Bestiario del Ruido: Un manual de zoología fantástica

Bestiario del Ruido: Un manual de zoología fantástica

 

 

Lo primero que podemos pensar de que la documentalista chilena Susana Díaz le llame a algo Bestiario no es en Borges y los seres imaginarios sino en todo lo contrario a lo imaginario, eso que Mizoguchi – el director de cine japonés- llamaba mirar de reojo, eso que queda afuera de los lentes oficiales y trata de filmar los márgenes de lo real.


La primera vez que conocí a Susana Díaz no fue en persona, fue en el Cine Arte Alameda viendo el rostro de los Disturbio Menor, Redención 911, Asunto, Enfermos Terminales, Don Fango, Sin Retorno y Alternocidio, cuando proyectaron por primera vez Hardcore, La revolución inconclusa, mirando la pantalla como si ni ellos mismos hubieran visto alguna vez esas imágenes de archivo. Como si el hazlo tú mismo tuviera que traspasarse también al telón, mostrando no sólo una revolución inconclusa sino también una historia hecha de retazos, de eso que nunca se alcanzó a registrar del todo.

Serge Daney en un texto llamado El travelling de Kapo, compara a Kapo de Gillo Pontecorvo con Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi en relación a lo que dijo alguna vez Godard de que todo plano es moral. Daney nos dice que “Mizoguchi lanza una ojeada que «hace como si no viera», una mirada que preferiría no haber visto nada, y de esa manera muestra el acontecimiento tal como se produce, ineluctablemente y al sesgo” y el mismo autor, citando a Jacques Rivette, en el artículo publicado en la revista Cahiers Du Cinema llamado De la abyección dice: “Observen en Kapo, el plano en que Riva se suicida arrojándose sobre los alambres de púa electrificados: el hombre que en ese momento decide hacer un travelling hacia adelante para encuadrar el cadáver en contrapicado, teniendo el cuidado de inscribir exactamente la mano levantada en un ángulo del encuadre final, ese hombre merece el más profundo desprecio». Así, un simple movimiento de cámara podía ser el movimiento que se debía evitar. Para atreverse a hacerlo -naturalmente- había que ser abyecto. Apenas terminé de leer esas líneas supe que el autor tenía toda la razón”.

En el mismo sentido, la forma en que Susana usa sus materiales no es fortuito. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Marcel Duchamp, en vez de retratar que es una banda política, idea que ya está construida y todos sabemos, prefiere mostrarnos que los tipos se juntan a tomar té y que son una banda de amigos. O sea, elige eso que suele quedar afuera del relato oficial. ¿Y cómo lo hace? llevando a la pantalla la esencia de un fanzine donde el recortar y pegar son el alma del hazlo tú mismo porque quizás se trata de rescatar lo cotidiano, el resto de ese orden al estilo Marie Kondo.

Las herramientas que utiliza Susana respetan esa precariedad de la que sus protagonistas hablan la mayor parte del tiempo, como si el que hablara fuera Godard cuando casi terminando El libro de las imágenes mete esta cita: “En realidad, dijo Brecht, sólo el fragmento lleva la marca de la autenticidad”. Godard a los 88, hablando de la importancia política del work in progress, ya que el cortar, copiar, pegar y borrar para darle un nuevo sentido al presente.

Hardcore y Supersordo (obras anteriores de Susana) son puro archivo. Mientras que Ellas no, es puro presente narrando la historia de una banda que podríamos llamar post punk y que debe ponerle pausa a su trabajo por problemas judiciales, pero por, sobre todo, es una historia sobre cómo se construyen los lazos en un grupo. Desde ahí, en Ellas No y Bestiario la construcción es en base a mucho seguimiento donde predominan los momentos que suelen descartarse. De esa forma la documentalista construye relatos en base al reciclaje con aquellos materiales que no se usaron y lo hace para salirse de ese lugar cómodo de la ficción, en eso, está su postura política, una postura al mismo tiempo reflejada en las bandas que elige para filmar.

