ÁLBUM 6 : POR UNA CUECA EXPERIMENTAL
Por una cueca experimental, mi alma, me perdí de bailar en las fondas de mi juventud.
Por una cueca sónica, ay sí.
Por una cueca que no fuera trillada, mierda, no escuché cueca.
Y no quiero, no quiero decir nada de qué es la juventud. Y no quiero, no quiero decir por qué es imposible encontrar en nuestros dispositivos de música esa larguísima tradición de composiciones cuequeras que sí existe y que le mete electricidad, le baja el pulso, le cambia la rima, le quita el habla, le agrega voces de mujeres, le suma sílabas, le interviene sus 3/4 o o sus 7/8, sólo que tenía catorce cuando decidí que sí, que iba a seguir yendo a las fondas con la familia y con los amigotes y con las vecinas y con los compañeros y con el grupo y con el taller y con el partido y con los desconocidos y con la extranjería compatriota, pero no iba a bailar más que una cumbia o algún sound o un axé o una bachatita, pero no la cueca, no; ya me habían enseñado tantas veces los pasos en forma de ocho y de acoso –¿por qué no de signo infinito, profe?–, y haber bailado una era haberlas bailado todas, y esas letras eran siempre burlas, desprecios, desconfianzas y agresiones, y si había podido agarrar mi guitarra para repetir los ocho compases por una vez ya había contenido en mi canto a la Violeta, a La Voz del Pueblo, a la Margot y a José Zapiola y a la Petronila.
Por una cueca experimental, mi alma, no quise entender el valor que la repetición y las formas rígidas deben tener para la construcción de una comunidad nacional.
Pero entendí que esa comunidad estado-nacional tenía el monopolio de la educación y de las armas, ay sí.
Y de la imaginación.
Por una cueca que no fuera emitida una vez más por el único parlante de ese septiembre que ha zapateado su sangre y polvadera del 11 al 19 en círculos concéntricos y vuelta, por esa cueca ofrecí el oído a lo que comenzara namás de la distorsión y terminara namás en un sonido que no pueda escucharse por las orejas y vuelta, ofrecí la escucha a lo que se aprenda sin disfraz, sin saberes de huasos y de chinitas –estereotipos del mando medio y de la xenofobia–, sin simulaciones de campesinado cuando el campo es pura cuestión capitalina, pesticida, semilla patentada y rodeo.
Por una cueca de raíz meridional, gitana, negra e indígena, ay sí, que compartamos las personas de Chile con las de Oaxaca, con las de Bolivia, con las de Argentina, y que la palabra folklore siga siendo un extranjerismo y no tírate un pie.
Por una cueca cuya etimología sea chueca en vez de clueca, ch-hueca.
Por una cueca que comience en un solo de guitarra eléctrica y cierre con sintetizadores, con un big beat y motosierra, en la ultratumba de todas nuestras muertes bajo la Recta Provincia y todas nuestras celebraciones de que estamos vivos en el mar y cordillera, risa y encuentro de bailarines.
Por una cueca experimental exijo la liberación de nuestro baile y nuestro oído nacional.