, Creedence, Eric Clapton, Queen, Deep Purple, entre muchos otros, la música de Little Richard es hoy inmortal. Y desde ahora su leyenda también lo será. Uno de los grandes, de los gigantes, Little Richard hay uno solo y siempre estará presente en nuestros oídos y corazones. Descansa en paz.

 

JERRY LEE LEWIS: EL FUEGO QUE NO SE EXTINGUE

JERRY LEE LEWIS: EL FUEGO QUE NO SE EXTINGUE

Jerry Lee Lewis (Luisiana, Estados Unidos, 1935) es un sobreviviente, en todos los sentidos de la palabra. Cantante y pianista, ícono de la rebeldía juvenil de los años ’50, apodado “The Killer” por su rebeldía y actitud, Jerry Lee Lewis es uno de los personajes que cambió para siempre la historia de la música popular, llevando el peligro y la rebeldía en el rock and roll a niveles que jamás se habían visto. Por algo, en un artículo del año 2006, la revista Rolling Stone dijo que, al lado suyo, “Keith Richards es tan tranquilo como Mickey Mouse”.

 

 

Jerry Lee Lewis demostró desde pequeño ser un prodigio del piano. Sus influencias se movían entre géneros como el country el boogie-woogie y el gospel. Sin embargo, y a pesar de su fuerte formación religiosa, Jerry comenzará muy joven a demostrar que era un verdadero “real wild child”. Sus presentaciones en vivo eran una locura: Jerry aporreaba el piano con fuerza, tocaba con los codos, con los pies, bebía alcohol y a menudo terminaba borracho sobre el escenario, y movía las caderas, quizás sin tanta soltura como Elvis Presley, pero de una manera que era una invitación real —y salvaje— al sexo.

 

 

Convencido de su talento, y literalmente con lo puesto, viajó a Memphis, durmiendo en la puerta de la Sun Records —sello que ya había publicado a Presley— hasta que logró una audición. Fue así como llegó su primer éxito: Whole Lotta Shakin’ Goin’ on. Al principio, Sam Phillips, el dueño de Sun Records, se mostró bastante desconfiado de publicar una canción con “tanto contenido sexual” (no olvidar que estamos hablando de 1957). Sin embargo, la canción fue un éxito en todo el mundo, vendiendo más de seis millones de copias. Aunque fue censurada en muchos programas de radio y televisión (en The Ed Sullivan Show, por ejemplo, fue rechazada y calificada de “inmoral”) las presentaciones en vivo de Jerry Lee eran rotundos éxitos y su legendaria versión en vivo en televisión, en el Steve Allen Show, es todo un hito en la historia del rock and roll.

 

 

«Mi primer contacto con el rock and roll fue una tarde en que vi por televisión a Jerry Lee Lewis. Fue algo que me dejó muy sorprendido, es que para mí él era de otro planeta», señaló al respecto en una entrevista Eric Clapton.

 

 

Pero el mayor éxito de Jerry Lee Lewis vendría solo unos meses más tarde con la canción Great Balls of Fire. El tema, también censurado y rechazado por muchas emisoras radiales y canales de televisión por considerarla “blasfema”, fue número 1 en ambos lados del Atlántico y hasta el día de hoy es considerada pieza fundamental de la historia del rock and roll y de la música popular, vendiendo más de cinco millones de copias en todo el mundo solo en los diez primeros días tras su publicación. A pesar de las críticas de los sectores más conservadores y de llegar a ser catalogada como una canción “poseída por el demonio”, Jerry Lee lo había conseguido: se había convertido en el más exitoso músico de rock and roll, superando a su amado y odiado colega Elvis Presley. La canción hasta el día de hoy es uno de los platos fuertes de Lee Lewis y ha sido versionada, entre otros, por The Crickets, E.L.O., Aerosmith, Bon Jovi, Tom Jones, Misfits y Fleetwood Mac.

 

 

Una muestra clara del carácter rebelde y altanero de Lee Lewis ocurrió cuando, en el Brooklyn Paramount Theatre de Nueva York, y siendo Great Ball of Fire la canción número 1 en los charts, se le asignó el puesto de telonero de Chuck Berry. Jerry Lee se negó, argumentando que él era el primer lugar en las listas, pero Chuck Berry había pedido expresamente en su contrato que él debía cerrar el show. Jerry Lee Lewis subió al escenario sin emitir más palabras, hizo su show habitual, hasta que en el número final —la canción Great Balls of Fire— se levantó de su silla, tomó una botella de Coca-Cola llena de gasolina y la vertió sobre el piano antes de prenderle fuego. El show terminó con un Lee Lewis tocando de rodillas, entregado al público, mientras el piano ardía en grandes bolas de fuego. La audiencia estaba descontrolada, desbordada, tanto así que el espectáculo posterior de Chuck Berry no pareció más que una inofensiva colección de canciones bailables.