Recuerdo hablar con ella en Bar Uno – el día del homenaje a Hernán Angulo (primer productor de Bestiario) – sobre su fanatismo por Jem Cohen y lo que hizo con Fugazi en “Instrument” y con Elliott Smith en “Lucky Three”, donde a través de retratos sencillos, una banda puede estar tocando en vivo y después conversando de cosas banales en un servicentro.

En este trabajo, la realizadora vuelve a retratar – como bien apunta el bajista de Familea Miranda, Rodrigo Rozas Katafú- ese mundo que el corrector del Word quiere cambiar por familia, tal vez porque las cosas hay que clasificarlas: “Nada dura para siempre, ni siquiera la lluvia de noviembre. Lo decía muy bien Axl”. Otra de sus frases en pantalla. 

Con esa idea subyacente, Bestiario del Ruido parte con los Familea Miranda, una familia fundada en 1999 por Rodrigo Katafú Rozas (guitarra), Cristian Suazo (teclado) y José Miguel Trujillo (batería) y tras un fugaz paso de Cabro Perro, guitarrista de los seminales Políticos Muertos en el 2000 se suma Rodrigo Gomberoff (bajo), que venía de Negativo 55 junto a Trujillo y de la banda Los Insurgentes. Katafú armó la banda después de formar parte de Caos y Anarkía, Matt Monro Cantó en Español y Habría Que Analizarlo, Supersordo, Niño Símbolo, Agencia Chilena del Espacio, Juventud Infinita y Ugatz.

La serie documental abre con los músicos radicados en Barcelona hablando de eso, de la necesidad de irse de Chile porque existe algo incómodo en cualquier clasificación, llámese punk, llámese nación, llámese patria. De hecho, esa familea que se va, tuvo en su árbol genealógico hasta diez integrantes y si no salen no es por un olvido consciente sino porque Bestiario ya empieza a presentarse como una serie que sabe asumir que no hay que contarlo todo sino recoger lo que queda de la dificultad de hacer música en un país como Chile, sin querer ser clasificado. Tal vez, sea esta idea central, la que cruza toda la serie.

La serie compuesta de nueve capítulos, es graficada muy bien al inicio por Rodrigo Gomberoff, Chuleta o Gombi, para los amigos: “Nosotros vivimos de la música y quizás morimos de las otras cosas que hacemos”. A él lo conocí trabajando en una librería unos pocos años después de venirme a vivir a Chile y nuestras conversaciones fueron durante mucho tiempo un refugio a esa sensación de haber llegado a un país donde no tenía un lugar al que pudiera llamar propio. No sé cómo no nos echaron porque pasábamos más tiempo hablando de Billy Pilgrim y Matadero 5, la segunda guerra, el judaísmo, el rockabilly y cuántas copias traeríamos de la primera edición traducida de Alta Fidelidad, y creo que Rodrigo, no ha dejado de ser el mismo.

Si escribo de estos recuerdos, es porque viendo Bestiario, me da la misma sensación. Gente no sólo construyendo en los márgenes – como su introducción lo señala- sino enfrentando el colectivo a lo desalmado del sistema social. No es por nada que la primera vez que Katafú vio en vivo a Taller Dejao, les terminó produciendo un disco. Tal vez porque los Miranda nunca quisieron ser de esas familias que salen en los stickers de los autos.

Tal vez Susana elige partir con ellos porque son los que físicamente transgreden los márgenes derechamente yéndose a vivir a España, lugar donde siguen tocando y Rodrigo arma el estudio de sonido llamado Hukot en Barcelona grabando bandas. Y Katafú sigue siendo compositor de imágenes en Kráfica, donde él es el encargado de la elaboración de las carátulas de varias bandas independientes chilenas y europeas. Por ahí aún tengo una polera de Manual de Combate con una gráfica de él.

En una entrevista que dio Katafú este año a la revista Rock De Lux dice: “Hay una canción de Descendents que se llama “Beyond The Music” que dice algo que me interpela mucho: “Todavía se miran a la cara, sin esperar nada más allá de la música”. Las bandas, cuando se pelean, dejan de mirarse”. De eso hablamos cuando hablamos de Familea, de una banda que lucha contra el individualismo del mercado, oponiendo a eso, el colectivo.

