HACIENDO TEMBLAR LA TIERRA : LA NOCHE EN QUE THE SONICS TOCÓ EN MI CUIDAD
Recuerdo haber estado en un descanso en mi puesto de trabajo cuando vi el afiche. Pensé que era otra cosa, un programa radial o un concierto en alguna ciudad de Estados Unidos o Europa. Pero no. Era real, The Sonics venían a Chile y las entradas comenzaban a venderse ese mismo día. No podía creerlo. Hay bandas que uno asume que jamás verá, porque ya no existen o porque, como en este caso, jamás se te pasaría por la cabeza que algún productor estaría interesado en traerlas a Chile, un país que nunca ha tenido una relación estrecha con el garage rock y el rock and roll más primitivo.
Pasaron los días y recién entonces fui enterándome de que la presentación de The Sonics sería en un festival en Espacio Broadway, que todas las bandas que formaban el cartel eran de corte indie, psicolédicos o neopsicodélicos, más la presencia casi surreal de Los Sonics. También me enteré de que era el mismo día y a la misma que el matrimonio de un pariente demasiado cercano como para ausentarme (de haber sabido en lo que terminaría ese matrimonio, la verdad es que no me habría hecho problema). Pero todo eso daba lo mismo: vería en vivo a The Sonics, la banda legendaria que en los años sesenta hizo un BOOM literal al rock and roll y lo expandió hacia el ruido, cimentando las bases de lo que años más tarde se conocería como punk. The Sonics son por lejos una de las bandas más influyentes de los últimos cincuenta años. Su sonido aguerrido, sucio y veloz, fue una explosión de la que mucho acusaron recibo, pero que nunca alcanzó a las masas, precisamente por lo osado de su propuesta.
Originarios de Tacoma, muy cerca de Seattle, se formaron en 1963 (aunque parte de la banda ya venía tocando junta desde 1960) con la clásica formación de Gerry Roslie (órgano, piano y voz), Andy Parypa (bajista), Larry Parypa (guitarra, coros), Rob Lind (saxofón, coros y armónica) y Bob Bennett (batería). Comenzaron tocando covers de sus artistas favoritos, léase Chuck Berry, Jerry Lee Lewis, Bo Diddley y, por supuesto, Little Richard, la mayor inspiración para su cantante y autor principal Gerry Roslie. Pero la ejecución de sus instrumentos se escapaba de la delicadeza del sonido más rockabilly o de la afectación del Elvis baladista: The Sonics buscaban tocar duro, fuerte, dar una patada en el cráneo al público, aunque eso implicara descuidar, en parte, la técnica.
El cantante recuerda: “Los músicos a los que admiro son gente como Jerry Lee Lewis y Little Richard, tipos reales, que parecen estar en trance mientras tocan sus canciones. Y gritan, y aporrean el piano, esa es la forma de tocar rock n’ roll, y la clase de músicos que nosotros queríamos ser. Pero no entendía que muchas de las canciones populares fueran laaalaaalaaa amor, y matrimonio lalalalaaa. Yo pensaba: esto no es lo suficientemente sucio, no es como yo me siento”. Y desde aquella insatisfacción fue que Los Sonics comenzaron a crear sus propias canciones. Sus letras hablaban, por un lado, de diversión, fiestas y otras preocupaciones adolescentes, pero por otro, de brujas, veneno de rata y lunáticos endemoniados., todas temáticas que el rock and roll hasta entonces les había hecho el quite (al menos en sus letras); todo esto sumado al sonido lo-fi y ruidoso, que habían conseguido principalmente por sus precariedades de equipamiento, les daba una impronta de banda tan atrapante como peligrosa.
