ÁLBUM: HISTORIAS VERDADERAS RIMA CON BANDERAS
Cuando voy temprano en la mañana a dejar a nuestra cría y deidad a su sala cuna, trato de ir con un poquito de tiempo. Es que le gusta ir tocando cada una de las banderas colgadas del techo en el pasillo por donde entramos hacia el ascensor al fondo del edificio.
Entonces levanto a nuestra cría y deidad, mientras con el cuerpo empujo el coche y avanzamos. Van sus bracitos arriba —boca abierta en carcajada ínfima la suya, dedos chicos en punta— para que apenas agarre, esquina por esquina, esos viejos paños de raso y yo, si tengo aliento, voy diciéndole en voz alta: China Popular, isla británica de Jamaica, Estados Unidos de México, Irlanda Independiente, territorio poscolonial de Guinea, y me pregunto una vez más qué es este edificio, este lugar tan privado como comunitario permite el capitalismo, donde te dan la bienvenida con un montón de banderas, entre las cuales se supone que debe estar la tuya.
Comienza a sonar en mi magín el primer loop andino, la repetición de una frase de quena y charango con que empieza la canción “Historias verdaderas” de los Rebel Diaz, entre los platillos que dan entrada al beat y a su rapeo. La Mitad de la Gran Colombia, sigo enumerando por el pasillo, Algeria independiente, Corea Estadounidense, Trinidad y Tabaco, Australia de la Reina. Al tacto gozoso de nuestra cría y deidad en camino a su sala de crías y deidades estos pabellones tal vez ya no tengan el peso fanático, militar, excluyentes en sus fronteras y violentos en el monopolio de las armas de sus estados, sino la vibración de un montón de estrellas, soles y lunas que giran y ponen en juego una combinación de colores y formas. Resuena esa levedad en mi magín cuando
“un invierno
se congelaba el lago
mil novecientos
ochenta y cuatro
éramos cuatro
en un cuarto
en la casa del Lito
en el norte de Chicago
mi mamá, María
Marcelo, mi hermano
yo soy el Rodri
mi papá es el Mario
el Lito tenía al Dani
un hijo de cinco
mitad chileno
y mitad de Puerto Rico
desde ese momento
que somos amigos
caballito blanco
llévanos contigo
llévame a Chicago
donde yo crecí
chileno, exiliao
big boy
MC!”
Mientras el Rodri Venegas y el Gonzalo —los Rebel Diaz— cantan eso al fondo de mi oído, nuestra cría y deidad va desarmando cada rectángulo nacional con un solo golpe de su puño de wawa.
“ Esto es pa mi tía
mi tía Sonia
hago hip hop
siempre en tu memoria.
Te cuento que el Nico
también es un rapero
sus líricas son fuego
otro guerrillero.
Esto es pal Julito
mi amigo desde chico
después crecimos
y nunca más nos vimos
yo andaba en Guatemala
mi mama me llamaba
que el Julito había muerto
y yo solo lloraba.
Me dolió en el corazón,
tan frágil la vida.
Si escuchas, te mando
un saludo, tía Luisa.”
A ese ritmo se suceden las banderas. Estados Unidos de Brasil, Guyana colonial francesa, Costa de Marfil, Canadá de la Reina y Uruguay oriental sólo para los argentinos, al momento que, a mitad de camino, nuestra cría y deidad apunta a la derecha, hacia donde se abre otro pasillo lejos del ascensor —porque todavía queda tiempo, siempre hay un poco, parece decirme, así como baja a través de mis brazos, boquiabierta como yo—, porque de repente ante nosotros se abren paredes tapizadas por una serie enorme de vinilos incontables, multicolores, por varias décadas y tradiciones, de The Como Mamas a Otis Redding, de Barry Manilow a Janet Jackson, de Wu Tang Clan a Solange; de la Fania a Selena, de Irakere a Ivy Queen y a Aventura. ¿Qué es este lugar, este territorio privado y comunitario, donde en los muros resuena una historia del consumo musical de sus habitantes?
Mientras con la cría y deidad estiramos los brazos para ir tocando la superficie multicolor de las portadas, caigo en la cuenta de que en cualquier momento podría asomarse en este muro el vinilo de América vs Amerikkka de Rebel Diaz, ese donde viene el tema “Historias verdaderas”. Pero, cuando volvemos a enrumbar hacia el ascensor, no aparece la bandera tricolor de la estrella solitaria entre la serie del pasillo principal. Aun si la cría y deidad, los Rebel Diaz y yo seamos en buena parte sureños de la parte sur de este continente, no encontramos una bandera de Chile colgada en el pasillo. Tal vez porque nadie de este edificio ondea una historia verdadera de ese país. Por ahora —eso también parece decirme la cría y deidad con la mirada, justo cuando suena el timbre del ascensor que llega.
Por CARLOS LABBÉ desde Nueva York, Estados Unidos.
SOBRE EL AUTOR :
Carlos Labbé nació en Santiago de Chile en 1977. Ha publicado la hipernovela Pentagonal: incluidos tú y yo (2001), las novelas Libro de plumas (2004), Navidad y Matanza (2007, traducida al inglés y al alemán), Locuela (2009), Piezas secretas contra el mundo (2014), La parvá (Sangría, 2015) y Coreografías espirituales (Periférica, 2017 / Sangría, 2018), además de los cuentarios Caracteres blancos (Sangría, 2010 / Periférica, 2o11) y Short the Seven Nightmares with Alebrijes (2015) / Cortas las pesadillas con alebrijes (Sangría, 2017).
Fue parte de las bandas Ex Fiesta y Tornasólidos. Sus discos de música solista son Doce canciones para Eleodora (2007), Monicacofonía (2008), Mi nuevo órgano (2011), Repeticiones para romper el cerco (2013) y Ofri Afro (2018). Ha sido coguionista de las películas Malta con huevo(2007), El nombre (2016). Es licenciado y magíster en literatura. Ejerce la crítica literaria en Sobrelibros.cl y forma parte del colectivo editorial Sangría. Acaba de publicar la edición en inglés de «Coreografías espirituales».