 

El patriarcado de King Kong

 

“Don´t believe the hype” cantaban los Public Enemy en uno de los discos más importantes de la historia del hip hop (It takes a nation million to hold us back 1988). No sólo fue un disco que revolucionó el contenido y las clasificaciones, sino que también la forma. “Solo quiero aumentar la frecuencia, aumentar el ruido. El ruido ha sido siempre la parte indeseada en las grabaciones, es lo que en el estudio siempre quieres eliminar. Así que mi preocupación fue intensificar este elemento” Hank Shocklee, de The Bomb Squad.

Dadalú también parte trastocando todos los estereotipos, no sólo los que el patriarcado utiliza como dispositivo de poder en contra de la mujer, sino que es una hiphopera que toma del hip hop sólo una forma de hacer resaltar el texto. En vez de declararse fan de yo que sé, Eminem, su banda favorita fue Nirvana. Daniela dice que se tomó muy a pecho algo que leyó en una entrevista a Kurt Cobain: «En vez de gritar por mí, las chicas debiesen agarrar una guitarra y tocar».

La primera vez que conocí a Daniela fue cuando tocaba con Colectivo Etéreo, otra banda que hacía de lo performativo algo político. Tocaron varias veces en las fiestas que hacíamos con Cristián Araya llamadas Dance to the underground y la volví a ver en el Bar Uno varias veces. Una vez con Horregias, otra con Dolorio y Los Tunantes, y la última vez, con Calostro  donde subió al escenario vestida de mono. Fue ahí cuando le pregunté, si era por algo en particular, y me dijo: “Es en homenaje a Virginie Despentes” .Y Daniela se toma en serio lo de Despentes, no sólo a nivel discursivo sino también performativo, sabiendo que lo político se construye en el cuerpo o más bien que el cuerpo es algo social.

En la Teoría King Kong Despentes dice: “Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica, pero también para los hombres que no tienen ganas de proteger, para los que querrían hacerlo, pero no saben cómo, los que no son ambiciosos, ni competitivos, ni la tienen grande. Porque el ideal de la mujer blanca, seductora, que nos ponen delante de los ojos es posible incluso que no exista”.

Dadalú al igual que Virgine, dinamita los códigos, pero no sólo los de género, sino que cruza la función de la mirada en lo mainstream y el capitalismo dentro del discurso del patriarcado. En la canción número dos ¿Por qué hay que ser sexy? del increíble disco El mapa de los días, al igual que Prince, diagnostica el signo de los tiempos:

 

“Se repite sin parar y por doquier

que la seducción es el valor de la mujer

y me cansa saber que siempre lo que hago

menos gente va a querer ver

sin potos ni tetas nadie va a querer ver

sin potos ni tetas nadie va a querer ver

y me importa una mierda si eres sexy

escucho música por minas sexy

si la canción es buena me va a gustar así

aunque la cante un enano o un pianista cursi”

 

En Dadalú, la crítica a la mirada se organiza en todos los planos, no sólo en el de las letras. En vez de usar zapatillas y ropa ancha o emblemas sale vestida de fruta o con lycra y arpilleras.

Es por eso que cuando Dadalú hace una crítica a la norma o al patriarcado lo hace en todos los niveles, porque el patriarcado existe no sólo en lo que se dice sino en lo que se normaliza. Es poner en juego lo automatizado haciendo de eso una pregunta y usando la ironía, como forma de desmontar lo establecido.

El Brit Aburre

Corrían los 90 y dos amigos que ya habían absorbido demasiado brit y demasiado Palace Brothers, empezaron a encontrar otras respuestas en Autechre y en Aphex Twin. Ottavio Berbakow y Oscar Burotto, no sé si por el escritor de Solaris, arman LEM, un dúo que es como si Hal 9000 se adueñara de Audiomúsica y se pusiera a mezclar a Jessamine con Spacemen 3 y Barry Lyndon.