Sus abrasivas y oscuras composiciones ayudaron a realzar esta imagen, pues en 1963 The Sonics lanzó su primer disco (single): “The Witch”, una canción que desde el comienzo nos lleva a una atmósfera extraña, tan bailable como tétrica. El intermedio, además, es un acelerado lapso en que la batería y la guitarra persistente adelantan en décadas la velocidad que podía alcanzar el rock and roll. (A quienes piensan que el punk nació en Perú con la canción “Demolición” (1964) de Los Saicos, por favor, escuchen “The Witch” (1963) de Los Sonics). La canción, por supuesto, fue una bomba sonora que nadie esperaba y que dejó a la juventud sin palabras para describir ese sonido, tan frenético como atrevido. Las emisoras radiales prohibieron la reproducción del single, hasta que los mismos jóvenes comenzaron a exigirlo, llegando al número 2 en las listas. Cuenta la leyenda que los controladores radiales alteraban las ventas (“The Witch” llegó a vender casi treinta mil copias en aquella época) para que no llegara al número 1 y así evitar su masificación a todo el país. Alguna cadena radial llegó a excusarse de no pasar la canción “para evitar infartos entre la audiencia”.
Poco después The Sonics se anotaría con su segundo single: “Psycho”, un clásico a go-go con claras referencias sexuales. Y nuevamente el éxito entre la juventud del norte de Estados Unidos, donde se estaban convirtiendo en un grupo mayor, con una presentación en la televisión, dejando a todo el público atónito, y compartiendo escenario incluso con los Beach Boys, y todo a pesar de su sonido crudo y de baja fidelidad y de sus letras incendiarias para la época.
En 1965 publican su primer LP, Here are The Sonics!!! a través del sello Etiquette, el mismo que había publicado sus dos singles anteriores. El álbum completo es una bomba de energía, ruido y rock and roll. Un sonido sin precedentes que aún hoy, más de cincuenta años después, sigue sonando brutalmente honesto. El álbum fue grabado en dos pistas con todos los instrumentos juntos, y con un solo micrófono para toda la batería, y luego, en la otra pista, la voz, gritos y aullidos de Gerry Roslie. Nada de coros, nada de arreglos ni doblajes, nada de secciones orquestales, nada de producción. Sonido crudo y directo al mentón. Incluso hoy al escuchar este disco en vinilo se puede sentir como si Los Sonics estuvieran tocando en tu propia casa.
El disco contiene joyas como la polémica “Strychnine”, supuesta oda a la estricnina, un veneno que en dosis bajas puede ser usado como droga, y que las radios evitaban emitirlas en el horario mañanero dominado por las dueñas de casa, y la pasaban solo si había insistencia de la audiencia y solo después de las 3 de la tarde. También están incluidas “The Witch” y “Psycho”, además de un surtido material de otros artistas, destacando la notable versión de “Roll over Beethoven” de Chuck Berry y la impagable “Have love, will travel”, original de Richard Berry, aunque la versión que ha llegado hasta tus oídos es con seguridad la de The Sonics.
Boom, su segundo álbum, también bajo el sello Etiquette, continuó con la senda de Here are The Sonics!!!, aunque para entonces quizás la sorpresa ya no fue tanta como para su primer bombazo. El disco contiene clásicos propios como “Cinderella” (con la canción que comenzaron su show en Chile, vale decir) y la no menos polémica “He’s Waitin”, más versiones de “Louie, Louie” y “Jenny, Jenny”. Para su tercer álbum buscaron un sello más grande, con mayores posibilidades, pero el resultado no dejó conforme a nadie: Introducing The Sonics, publicado por Jerden en 1967, fue un disco deslavado, producido por gente que no los conocía y que buscó darles un sonido brillante y pulido. Fue el principio del fin, ya que poco después, desmoralizados por el resultado del disco y con las típicas diferencias entre miembros de un grupo, la banda se disolvió.
Durante las décadas siguientes, la fama de The Sonics, lejos de desaparecer, se fue acrecentando. La aparición del punk y luego del revival del garage rock hicieron de Los Sonics un nombre obligado a la hora de citar influencias, además ser constantemente versionados por bandas como The Mummies, The Cramps, los Dead Boys, los Fuzztones y los Fleshtones, entre otros estandartes del garage rock. También The Meteors y el psychobilly en general se inspirarían en sus letras oscuras para crear su propia personalidad. Incluso los músicos de Seattle, que luego se harían famosos bajo la etiqueta de “grunge” también les rendían pleitesía y no dudaban en demostrarla, tal como lo hizo el cantante de Pearl Jam, Eddie Vedder, quien se subió sorpresivamente al escenario a cantar con ellos en un show en una tienda de discos el año 2015, cuando la banda ya había vuelto al ruedo.
