METAL FEST 2025: LA OTRA GRAN MINORÍA

Tal como hace una década, la tercera edición consecutiva de The Metal Fest -la sexta en su totalidad- nos confirma muchas cosas, aunque bajo un prisma distinto. Si durante la década anterior se atribuía el fin de su continuidad a las constantes quejas en redes sociales, hoy el panorama es similar aunque por razones muy distintas. Si el retorno del festival en 2023 fue sold-out y contaba con un cartel de nombres pesados, la versión siguiente, con formato de dos jornadas, apelaba a la variedad.
Por Claudio Miranda
Fotos: Cortesía Metal Fest
Una apuesta que pudo satisfacer a una minoría, dejando en evidencia cuán fragmentada está la escena, a nivel local y mundial. Y es que, más allá de la brutal oferta de shows internacionales, la edición reciente, con solo una jornada, deja en claro que el metal, nos guste o no, es una música de y para minoría. Incluso contando ahora con nombres de gran trayectoria y gran acogida en nuestro país, y por muy raro que parezca decirlo, se extrañó un cabeza de cartel, un acto principal que fortaleciera la convocatoria que le hiciera peso a la edición de 2023, por lejos la mejor y la más fuerte.
Puede que lo anteriormente descrito se tome como una mala crítica, cuando en realidad es una constatación. Aún así, es necesario resaltar el protagonismo del metal extremo y los nombres de culto que, al menos en contexto de festival, reconfirman la devoción local por el metal en todas sus ramas, primando los valores de la vieja escuela. En el caso de Nile, la banda que abrió el cartel internacional, su sonido ajustado y su precisión de relojería pueden sorprender incluso a los más experimentados. El concepto de horror cósmico que hace de sus producciones en estudio un objeto preciado para metaleros y melómanos por igual, en vivo se basta de una firmeza tan magistral como la destreza técnica. Les tocó abrir, y aún así no se guardan nada durante los 45 minutos en el escenario. Por algo la banda liderada por Karl Sanders ha logrado trascender fuera del death metal de su raíz, y tiene que ver con lo que se busca expresar y construir. La bestialidad y la atmósfera pueden ir de la mano, y Nile es la prueba irrefutable de aquello.

Casi 11 años demoró el retorno de Voivod, precisamente en el mismo contexto. Y con un repertorio de clásicos, incluyendo un picoteo del más reciente lanzamiento «Synchro Anarchy» (2022), los canadienses exponen sus credenciales como reyes y pioneros del metal de vanguardia desde la tripa. «Experiment», «Tribal Convictions», «Forgotten in Space», «The Unknown Knows», «Nuclear War» y la locura final de «Voivod», una a una desfilan y arrasan con todo vestigio de lógica establecida. Todas las atrocidades son posibles en una dimensión que sólo sus creadores conocen a cabalidad, ya sea en los ’80s, los ’90s o la última década.

Lo asumimos, Paradise Lost te puede ofrecer un espectáculo mucho más extenso. Lo saben sus fans más acérrimos, muchos preguntándose porqué los de Halifax no estuvieron más arriba en el cartel. Aún así, la empezada con la fundamental «Enchantment» se ocupó de sumergirnos en el trance de penumbra que se convirtió en marca registrada para el metal en los ’90s y parte del actual milenio. A lo que debemos sumar el hermetismo de una propuesta que admite pocos intermedios; te gusta o no te gusta. No es lugar para curiosos, sino un estado anímico que puede ser liberador para algunos y sofocante para quienes no están familiarizados con dicha propuesta. Y eso es lo que define a Paradise Lost como una institución incorruptible, en cada una de sus fases estilísticas.

Hay un consenso general respecto a Carcass en esta edición del Metal Fest como lo mejor. Apenas pasó un año desde que echó abajo -nuevamente- el Caupolicán, ahora lo mismo con otro recinto igual de familiar. Tal como en 2013, no hay escenario que le quede grande a Steer, Walker y compañía cuando se trata de esparcir vísceras humanas. Con el supremo «Heartwork» (1993) como protagonista en el repertorio, los ingleses hicieron sentir su localía mediante un sonido atronador y la potencia que requiere tocar música extrema en toda su definición. Con bengala incluida, no quepa duda de lo que ofrece Carcass llegando a las cuatro décadas de trayectoria, tanto en el directo como un catálogo que se renueva en el momento indicado.

La cuota de heavy metal de viejo cuño estuvo a cargo de una agrupación que perfectamente podría echar abajo el Movistar Arena por las suyas, si al menos generara el mismo arrastre local que Judas Priest y Iron Maiden. Con el flamante «Hell, Fire & Damnation» (2024) bajo el brazo, Saxon impuso sus términos arraigado en el auténtico heavy metal, rememorando la estampa callejera del género mediante bombazos de la talla de «Heavy Metal Thunder», «747 (Strangers in the Night)» y «Motorcycle Man», a la vez que la grandeza de un himno como «Power & the Glory» surtió el efecto deseado entre los devotos más duros del heavy británico. Nada esto, por supuesto, sería posible sin la persistencia y liderazgo natural de Biff Byford, quien a sus 74 años se mantiene incombustible, tanto a nivel vocal como en lo que proyecta su estampa de ‘sir’. Es el poder y la gloria que el trueno del heavy metal le otorga a sus elegidos.

Las cosas como son respecto a Kerry King. Tras el fin de Slayer, la edición de su LP solista dejó tantas certezas como dudas. «From Hell I Rise» (2024) es un trabajo coherente con lo que el veterano guitarrista ha forjado como pieza angular en Slayer, pero claramente hay algo que no cundió. Y es que si bien la banda que lo acompaña incluye nombres estelares como Mark Osegueda (Death Angel) o el propio Paul Bostaph en la batería, a esas horas el ánimo en el público no era el mismo. Salvo el homenaje a Paul Di’Anno con «Purgatory» y «Killers», y las citas obligadas a los propios Slayer, Kerry King nos brindó la oportunidad para apreciar la consistencia de un estilo que definió el thrash metal desde el impulso hacia la ferocidad. Como acto estelar, algo falta para justificar su posición en lo más alto de un cartel que tuvo sus momentos más destacados en el ecuador del festival.

A destacar, con justa razón, el excelente desempeño de la armada nacional. Chile, en ese aspecto, se puede considerar un país metalero, pues la variedad y la jerarquía van de la mano. El thrash demoledor de Nuclear, el doom atmosférico de Poema Arcanus y el groove aplastante de Boa, por paliza representan lo mejor de lo nuestro, justificandpo en algunos casos el recorrido acumulado dentro y fuera de nuestro territorio. Inclúyase el homenaje merecido de Squad a Chris Castro, y la tradición de Nimrod, pues ambos nombres son de vital importancia en el proceso fundacional del metal chileno en el promedio de los ’80s. Jornada redonda en el Hell Stage, ante una concurrencia que responde a la altura de lo requerido en cada acto.

Puede que esta edición de Metal Fest haya sido la última. No lo podemos aseverar de manera drástica, pero está claro que el metal, en la rama que sea, es música marginal, hecha por y para una minoría comparable solo a la que abrazó el rock de vanguardia en los ’90s a través de la Radio Futuro. Por ende, no te va a agotar tickets para un estadio de fútbol, algo que solamente los consagrados a nivel transversal pueden hacer con propiedad. De cualquier manera, si llegara a ser la última, no habrá derecho a pataleo para quienes disfrutamos como Lemmy y Dio mandan. Los dioses de una minoría que parece multiplicarse ante la mejor música, algo que muy pocos sabemos con toda lucidez.