A Ottavio lo conocí afuera de la disquería Background, del mítico Hugo Chávez, y le pregunté dónde chucha en Chile podía encontrar unos EPs de American Music club y el primer disco de Jay Jay Johanson. Él se río y me dijo con una cara de certeza absoluta: “En la disquería de mi amigo Pietro en el Interprovidencia, yo no sé cómo es posible que alguien guarde tanta información en su cabeza con más de una obsesión. Ya lo vas a conocer, si crees que sabe mucho de música, háblale de fútbol.”

Tiempo después, fui a su casa porque quería venderme unos discos que me dijo que me iban a interesar. Yo pensaba que me iba a encontrar con puros discos de electrónica, ya que en esa época, él y todos los que giraban en torno a la disquería Background y a Plan V, pelaban el cable con Wagon Christ. Mi sorpresa fue enorme porque en vez de eso, lo que había era un museo de folk. Compartíamos veneración por bandas como Low o Radial Spangle, y sabiendo eso, me pasó un disco de un grupo llamado Supreme Dicks diciéndome: “Pablo, te vas a morir”. Me fui con cosas de Seefeel, Insides, Disco Inferno y Coil, si la memoria no me falla, pero lo primero que hice llegando a mi casa fue poner el de Supreme Dicks.

A Oscar lo conocí en los patios de psicología de la UDP y me acerqué a él porque andaba con una polera de Labraford, y cuando le dije que ese era el único buen fordismo, se cagó de la risa. Nos sentamos a hablar de psicología, que a él le aburría, y terminamos hablando de la educación auditiva de Spacemen 3, Plaid y Main.

Después nos volvimos a cruzar afuera de la Background – donde nos adelantábamos a Alta Fidelidad- y una vez, hasta casi hubo combos discutiendo por cuál era el mejor disco de Seefeel o de Moonshake, eso todos los sabemos, así que no es necesario volver a eso.

En la Background, no sólo se vendían discos, sino que era un lugar de encuentro, otra forma de pensar lo colectivo.  Era un espacio en donde se polemizaba de música como de fútbol en un bar argento. Se hablaba de música todo el día pero también pasaban cosas como que los Pánico tocaran en el subsuelo antes de que los conociera ni la mamá. Era el lugar en donde por ejemplo se gestó Plan V. Andrés Bucci, Guillermo Ugarte, Christián Powditch y Gustavo Cerati iban por lo menos tres veces a la semana. La tienda la atendían dos tipos que traspiraban música: Marcelo Umaña y Miguel Araneda, y si te ibas sin escuchar unos 20 discos, se enojaban. A veces se iban a almorzar y yo me quedaba atendiendo y recuerdo que no había nada más lindo que venderle a un fan de Labraford un disco de Palace.

Luego nos veíamos en Industria Cultural cuando tocaba Caribou o Animal Collective. Le invité una cerveza cuando todo el mundo puteaba en esa presentación del disco Pulsos en Casa Club – el bar de Sergio Lagos y su hermano- en Bellavista, por un tiempo uno de los lugares para la música electrónica a fines de los 90, donde tocaban los LEM y por donde pasaron también los imprescindibles Suarez.

En LEM el gusto por la repetición y la creación de texturas, no es por amor a la rutina sino una forma de agrupar sonidos que desde lo que parece caos se transforma en melodía. Donde el uso de las máquinas no es para seguir patrones sino más bien para deconstruirlos: “Yo discrepo con que seamos una banda de máquinas, somos más bien rockeros. Teníamos sesiones de música, hacíamos jams y después editábamos, era retratar esa profunda depresión del estado del mundo en el 2020, era una música no alegre porque el mundo era apocalíptico”, dice Ottavio en una parte de Bestiario, tal vez como una forma de mostrar que la tecnología más que configurar un mundo más deshumanizado, es una manera de construir nuevos discursos que no caigan en un revival en donde los sonidos sean usados al servicio de lo normativo.