Mudhoney, otra de las bandas fundamentales del sonido grunge de Seattle, ha reconocido siempre su deuda impagable con The Sonics, tanto así que varios de sus componentes (el cantante Mark Arm, más Steve Turner y Dan Peters) se unieron a Scott Mccaughey de R.E.M., Tom Price, Big Kahuna y Craig Flory para formar The New Original Sonic Sound, básicamente, una banda tributo a The Sonics. Esta banda llegó a publicar un disco con los clásicos más icónicos de la banda de Tacoma, como “The Witch”, “Psycho”, “He’s waitin” y “Cinderella”.
La insistencia de un productor, más la aclamación de sus fans y el reconocimiento que ya en el nuevo siglo le seguían dando bandas como The Hives y White Stripes, motivaron la reunión de la banda en 2007 en Nueva York, para el festival anual de garage Cavestomp. Salvo Bennett, la parte básica de la formación original estaba intacta: Roslie en teclados y voz, Larry Parypa a la guitarra y Rob Lind al saxo. En 2010 grabaron un EP, 8, con material en directo y, gracias a la aceptación de este, en 2015 publicaron This is the Sonics, su cuarto álbum de estudio, anotando además el silencio discográfico más prolongado del rock, con una diferencia de prácticamente medio siglo entre un álbum y el siguiente.
El disco es una gloriosa sorpresa, un reencuentro fresco y honesto con sus raíces sonoras. Las voces de Gerry Roslie y esos alaridos desquiciados a lo Little Richard siguen siendo una delicia, sumados a las guitarras saturadas de Larry Parypa y el saxofón siempre impertinente de Rob Lind, conforma la guinda de la torta para la carrera de esta banda, con canciones tan buenas como “I don’t need no doctor”, “Bad Betty”, “You can’t judge a book by the cover” y “Sugaree”. El disco, por supuesto, fue grabado en cintas, en un estudio analógico, y ¡en Mono!, todo para lograr el sonido más puro de la banda, aquel sonido chirriante capaz de volarle la cabeza a cualquiera en los ya lejanos años 60.
Cuando a Gerry Roslie le preguntaron por qué Los Sonics han trascendido a las décadas y cuentan con un respeto cada vez mayor, respondió: “La única respuesta que podría darte es que se trata de discos honestos. No hay sobreproducción, ni sección de viento, ni violines. Son sólo cinco chavales en un pequeño estudio grabando en dos pistas. Quizá no éramos unos virtuosos, pero éramos una banda real. Queríamos tocar fuerte, duro, que el suelo se moviera bajo nuestros pies”. Y ese sonido es el que siguen derrochando hasta hoy y lo pude comprobar personalmente el año 2016, cuando tocaron en aquel festival indie-psicodélico en Espacio Broadway. No era demasiada gente, pero los que estábamos ahí nos dividíamos entre los que disfrutábamos cada canción de principio a fin y los que no los conocían tanto, pero que se llevaron una muy grata sorpresa, al ver a aquellos viejos hacer temblar la Tierra a puro rock and roll y distorsión. La banda fue un huracán, una bomba de energía que ya se quisieran bandas cuarenta años menores. Lamentablemente, la salud de Gerry Roslie (trasplante al corazón) le impidió salir de gira, siendo reemplazado de forma magistral en la voz por el bajista (ex The Kingsmen) Freddie Dennis.
Una vez terminado el show, me sequé el sudor, me arreglé el traje y la corbata, respiré, miré por última vez el escenario, y volví raudo y cargado de adrenalina al matrimonio de mi pariente demasiado cercano en el sector sur de Santiago. Estoy seguro de que ni siquiera notó que me ausenté durante un par de horas.