MUDHONEY Y UN DECÁLOGO DEL RUIDISMO : EVERY GOOD BOY DESERVES FUDGE

MUDHONEY Y UN DECÁLOGO DEL RUIDISMO : EVERY GOOD BOY DESERVES FUDGE

Con tintes de genialidad underground el segundo álbum de estudio de Mudhoney, publicado en 1991, a medida que suma y suma años, se vuelve una pieza tan digna y propia de su momento, como también una pieza de singular contraindicación mientras todo se encaminaba hacia las resurgidas promesas del rock and roll para las masas, en un mar de música que se desbordó como un gran maremoto, desde Seattle para el mundo.

La fundacional banda se presenta por tercera vez en Santiago, el 28 de marzo, en Teatro Coliseo.

Por Rossana Montalbán


En pleno 2025, no sabríamos decir si esa discutible etiqueta llamada grunge está viva o muerta. Hace solo unos días, el mismísimo Mark Arm agregó “El grunge era sólo una forma de llamar a las guitarras sucias, a esas grabaciones de punk raro, como lo de The Mentally Ill y Gacy’s Place, que para mí eran bastante grungy»/ El grunge hoy es sólo una etiqueta histórica para describir una escena y un lugar, pero no sé si realmente existen bandas grunge hoy en día».  Quizás la etiqueta ha muerto. Sin embargo, lo que no ha muerto y ha perdurado, a pesar de todo, ha sido esa escondida semilla llamada Mudhoney que, con sus primeros dos discos y, en particular con Every good boy deserves fudge, echó raíces profundas para la escena musical de Seattle y para el devenir sonoro y estilístico dentro y muy fuera de ella – en cualquier parte de mundo -, regando un sonido plagado de pedales y distorsiones reventadas que se propagaron entre la sombra, la humedad y el musgo.

Entramos en el pantano con Generation Genocide, comienzo decidor y, a ratos sorprendente por lo que se nos está haciendo escuchar tras esa sucia muralla de la cual, en cuestión de segundos, se desliza precisamente Let It Slide, primer combo de punk rock al modo de la banda, apurado, psicótico y saturado de guitarras ruidosas con Mark Arm vomitando versos paranoides y ácidos, entre Black Sabbath y ……

 

El disco continúa escupiendo y pegando, esta vez, con Who You Drivin’ Now?, junto a Arm estableciendo su mejor e intencionado desajuste vocal, seguida por la asilvestrada Shoot the Moon, introduciendo inesperados momentos vocales etéreos y guitarras que revientan parlantes.

En los siguientes minutos se oyen himnos de pantano como el punk-rock podrido nivel tumba de Thorn, o la muy pasada de rosca Into the drink, infusión de una muy alchólica banda por esos días. Hasta aquí, todo «huele a espíritu adolescente», pero luego el sendero se tuerce con gracia suficiente para sumergirnos en las profundidades del fango, en la hipnótica Something So Clear, y también en la reflexiva Broken Hands, con una arrastrada y casi agonizante voz de Arm clamando a los vientos por una mala vida. El alma pesada y psicodélica de la banda aflora por debajo y por encima, e incluso se vuelve una de sus marcas más reconocibles con los años. Así lo sella el solo de guitarra que finalizando se ahoga entre efectos atmosféricos.

Las inclinaciones más melodícas de la banda se dejan escuchar en Good Enough, track de ritmo palpitante y movedizo, que ciertamente permite apreciar la visión de largo alcance que ya poseía el cuarteto, aplicando su religión ruidista en función de una pieza impecáblemente pop. Algo que también ocurre en algún grado en la vena surf rock de la instrumental Fuzzgun’91.

Realmente extenso, el disco no deja de sorprender en su momento, como al volver a repasarlo ahora, sobre todo reconociendo a un Mudhoney que extrae elementos del folk y del bluegrass revestidos de lodo, con la armónica colacando el guiño sureño en una lluviosa ciudad que termina por plasmarse a través de las atonales guitarras que dan vida a Move Out, para luego dar un corto giro hacia las aguas del indie rock al estilo Sonic Youth en el track Pokin’ Around.

Los tracks Don’t Fade IV y Check-Out Time, cierran con importantes codificadores, lo que ha sido quizás, la obra madre de ese sonido que algunos llamaron grunge. La penúltima, sencilla y pegadiza, pareciera terminar de levantar el inexorable puente entre el rock alternativo y el punk canalla. Y la última de ellas, se aventura al noise con aires progresivos, mientras la voz del rubio Arm se desvanece en su propia naturaleza, el ruido.

 

 

Las entradas se encuentran a la venta en Puntoticket, con los siguientes valores:

$40.250 Cancha
$46.000 Platea baja
$34.500 Silla de ruedas
$34.500 Acompañante silla de ruedas

 

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cronicasonora2

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