 

Asamblea del Ay ay ay me querí

 

Me es imposible hablar de Asamblea Internacional del Fuego sin recordar a Hernán Angulo, a Nader Cabezas y al fanatismo que él les tenía. Hernán me enseño que la autogestión implicaba compañerismo y me invitó a poner música en varias fiestas con Nader y nos juntábamos a escuchar discos, sólo por el placer que significaba hacerse preguntas y pensar en cómo responderlas.  Pienso en Hernán porque Asamblea le dedicó su último recital y pienso en Nader porque el EP Una letalidad constante, está dedicado también a él y la canción Baco en ese disco, es por el nombre del perro galgo rescatado por Hernán de la explotación de las carreras.

Por eso recuerdo a Hernán en cada cosa que Emilio Fabar dice en Bestiario, la idea de que la autogestión y el compañerismo frente a la alienación del capitalismo, no es algo que uno se proponga sino parte de la construcción de una identidad cruzada por la memoria, el relato, el olvido y los duelos. Todo lo que Emilio dice en Bestiario tiene que ver con la idea de que una banda no elige la manera en que construye su identidad, ni la estética ni los carteles, sino que es un efecto de algo simbólico que lo trasciende. Y eso que lo trasciende es algo político. Ellos no se definen como hardcore o punk sino como rock de combate y usaron el hardcore, el punk y el emo, más que como un fin en sí mismo, como una herramienta para cuestionar la realidad establecida. Por eso en una entrevista citada en la revista Paniko, Emilio dice: «Me hace más sentido escuchar a Los Jaivas, Atahualpa Yupanqui o Violeta Parra, que a Chain of Strenght y otras cosas (…) Me hacen más sentido Los Prisioneros, los Fiskales Ad-Hok que Fugazi», Y se nota en la evolución del sonido y las letras, desde Lo que hablaron las ánimas en el camino del 2013 a Dialéctica Negativa del 2016.

Lo que en un principio eran alegorías o metáforas se van transformando en palabras que son cuchillas como diría Jorge González. Si vamos a hacer rock de combate, hay que ir más de frente parecen decir tanto en el sonido como en el discurso. No hay tiempo que perder porque tal vez sabían que ese sería su último disco.

No es casual que el primer invitado al programa de podcast que hizo Hernán en radio Rockaxis, llamado Selecta, fuera Emilio Fabar, tal vez porque era el primero al que quería escuchar explayarse acerca de la relación de la música con la historia y los traumas. En ese primer capítulo, Emilio habla de las primeras tocatas hardcore a las que fue y le impresionaba la producción de la identidad del público: “No veías a esa gente vestida así comprando el pan”. Es por esto que la puesta en juego del discurso de Asamblea nunca fue algo casual. “Me enfermaba que nos relacionaran con el emo porque era la antítesis del lenguaje propio que nosotros queríamos desarrollar”.

Fabar vuelve a tocar las mismas obsesiones en la serie, tal vez porque la historia y las palabras no sólo nos marcan sino que construyen nuestra identidad, por eso cada vez que puede habla de Quelentaro o de Violeta Parra, es como si la historia lo narrara a él y no al revés. “Tocar para Asamblea no es necesariamente una elección placentera sino una obligación para disputar un relato hegemónico desde todos los frentes, desde lo audiovisual, de la escritura, del que cantara, desde el que hiciera danza, todo apunta a una disputa por el relato”. La construcción del relato pasa por la construcción de la memoria construirse desde ahí, hacer el ejercicio de recopilar historias que tienen que ver con una historia más grande, con una historia mayor. Con eso creo que tiene que ver asamblea, un lugar donde se disputaba el discurso de la memoria.