 

 

Los hits seguían: Breathless, Wild One (Real Wild Child), High School Confidential, entre otros. “The Killer” se encumbraba en la cima y su figura le hacía sombra al mismísimo Elvis Presley. Pero su carácter y su vida personal comenzaron a generar problemas. Aún siendo número 1 en las listas, viajó a una gira por el Reino Unido, pero allá, al llegar al aeropuerto, la prensa lo recibió con preguntas acerca de su reciente matrimonio, el cual, se habían enterado, había sido con la hija de su primo y que, para colmo, solo tenía catorce años de edad. Jerry Lee Lewis, a pesar de los que le aconsejaron e incluso exigieron en Sun Records, no negó nada, es más, hizo todo lo posible por demostrar que no tenía problemas con admitir su relación. Fue un escándalo. La imagen de Jerry se debilitó, prohibiendo casi todas las radios poner sus canciones e incluso muchos de los teatros reservados para la gira decidieron bajarse, más aún cuando se enteraron de que el matrimonio anterior de “El Asesino” aún no era anulado legalmente, lo que lo ponía en una posición de bígamo.

 

 

La carrera de Jerry Lee Lewis se estancó. A sus actuaciones solo siguieron yendo un puñado de incondicionales y su afición al alcohol y las drogas escaló, llegando a poner su vida en riesgo en varias ocasiones. Los escándalos tampoco se detuvieron: Jerry fue arrestado en numerosas ocasiones, una de ellas por ir armado y estrellar su vehículo contra la reja de la mansión de Elvis Presley, o por disparar ¿accidentalemente? a un músico de su banda en medio de una celebración.

 

 

Pero The Killer nunca se rindió. Al mismo tiempo que su vida se movía entre desgracias mayores —la muerte de dos de sus hijos—, matrimonios rotos —siete hasta el día de hoy—, y de todos los excesos posibles, nunca abandonó la música, renaciendo varios años después y recuperando su posición como uno de los verdaderos pioneros y el primer rebelde del rock and roll. Hoy en día, a sus 84 años, sigue presentándose en vivo, aporreando el piano, y con una vida que nunca ha abandonado del todo el lado salvaje (hace cinco años se casó por séptima vez, tras robarle la mujer a su primo, quien además es uno de los músicos de su banda de acompañamiento).

 

 

Fuente de inspiración, de genialidad y de excesos, la vida de Jerry Lee Lewis es una de las más controvertidas y excitantes del rock and roll, no por nada ha sido adaptada al cine (“Great Balls of Fire” de 1989, protagonizada por Denis Quaid y Wynona Ryder) y convertida en una de las mejores biografías del rock (“El Fuego Eterno” de Nick Tosches). Admirado hasta la devoción por músicos de todos los estilos, incluyendo a los Beatles y los Rolling StonesKeith Richards pone en su camarín antes de cada show un altar con velas y un cuadro en que Jerry Lee Lewis aparece con un vaso de whisky equilibrado sobre el micrófono—, el legado y el fuego de Jerry Lee Lewis no parece extinguirse.

 

 

THE STOOGES:  A CINCUENTA AÑOS DE LA EXPLOSIÓN.

THE STOOGES: A CINCUENTA AÑOS DE LA EXPLOSIÓN.

Acerca de Danny Fields se podría hacer un documental completo y, de hecho, ya se hizo. Mientras este publicista, periodista y empresario musical trabajó en el sello discográfico Elektra como buscatalentos, quedó impactado con la fuerza del show en vivo de la banda, hasta entonces desconocida, MC5. Se acercó a ellos para ofrecerles un contrato con el sello. “Si nosotros llamamos tu atención, espera a ver a los Stooges”, le respondieron. Así, Danny Fields asistió esa misma noche a ver un show en vivo de los Stooges, quedando absolutamente impresionado. Era increíble lo ruidosa y violenta que sonaba la banda liderada por Iggy Pop, un extravagante frontman que se arrojaba sobre el público, se esparcía crema de maní sobre el cuerpo y sangraba por las heridas que se autoinfligía con trozos de vidrio en el pecho desnudo. Fue así como, de una pasada por la ciudad de Detroit, Danny Fields fichó para Elektra Records a MC5 y a los Stooges. Meses más tarde, en agosto de 1969, y hace exactos cincuenta años, salió a la luz el disco debut de Iggy Pop y sus secuaces, el homónimo The Stooges.