Asamblea apunta a lo simbólico, porque el peso de la historia y lo traumático no es algo individual, sino que se transmite intergeneracionalmente. De ahí la importancia que se le da a la memoria y a los relatos que siguen construyendo desigualdades y reprimen los dispositivos que los generan. Por eso, el show del 14 de septiembre del 2019, que originalmente era un adiós a Hernán Angulo a un año y tres días después de su muerte, terminó siendo también un adiós a los escenarios para siempre. Un funeral terminó representando otro funeral donde nuevamente Asamblea apunta a la transversalidad de la realidad. Como diría Levinás, citado por Derridá: “La muerte: en primer lugar, no es la desaparición ni el no ser ni la nada, sino una cierta experiencia para el sobreviviente de la “sin-respuesta”.  Es por eso que una muerte representa todas las muertes. “En el año desde que murió Hernán, vi la muerte de dos chicos más, después enterré a mi papá y ahora voy a enterrar a mi grupo. Es el final de muchas cosas que amé profundamente” termina diciendo Emilio en el capítulo sobre Asamblea, mientras Susana conjuga con su cámara, esos retazos que aparecen todo el tiempo en las letras, como si fueran postales, como los libros que quemaban los bomberos de Farenheit 451, que se esfuerzan por construir un relato que Susana en vez de ordenarlos a su antojo, se acerca a ellos desde el archivo, los fragmentos, los materiales desechados y encontrados, como si filmarlos fuera consecuente con la memoria y los recuerdos reprimidos que no pueden decirlo todo.

Flashbacks y más flashbacks como los que Emilio enumera en Helicópteros:

“Las listas negras en los trabajos
Cuando visitaste las fábricas
Y te llevaste a más de uno a dar una vuelta
Cuando usaste el Pau de arara, el submarino, la parrilla
Aún recordamos Villa Grimaldi
La venda Sexy, Tejas Verdes, José Domingo Cañas
Londres 38, tres y cuatro Álamos
Chacabuco, Pisagua, Estadio Nacional, Estadio Chile
Isla Quiriquina, Colonia Dignidad
La AGA, la Firma, La Esmeralda, Los Hornos de Lonquén
En ningún caso nos olvidamos de los profesores degollados
Calle Conferencia, calle Santa Fe, Varas Mena
Tampoco olvidamos a Rodrigo Rojas de Negri
Y Carmen Gloria Quintana, quemados vivos a luz del día
La matanza de Corpus Christi
Los hermanos Vergara Toledo y Lumi Videla tirada muerta dentro de la embajada
El cura André Jarlan, los 119 de la Operación Colombo
Sebastián Acevedo preguntando por su hijo
Las madres, las hijas, las esposas que salieron con sus fotos”

 

 

Sin amistad no hay banda

 

Podríamos estar dos años preguntándonos la razón por la cual la banda Marcel Duchamp se llama Marcel Duchamp, pero tal vez podríamos quedarnos con lo que Joaco dijo una vez en una entrevista: “A mí me pasó en Masapunk (Sello y distribuidora chilena de inspiración libertaria), cuando entré ahí comenzó mi formación política propiamente tal, porque es un colectivo que va mucho más allá de editar discos. Yo estaba recién saliendo del colegio y ahí había gente mayor que había sido libertaria en dictadura. Y ahí uno dice, la cosa va más allá del punk. Aparte en mi caso, siempre tuve una relación con otros movimientos artísticos que no tenían directa relación con el punk, como el Dadá”.

Tanto en el artista como en la banda, podemos ver el valor que se le da a lo fugaz, a lo coyuntural y a cierto sentido de hacer del caos un orden. En los dos podemos ver también el lugar que ocupa la voluntad por sobre los sistemas y la crítica a todo simbolismo sedimentado por la cultura y transformado en una norma que traza lo que es normal y lo que no lo es.

No es casual que la idea de orden ya en sí mismo es una ideología. Pensemos en que la mayoría de las ciudades que conocemos en Latinoamerica están estructuradas a partir de una racionalidad moderna que se construía alrededor de la plaza. Es así como rodeando a la plaza, teníamos los juzgados, el congreso, la iglesia y lejos de todo esto, estaban los prostíbulos, los cementerios y los psiquiátricos. En Santiago esto se último se llamó La Chimba y estaba cruzando el Mapocho en la zona que ahora cubre Independencia, Recoleta y parte de Bellavista. La razón, la ley y la fe de un lado, y el sexo, la muerte y la locura del otro.