 

 

 

Antes de firmar para Elektra y viajar a Nueva York para grabar el álbum, la banda se hacía llamar The Psychodelic Stooges y solían hacer shows con cinco temas, que llevaban una primera parte como canción convencional, más una segunda parte improvisada que solía durar varios minutos. Por eso, al momento de grabar el álbum, y bajo expresa exigencia de los ejecutivos de Elektra, tuvieron que componer en el hotel Chelsea —el día antes de entrar al estudio— cuatro canciones más y limitar las composiciones antiguas a una duración más convencional, a excepción de la hipnótica y siniestra “We Will Fall”, que registra una duración superior a los diez minutos. Así fue como quedaron inmortalizadas las hoy clásicas “1969”, “No fun” o la impagable “I Wanna be Your Dog”. Estructuras que se repiten una y otra vez, progresiones simples, como si se tratara de blues acelerados e hiper ruidosos, pero todo manchado con la fuerza de un sonido alucinante, heredero del garage sesentero y la psicodelia menos comercial.

 

El disco, a pesar de sus bajas ventas y de no ser realmente valorado al momento de su publicación, hoy en día es considerado un clásico, un disco de culto. El sonido de la banda quedó definido de una vez y para siempre, con esas bases rítmicas simples soportando el peso de una guitarra atronadora, pesada, distorsionada, todo esto sumado a la voz inconfundible de Iggy Pop como guinda del pastel. Escucharlo es sumergirse en una explosión de ruido, actitud y psicodelia.

 

 

La influencia de los Stooges, y de este disco en particular, en la música posterior es innegable. Es difícil pensar que el punk podría haber existido si este disco jamás hubiera salido a la luz. El atrevimiento y desfachatez de Iggy Pop sobre el escenario, el ruido, la suciedad, el peligro, son marcas que toda una generación tomó como punto de partida. Por algo los mismos Sex Pistols (“No fun”) y Joey Ramone (“1969”) versionaron sus canciones. Para qué hablar de “I Wanna be Your Dog”, canción fundamental que ha sido versionada por bandas tan reconocidas como los Red Hot Chili Peppers, Sonic Youth o Joan Jett, hasta por innumerables bandas punk y underground como El último ke Zierre, Parálisis Permanente y Las Vulpess (estas últimas cambiando el título por “Me Gusta ser una Zorra”). Pero no solo el punk rock ha sido influenciado por este álbum, sino también bandas de distintos estilos. Sin ir más lejos, Queens of the Stone Age son herederos directos del sonido de Stooges. Basta fijarse en el sonido de la guitarra en “I Wanna be Your Dog” para comprender de qué estoy hablando.

 

 

Si bien una de las mayores virtudes del disco es que presentaron un sonido que no tenía precedentes directos, la influencia de ciertas bandas no se puede desconocer. Me refiero a MC5, The Doors y la Velvet Underground.

De MC5, los Stooges rescataron el peso y la distorsión de la guitarra (destaca el uso insistente del efecto popularmente conocido como Wah-Wah); de los Doors tomaron la agresividad en el escenario de Jim Morrison —aunque llevada al extremo por Iggy Pop— además de beber de la misma fuente blusera como columna vertebral. Y no solo eso, pues recordemos que Elektra es el mismo sello que publicó el monumental disco debut de The Doors (1967) e incluso la portada de ambos discos debut tiene similitudes evidentes. Y, en tercer lugar, tenemos a la Velvet Underground. La banda del futuro amigo del alma de Iggy, Lou Reed, sembró una sonoridad intencionalmente cruda y desprolija que los Stooges supieron plasmar en este álbum. No por casualidad John Cale, miembro y segundo hombre al mando de la Velvet, fue el productor del álbum de Iggy y los suyos.

 

 

Lo que vino después fueron dos álbumes geniales: Fun House y Raw Power, discos que tal vez superaron en calidad al debut, pero la explosión en la cara del mundo fue este álbum, el primero de una trilogía brillante, fundamental para el nacimiento del punk e influencia absoluta para el hard rock y músicos de todas las tendencias. También vinieron las drogas, los excesos, la heroína, hasta que la banda —que en cierto momento pasó a llamarse Iggy and The Stooges— vio su fin en 1974. En el nuevo siglo los Stooges tuvieron su reunión, dando giras, tocando en festivales y lanzando álbumes, hasta su nueva y definitiva separación. Pero los discos siguen aquí, listos para explotar en la cara de quien los ponga a girar.

 

Joey Ramone and Danny Fields at a Lou Reed after show party at Jerry’s Restaurant in New York City on October 17, 1984. (Photo by Ebet Roberts/Redferns)