Es así como Marcel Duchamp, sus líricas, sus contrastes, su propuesta estética y sonora, se sitúan del otro lado del río, escapando a cualquier clasificación o metáfora.  Donde quiero objetivar y clasificar, aparece una esencia un poco indescifrable que mezcla la autogestión con el trabajo obsesivo y que vuelve real el discurso de los movimientos sociales y lo rupturista, transformando los lazos sociales de la competencia, en la amistad como el motor que mueve a una banda.

No son pretenciosos, son profundos, son sensibles y directos. Son complejos y al mismo tiempo, sintetizan. Son caóticos pero con una forma y un sentido. Son crudos pero expresivos. Marcel Duchamp nace justamente como una banda de lo insituyente no de lo instituido. Lo que en Duchamp parece desorden es en realidad un orden con mayor complejidad. Una forma de lucha contra el conformismo. Asumen las mutaciones como una forma de ir en contra de una norma establecida. Punk, cliché, cambios y formas, son canciones que no sólo se quedan en el discurso sino que lo pasan al acto. Su música es inclasificable, cambios de tiempo, silencios, cambios en los ritmos y la velocidad, hardcore punk, crust punk, grindcore, hardcore jazz a lo Zorn.

En muchos sentidos, es una banda atípica, ellos mismos siempre se plantean antes como amigos que como integrantes de una banda. Para los Duchamp hacer música es una necesidad biológica antes que un discurso preestablecido o que cambia con las modas. “Siento que las letras han ido en una evolución con la misma banda” dicen en Bestiario y de eso justamente se trata, de vivir la música como como una necesidad, no como una catarsis sino como una utopía. La catarsis piensa en lo individual, la utopía en lo colectivo. Parafraseando a Charly, no se puede estar tranquilo si un amigo está en cana.  Esa necesidad es hacer música en un mundo que está al revés y donde la única forma de avanzar es ir para el otro lado, caminando hacía atrás a lo moonwalking.

Nunca olvidaré cuando tocaron para los diez años de historia de la banda y en Caracol/Palabras se les une Rodrigo Robles y a dos guitarras logran crear un sonido igual de extremo que la letra. Eso es tal vez lo más distintivo de los Duchamp, la coherencia no es una maqueta y el caos no es un desorden. Es más bien, matar las metáforas y acercarse a lo real, con todo el riesgo que eso implica. Creo que no hay mejor forma de explicarlo que leyendo la letra de Caracol/Palabras:

Otro día más despertando,

ser un nombre y apellido

un cuerpo donde vivir

como molusco hospedado en una caracola ajena

y caminando hacia atrás.

Discúlpame por no ser tolerante pero el fascismo es odioso en todas sus maneras, discúlpame por utilizar esta palabra en mis canciones pero el fascismo no lo soporto. ¿Qué es ser libre para ti?

Yo estoy preocupada por esto,

porque mis amigos no están tranquilos,

porque mi madre sufre,

porque yo no soy feliz.

Mientras estas ideas absolutas sigan existiendo no voy a callarme,

por muy desagradable que sea cantar esto.

 

En realidad ese discúlpame es irónico porque, nuevamente al igual que lo señaló Emilio Fabar, la lucha es también por el lenguaje, no todo es la acción directa. El mismo nombre de Marcel Duchamp pone en primer lugar que todo sentido o sinsentido, parte siempre de entender el lenguaje, el contexto y la cultura en la que se habla lo que se habla.

Resumiendo y ya llegando al final, Bestiario del Ruido nos muestra otra revolución incompleta, pero no es la misma que veíamos en Hardcore, ya que en esta serie, Susana, deja en el aire muchas más preguntas que lo que se ve en la pantalla. Bestiario no es sólo una descripción o compendio de bestias, sino también una referencia al lenguaje y al lugar que ocupan a nivel simbólico dentro de una cultura. No describe los márgenes enfrentados a un lugar dado de la normalidad sino que la resignifica. Bestiario me recuerda aquella pregunta de Pizarnik:

 

“Qué bestia caída de pasmo

se arrastra por mi sangre

y quiere salvarse?

He aquí lo difícil:

caminar por las calles

y señalar el cielo o la tierra”

 

 

 

 

 

Spread the love

Pablo Rosenzvaig

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *